La Bestia Colmena. Pablo Und-Destruktion

La Bestia Colmena - Pablo Und-Destruktion


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      Primera edición: noviembre de 2018

      Segunda edición: febrero de 2019

      Primera edición digital: abril de 2020

      © Del texto: Pablo García Díaz, 2018

      © De esta edición:

      Hurtado & Ortega Editores

      [email protected]

      Ilustraciones de la faja y de la página 239: Pablo Gallo

      Diseño de colección: Silvio García Aguirre

      Diseño y maquetación del interior: Carolina Hernández Terrazas

      Corrección: Cristina Sospedra

      isbn digital: 978-84-121549-7-9

      Todos los derechos están reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, y el alquiler o préstamo público sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, salvo las excepciones previstas por la ley.

      A los 144.000 habitantes del Nuevo Cielo

      y, por extensión, de Asturias

      Advertencia al lector

      El propósito de esta obra consiste en explicar, con pruebas abundantes, el origen del actual universo para que sean conscientes de ello las generaciones venideras. A mí no me gusta presumir, bien lo sabe Diosle, pero el actual cosmos existe tal y como es ahora gracias a mi lealtad —y a la de mis queridas huestes— a los designios de la Divina Providencia.

      Las evidentes señales que ahora rigen nuestro mundo, aunque no lo creáis, antes eran denostadas por nuestros coetáneos colmena, obsesionados con poner las reglas ellos y no dejar que las ponga “ella”. Menos mal que estábamos nosotros, anda, si no el universo iba a dar pena y dolor. Todo ha cambiado mucho desde nuestra aguerrida juventud, tanto que puede que las nuevas generaciones no se puedan creer que la vida no fue siempre como lo es ahora. Antes había hambre, miseria física y espiritual, castraciones pop, mentirosos, asustaviejas, secciones gourmet, centros de arte contemporáneo, ropa mala, bondadosos profesionales, apologetas de la degradación personal y colectiva, así como mucha, muchísima purria. Toda ella destinada a acabar con las virtudes teologales (especialmente con las canciones bonitas) y con el ser humano, al que querían encerrar dentro de la Bestia Colmena.

      Ahora no.

      Ahora está todo bien.

      Miro por la ventana de mi celdita monacal y veo a los rebecos jugando entre la nieve, a los jóvenes cortejando y a nuestros mayores haciendo la fotosíntesis sin miedo a la muerte, ni al dolor ni a nada. ¿A qué le vamos a tener miedo si hemos derrotado al maligno? Veo a la gente haciendo lo que le sale del pínfano y, precisamente por ello, veo al mundo equilibrado y radiante. Era tan sencillo al fin y al cabo...

      Mirad, que venga lo que tenga que venir. Lo que quiera la Divina Providencia que siempre nos ha tratado con justa dulzura. Ahora cada uno sabe cuál es su lugar en el cosmos, asume su finitud física, y su eternidad espiritual, y vive en armonía con los valles y los montes, con las cuevas y los glaciares, con las nigerianas y los sociópatas.

      Hemos creado un nuevo mundo, vaya que sí. Y por ello me encuentro tan satisfecho que creo que, mismamente, voy a morir de gusto en breve. De ahí el motivo de estas líneas que os transmito con paz en el espíritu pero urgencia en mi pasajero cuerpo. Leedlas y recordad quiénes somos, de dónde venimos y a dónde hemos llegado. Leedlas y que os sirvan como bálsamo, pero también como advertencia:

      Nunca permitáis que vuelva el instinto gregario, podría traer de nuevo a la Bestia Colmena.

      Vivan, por toda la eternidad, los Picos Pardos de Europa.

      Pablo Under Construction

      Vuestro humilde Lidercillo por la gracia de Diosle

      Basílica de Covadonga, junio de 2039

      I.

      La gran Revelación Mariana

      1

      Comenzar, comenzar, comencé yo solo.

      ¿qué le vamos a hacer?

      Mucho antes de la gran revelación mariana, la Divina Providencia ya me había enseñado su patita en numerosas ocasiones. En concreto en cinco ocasiones. Cinco ocasiones que sirvieron para trasladarme hondos fundamentos morales que deberían acompañarme en la vida y en la batalla.

      

Primera patita: la enfermedad

      Al poco de nacer, con menos de un año, pillé una buena meningitis por la que casi casco. Hubo una epidemia terrible en Gijón. Hace mucho tiempo de todo esto y yo era muy pequeño, pero por alguna razón he conseguido almacenar algunos flashazos de aquella lejana época en mi memoria. Recuerdo que mi cuerpo empezó a ponerse morado debido a la rotura de todos los vasos sanguíneos; recuerdo que el médico que me trató olía a 100 Pipers y también recuerdo que cuando salí del hospital, tenía tanta hambre que me comí la cena que estaba preparada para los otros niños enfermos. Ellos no consiguieron salir del hospital, así que no perjudiqué a nadie. Me quedo más tranquilo. Mi vida, la salvó un borracho. Más allá de ser médico, era un borracho. Tenía muy mala fama porque eran bien conocidas en toda la villa marinera sus aficiones a la bebida y a las mujeres.

      Pues un borracho mujeriego me salvó y recomendó a mis padres que me dieran café. Mucho café. Me vendría bien para recuperar mi dañado sistema nervioso. Así fue como con un año de edad empecé a tomar café y esa sustancia, combinada con las huellas de la meningitis, hizo que empezara a desarrollar ciertas facultades psíquicas que posteriormente se demostraron fundamentales para la lucha contra el Maligno. Además de aficionarme al café, también comencé a leer el diario regional La Nueva España. Era el más serio de todos.

      La primera patita de la Divina Providencia me enseñó que los borrachos (y mujeriegos) eran mis ángeles de la guarda. El premio fue sobrevivir.

      

Segunda patita: la muerte

      A los cinco años comencé a asistir a funerales.

      El día del funeral de ella 150 personas me dieron el pésame, pero hubo una señora que me dijo: «Muchos éxitos».

      El día del funeral de él, mi hermana y yo nos abrazamos y pusimos los brazos en cruz para ver quién tenía más envergadura y así nos quedamos un rato... Con los brazos en cruz.

      El día del funeral de ella el cura dio un sermón muy bonito y dedicó palabras a todos menos a mí. No sabía qué decirme, quizás sabía que había visto a la Muerte una semana antes y que sé que es una peruana que anda cuidando viejos por el barrio. A la Muerte la volvería a ver varias veces a lo largo de mi vida y siempre me cayó bien, la verdad.

      El día del funeral de él soñé con que estaba en la estación de tren. No había muerto, se había ido con una amante polaca y era feliz y tenía buen color. Tenía ese color rojo en las mejillas que tienen los borrachos, pero en sano. Cuando la iban a meter en el horno crematorio, ella salió del ataúd limpia, digna y elegante como era, y con la mejor de las sonrisas me agarró de la mano mientras mi hermana y mi padre me agarraron de los pies y formamos un ente de cuatro cabezas que me tocaba cargar. Otros ya lo habían hecho antes, era un cargo rotativo.

      Caminamos y atravesamos el tanatorio, el bar de carretera, el kiosco y el puticlub hasta llegar a un descampado. Debajo de un tendejón estaban todos alrededor de un bidón ardiendo, todos los que han hecho que yo exista.

      Mi primo vestía sus botines de piel de lagarto y se notaba que estaba puesto de jaco. Mi bisabuelo arreglaba con la navaja unas madreñas. Mi güela tejía y de vez en cuando miraba, con una dulzura incomparable a mi güeli, que jugaba a las cartas con Quico... Por fin sin tuberculosis.


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