La Bestia Colmena. Pablo Und-Destruktion

La Bestia Colmena - Pablo Und-Destruktion


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La muerte es todo amor. Es una capa de la realidad llena de amor, como está lleno de lava el subsuelo. De vez en cuando hay erupciones.

      Y eso es lo que nos llega a nosotros. Es lo que nos merecemos hasta que estamos muertos.

      La segunda patita de la Divina Providencia me enseñó que todo el amor de este mundo viene de la muerte. El uno no existe sin la otra. El premio fue desarrollar un férreo sentido de la estética.

      

Tercera patita: la purga

      A los siete años estaba obsesionado con la belleza y también estaba convencido de que en el garaje donde mi padre guardaba su carro motorizado (como los que tenemos ahora, pero echando humo), un lugar sucio y cutre como todo garaje, había una puerta que daba a un jardín precioso.

      Estaba convencido de eso. Había visto, en un plano de la realidad u otro, cómo esa puerta se abría y daba a un lugar soleado y repleto de animales mansos, de árboles propios de un jardín inglés y de felicidad.

      Yo estaba seguro de que era así, pero la única puerta que había daba a un retrete lleno de mugre. Un retrete de garaje.

      Mis padres me decían que lo había soñado, pero yo sabía que no, sabía que esa puerta existía, pero que, simplemente, no me la merecía.

      Yo buscaba la belleza, sin perdón, pero lo que yo me merecía, como buen infante, era un retrete de garaje.

      Aún no me había purificado y la belleza llega cuando uno alinea sus chacras.

      Cuando somos niños vienen alineados de serie, pero eso no vale. Se tienen que desalinear para luego volver a alinearlos porque cuando uno los alinea, es cuando aparece la belleza. ¡Por eso lo de la mugre! ¡Por eso lo del garaje!

      Sabía que iba a acabar encontrando ese jardín precioso, sabía que iba a acabar mereciéndomelo. Acaté la ley que la Divina Providencia me estaba mostrando con la elegante discreción que la caracteriza.

      La tercera patita de la Divina Providencia me enseñó que si quiero encontrar la belleza, antes tengo que conocer la mugre. El premio fue perder el miedo al dolor físico.

      

Cuarta patita: la pelea

      Cuando tenía diez años, me rodearon cuatro niños en el patio del colegio porque no les gustaba que leyera La Nueva España, eran mucho más afines a La Voz de Asturias, que aún se publicaba en papel por aquella época.

      El niño 1 me empujó y caí encima del niño 2, que me volvió a empujar hacia el niño 1.

      A los laterales tenía a los niños 3 y 4 pasivos.

      Con la inercia del empujón del niño 2 (y la intervención de “ella”), le di una hostia al niño 1 en la frente y cayó desmayado.

      Todo en cinco segundos.

      Mi victoria, y que el jefe de estudios me dijera: «A ver, Tyson, ven a mi despacho» (con la consecuente mejora de la calidad de mi inminente esperma a los ojos de las chicas del colegio), no fueron suficientes recompensas, así que estuve maldiciendo con todas mis fuerzas a esos dos cabrones todos los días durante un año...

      Hasta que el niño 2, un deportista nato, guapo y salado, cayó desplomado en un parque.

      «Muerte súbita», dijo el médico. Pobres padres. Ojalá hayan rehecho su vida. Era hijo único, ellos mayores... Pero él, que se joda por haberme empujado.

      Al niño 1, por su lado, le cortaron tres dedos por un accidente de bici.

      Consideré que mi honor estaba reparado.

      Estamos en paz.

      La cuarta patita de la Divina Providencia me enseñó que hay que perseverar. El premio fue acceder al maravilloso mundo de las chicas.

      ¡Pero qué guapas son las chicas!

      ¡Y qué bien huelen! Especialmente las adolescentes, que huelen a carameli, y las ancianas que han tenido no menos de tres hijos y no menos de seis nietos (vivos o muertos), que huelen a canela.

      En cualquier caso, ambos olores están relacionados con el arroz con leche.

      

Quinta patita (o primer rabito): las queridísimas chicas

      Tras haber alcanzado el despertar sexual por medio de la violencia, como han hecho todos los seres vivos desde el principio de los tiempos, pude saborear las mieles del triunfo... Durante poco tiempo, eso sí, porque si no, me apartaría de mi verdadero destino, ese que la Divina Providencia estaba tratando de indicarme con sus lecciones. Así fue que “ella” quiso que todas mis amadas me acabaran traicionando con alegría y abundancia.

      A mi primera novia la conocí justo después de haberme vengado del niño 1 y del niño 2, a la tierna edad de 11 años. Yo la quería mucho, incluso llegué a hacerle poemas de amor. ¡Craso error! Los poemas de amor complacían a Diosle pero no a las chicas. Las chicas, en aquellos años desalmados, se reían de ti si hacías eso. Así fue y mi primera novia, con once años, se fue con un macarra sicokiler con el que estafaron a compañías de seguros, vendieron drogas, se pelearon y fueron felices según los cánones morales occidentales.

      Más adelante, tras superar esa ruptura, tuve otro enfrentamiento con un compañero de clase, Álvaro se llamaba. Él había mancillado mi honor y para poder recuperarlo tuve que ir hasta su casa. Le piqué al timbre, bajó, puse el pie entre la puerta y el quicio, le agarré de la pechera y mientras él trataba de cerrar y me molía el pie, yo le molía los dientes. Así fue como conquisté a mi segunda amada. La quería tanto que volví a tropezar con la misma piedra y le hice más poemas de amor. El resultado volvió a ser exactamente el mismo. Ella me dejó por un chico, un macarra sicokiler con el que probó el sadomasoquismo, la prostitución y la fabricación casera de metanfetamina. Por aquel entonces teníamos catorce años.

      Dieciséis, veinte, veintitrés, veintisiete, treinta. Todas mis novias fueron buenas, dulces y hermosas, pero cuando yo les transmitía toda su belleza, dulzura y hermosura, ellas chiflaban, me traicionaban y se convertían en unas víboras. No era normal. Tenían que estar bajo el influjo de alguna fuerza oscura. Algo me estaría tratando de explicar la Divina Providencia, que guiaba mis pasos.

      Así seguí durante muchos años, repitiendo el mismo patrón que me llevaba hasta el lugar de origen. Así seguí hasta que conocí a Kristina.

      —Cuca, si notas que durante la noche me vuelvo a rascar, párame, por favor. Ya sabes que si no lo haces, me rasco hasta hacerme heridas y luego se me pega la sábana a la sangre, se seca y tengo que ir con la sábana pegada hasta la ducha para que ablande y me la pueda quitar sin abrasarme. Hay veces que por no rascarme ni duermo... Vuelvo a estar azotado, ya sabes que de cuando en cuando me da. Tengo la sensación de que hay algo que tengo que conocer, pero que aún no conozco y eso me perturba mucho...Habrás notado mi taquicardia. Cuando tú la notas, yo me doy cuenta de que me había olvidado de ella. Me doy cuenta de que ya estoy acostumbrado. Para bien o para mal. Cuando te conocí, te cortejé y nos pasamos meses follando día y noche. No me picaba nada. Todo me sentaba bien.

      Y el médico dice que es una alergia alimentaria. Menuda farsa. Ya probé a dejar de comer y lo único que pasó fue que me convertí en un pringado más que no hace lo que quiere, sino lo que quiere otro, un médico en este caso. Adelgaza la voluntad y después el cuerpo. En este estricto orden. Hasta que te conviertes en un saco de huesos coordinado por la voluntad anulada de un desgraciado. Y ya que no ejerzo mi voluntad, por lo menos debería ejercer la voluntad de alguna entidad superior... ¿Te he hablado ya de la Divina Providencia? Yo creo que mis problemas se deben a una intervención de la Divina Providencia. De hecho siempre he creído que todos los problemas se deben a sus intervenciones y que están para elevarnos sobre nuestra miserable condición y acercarnos a algo que verdaderamente parta la pana. ¿Si no para qué existe la Divina Providencia? Y es evidente que existe porque Darwin le dedicó un libro entero.


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