Deseo. Flavia Dos Santos
bajo control. Lo mismo pasa con los votos y las promesas. Pero aun en los votos matrimoniales más solemnes y públicos, a menudo fallamos en su cumplimiento.
A menudo es sobre los deseos menos importantes, tales como qué ponernos o qué música escuchar, que ejercemos el mayor control, mientras que a quién deseamos o de quién nos enamoramos parece estar casi siempre fuera de nuestro control. Y así, un deseo clandestino puede arrasar con la más clara inteligencia racional.
Tratar parejas con infidelidad es muy difícil. Uno de los requisitos que yo pido es ver por separado a cada uno para saber si aún siguen en su infidelidad y si es así no continuo, pues no podemos hacer una terapia de dos con un tercero en la cama.
Conocí una pareja donde él sufría de falta de deseo por la amante, no por su esposa. Llevaba algún tiempo con ella, y aunque lograba mantener el deseo y buenas relaciones con su pareja oficial —le parecía linda, interesante, inteligente—, pero por una razón de narcisismo, baja autoestima, él necesitaba una amante. Me buscó, no porque tuviera problemas con su pareja, sino porque estaba en crisis con la amante debido a que estaba perdiendo la erección y no la estaba deseando por el hecho de que ella cada vez más lo resentía por esto. La amante quería que él tomara la decisión de terminar su matrimonio y eso que ella le pedía le quitaba todo el encanto a la aventura, al escondite, a la mentira. Una infidelidad vive a la sombra de un matrimonio, si quitamos esta sombra difícilmente estas relaciones se mantienen y él percibía eso, que si terminaba su matrimonio la cosa no funcionaría y de a poco fue perdiendo el deseo y las erecciones. En medio de esto me buscó para recuperar sus erecciones y terminamos no llegando a una conclusión, no hubo término porque él no definía qué quería realmente hacer con su vida y lo que estaba dispuesto a sacrificar, el matrimonio o la amante. Es así como muchas veces podemos perder la cabeza en este tipo de confusiones, e incluso el deseo mismo, por buscarlo obsesivamente sin definir muy bien lo que en realidad queremos.
Tipos de deseo
Muchos de nuestros deseos son simplemente un medio para satisfacer otro deseo más importante. Por ejemplo, si tengo sed y quiero una bebida a media noche, también debo prender la luz, levantarme de la cama, buscar las pantuflas y todo lo que sigue. Mi deseo de una bebida es terminal porque me alivia la sed, mientras que todos los otros deseos son solo instrumentos para satisfacer mi deseo terminal.
En general, los deseos terminales se generan por nuestras emociones, mientras que los deseos instrumentales se generan por el intelecto. Como los deseos terminales se generan por emociones, están altamente motivados, mientras que los deseos instrumentales apenas están motivados a través de los deseos terminales a los que aspiran. En algunos casos, un deseo puede ser tanto terminal como instrumental como cuando trabajamos para vivir y también disfrutamos el trabajo que hacemos.
Mi deseo de una bebida también es hedonista, porque lleva al placer o a evitar el sufrimiento. La mayoría de los deseos terminales son hedonistas, pero algunos pueden estar motivados por pura voluntad como cuando, por ejemplo, decido que voy a hacer lo correcto por el simple hecho de hacerlo y no para evitar el castigo o porque alguien me está viendo.
Los deseos también pueden dividirse en naturales o antinaturales respectivamente. Los primeros son aquellos como alimento, refugio y compañía y están limitados naturalmente. Podemos decir que el deseo sexual es natural. En contraste, los segundos son aquellos como la fama, poder o riquezas y están potencialmente ilimitados.
El filósofo griego Epicuro afirmaba que los deseos naturales, difíciles de eliminar, se satisfacen fácilmente y con gran placer y deben ser satisfechos. En cambio, los deseos antinaturales no se satisfacen fácilmente ni producen gran placer y deben ser eliminados. Como por ejemplo, el comprar o comer obsesivamente, porque no genera un placer a largo plazo. Una vez terminada la acción el vacío sigue y la persona vuelve a buscar otras formas de gratificarse. Un placer a largo plazo está más en sentirse saludable, mantener amistades, o como decía Freud, en soñar, porque el sueño es la realización de nuestros deseos más ocultos.
Los deseos y la cultura
Los deseos antinaturales, que son ilimitados, tienen sus raíces no en la naturaleza sino en la sociedad, son culturales. La fama, el poder y la riqueza pueden entenderse en términos del deseo de estatus social. En efecto, si fuéramos la última persona en la tierra, ser famoso, poderoso o rico no tendría ningún sentido. Nuestros deseos serían radicalmente distintos a lo que son ahora y, dejando a un lado la soledad, tendríamos mucha mayor oportunidad de satisfacerlos.
La cultura también alienta deseos destructivos, como el deseo de que otros nos envidien, de que los otros fracasen, o por lo menos no tengan tanto éxito como nosotros. Sufrimos no solo por nuestros propios deseos destructivos sino también por los deseos destructivos de otros, si somos el blanco y la víctima de sus inseguridades.
La cultura actual, la sociedad de consumo, nos está impulsando constantemente a desear cosas nuevas y a desechar lo que ya tenemos. Hay una gran presión por parte de la cultura: las mujeres tienen que ser flacas y lindas, los hombres tienen que ser viriles, tener buenas erecciones, tener el pene de gran tamaño. Tenemos que tener el mejor automóvil, la casa más costosa, ser exitosos en todo lo que emprendemos. Y dejamos de lado la búsqueda del placer en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, tomar un café o una cerveza, observar una puesta de sol, escuchar música, simplemente conversar con amabilidad unos con otros o hacer una caricia al ser amado.
Si nos sobreponemos al deseo de satisfacer, complacer, impresionar o mejorar a los otros, podemos empezar a vivir para nosotros mismos, libres de deseos antinaturales y destructivos. Podremos dejar de lado las exigencias de la cultura de la satisfacción del deseo, que produce culpa.
El deseo sexual
Según el psicólogo Stephen Snyder, todos nacemos con deseo sexual, diseñado para que podamos tener compañeros adecuados. Muy temprano en el desarrollo fetal, de acuerdo con este modelo, tanto los machos como las hembras comienzan con los principios del mismo software sexual rudimentario, el ‘programa’ con el que nacemos. Pero en cierta etapa de la vida fetal, bajo la influencia de hormonas sexuales y otros factores, se activan ciertos componentes específicos de género y ya nunca se desactivan. Y otros se suprimen y nunca se desarrollan. Así que cuando un niño o una niña dejan el vientre materno, su software original unisex se ha modificado específicamente hacia macho o hembra. Como resultado, el software sexual de hombres y mujeres es radicalmente diferente.
El software es de aprendizaje. La mente tiende a buscar categorías, más que cosas específicas. A la mayoría de los hombres heterosexuales de la generación de los Baby Boomers (los nacidos entre 1946 y 1964) les gusta que las mujeres tengan vello púbico, mientras que muchos, si no la mayoría de los hombres de la generación del milenio, prefieren una compañera que esté afeitada o se haya depilado. Los dos deseos son el resultado del mismo software, que simplemente busca las vulvas. Pero como es software de aprendizaje, aprende las costumbres y los modos de la sociedad y la generación propias.
El mundo como voluntad
Una de las más inspiradas teorías sobre el deseo es la del filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer. En su obra El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer sostiene que bajo el mundo de las apariencias está el de la voluntad, un proceso fundamentalmente ciego para alcanzar la sobrevivencia y la reproducción. Para Schopenhauer, el mundo entero es una manifestación de la voluntad (el deseo), incluso el cuerpo humano: los genitales son el impulso sexual objetivado, la boca y el tracto digestivo son el hambre objetivada, y así sucesivamente. Todo en nosotros, incluso las facultades cognitivas evolucionaron con el único propósito de alcanzar las exigencias de la voluntad. Aunque puede percibir, juzgar y razonar, nuestro intelecto no está diseñado ni equipado para rasgar el velo de la ilusión y comprender la verdadera naturaleza de la voluntad, que nos lleva sin saberlo a una vida de frustración, lucha y dolor, en la medida en que la voluntad se expresa en la vida espiritual del hombre en la forma de un deseo insatisfecho.
Schopenhauer compara nuestra conciencia o intelecto con un cojo que puede ver montado sobre los hombros de un gigante ciego. Se anticipa a Freud al igualar al gigante ciego de la