Las mil cuestiones del día. Hugo Fontana

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      LAS MIL CUESTIONES DEL DÍA

      Trece historias de anarquistas

      Montevideo, setiembre de 2014

      «Solo estamos vencidos en lo inmediato».

      VÍCTOR SERGE

      LOUISE MICHEL (1830-1905)

      El poder es una cosa maldita

      «Lo bello solo tiene una forma, lo feo tiene mil».

      Víctor Hugo

      En el departamento francés de Haute Marne, en el castillo de Vroncourt construido en el siglo xvii y propiedad de Etienne Charles Demahis, el 29 de mayo de 1830 nació la niña Louise Michel, hija de la sirvienta Mariana Michel y, se supone, del propio Demahis, aunque hay quienes dicen que el verdadero padre pudo haber sido el hijo de Etienne, Laurent. Lo cierto es que la niña crecerá en un ambiente amable y culto, y pronto llamará «abuelos» a Etienne y a Carlota, su esposa. El señor es un liberal compenetrado con las ideas de Voltaire y de Rousseau, que la introducirá en la lectura de estos y otros autores desde su infancia. Ya en su adolescencia, Louise escribirá sus primeros poemas («En Clermont, cerca de mi ventana/ florece un gran rosal blanco./ Al abrirse la flor aparecen/ en sus pétalos manchas rojas de sangre») y alguna que otra narración que luego destruirá avergonzada.

      En 1850 muere Demahis y cinco años más tarde, Carlota. Para ese entonces Louise había comenzado sus estudios para ser maestra. La naturaleza le había otorgado el don de la inteligencia pero ningún otro atributo físico más que la fealdad. Tenía la frente demasiado alta, los ojos demasiado chicos, una nariz demasiado larga, una boca importante que luciría siempre una sonrisa débil y enigmática, a veces parecida a las pintadas por Leonardo, el mentón ligeramente hundido y un cuerpo flaco en el que era difícil distinguir alguna forma femenina.

      A los 23 años trabaja como institutriz en Audeloncourt, Clefmont y Millières (Haute Marne), se escribe con Víctor Hugo, a quien envía una y otra vez sus poemas y artículos, y sueña con ir a París, donde Luis Bonaparte ha dado su golpe de Estado, autoproclamándose Napoleón III y fundando el segundo Imperio.

      Para esa muchacha de provincia, establecer una correspondencia regular con Hugo es todo un acontecimiento que la llena de orgullo. Él es una gloria viviente que ya ha publicado algunas de sus novelas más importantes (entre ellas El último día de un condenado a muerte y Nuestra Señora de París), que ha revolucionado el teatro francés con obras como Hernani y El rey se divierte, y conmovido a todos sus compatriotas con su encendida poesía. Cuando Louise finalmente arribe a la capital, será el primer hombre que conozca, lo frecuentará en su casa, donde él mantiene muchos amoríos y su esposa no le va en zaga, y donde, ella así está convencida, podrá develar todos los misterios de la creación literaria.

      Pero París es hostil. Para conseguir un puesto de maestra, debe jurar fidelidad a Napoleón III, requisito al que se niega. Dará entonces clases de literatura y de geografía en centros informales, pero poco después regresará a Vroncourt, donde permanecerá durante aproximadamente un año. Hay quienes dicen que la razón de este inesperado retorno se debe a que su madre ha caído enferma, pero también hay quienes murmuran que está embarazada de Hugo, quien es veinticinco años mayor que ella, y que ha vuelto al solar natal para tener un hijo.

      La vida y la libertad

      En 1856 está de nuevo en París, de donde no saldrá durante los siguientes quince años, y en los que se dedica de lleno a la enseñanza en los barrios más pobres de la ciudad y en las llamadas escuelas libres. Es austera y lo será hasta el último de sus días; ha aprendido que la generosidad es la mayor virtud que puede poseer un ser humano y da todo lo que tiene; quiere desempeñarse dentro de un sistema pedagógico que privilegie el conocimiento y la libertad como valores esenciales. La miseria recorre las calles parisinas y los medios políticos son un hervidero de ideas en el que predominan las de carácter republicano, que desprecian el reinado de Bonaparte III. Ello ocurre en París pero también en el resto de Francia, y los movimientos revolucionarios se extienden por toda Europa.

      Louise ha decidido convertirse en una suerte de célibe y, además de su fealdad, se siente ayudada por su obstinación. En esos años es cortejada por un oficial del ejército, al que rechaza una y otra vez. El militar insiste y le promete toda clase de ventajas, pero ella le responde:

      —Escuche, señor, he jurado no casarme nunca. La vida casera me horroriza y por muy tentadora que sea su situación no tengo la menor ambición de ser un día «la Señora Generala». Pero si quiere hacer usted un sacrificio, yo haré otro y seré suya.

      —Diga, hable, estoy dispuesto a obedecer —le contesta el oficial.

      —Arriesgue usted su vida y yo arriesgaré mi libertad.

      —Mañana, si es necesario, querida amiga.

      —¿Sí?... Pues mate usted al emperador.

      Pero el emperador caerá por sus propios errores. En julio de 1870 le declara la guerra a Prusia, pensando que podrá vencer al enemigo en pocas semanas, pero las tropas comandadas por el canciller Otto von Bismarck derrotarán a los franceses en una breve cadena de batallas, poniendo sitio a París durante cuatro meses, desde setiembre de 1870 a enero de 1871. Mientras los habitantes entablan una dura resistencia, lo que queda del segundo Imperio se refugia en Versalles, donde Bismarck proclama a Guillermo i de Alemania como nuevo emperador. El resultado: más de un millón de hombres movilizados entre ambos bandos, ciento cuarenta mil muertos y casi medio millón de prisioneros. Y Alemania unificada. Y las provincias francesas de Alsacia y Lorena, ricas en carbón y hierro, en manos de Bismarck.

      Pero París no se rinde y ha dejado de desobedecer a los improvisados gobernantes. La nueva Asamblea Nacional y el gobierno provisional de la República, presidido por Adolphe Thiers y refugiado en Versalles, negocia con los prusianos mientras los obreros parisinos comienzan a organizarse libremente en lo que se conocerá como la Comuna de París, que se extenderá desde el 18 de marzo hasta el 28 de mayo de 1871. En esas semanas, la Comuna decreta la autogestión por parte de los obreros de las fábricas abandonadas por sus dueños, prohíbe el trabajo nocturno, forma una guardia nacional integrada por todos aquellos que puedan portar armas, crea guarderías para los hijos de las obreras, establece la laicidad del Estado y la obligación de las iglesias de participar en todas las tareas sociales, ordena el cierre de las casas de empeño, condona los alquileres impagos y cancela los intereses de las deudas. Y por si fuera poco, quema en público la guillotina.

      De inmediato, los versalleses le declaran la guerra, apoyados por Bismarck, quien abandona el sitio y permite que Thiers envíe sus tropas y ocupe su lugar. Los combates se hacen feroces, hasta llegar a lo que se conoce como la Semana Sangrienta, ocurrida entre el 21 y el 28 de mayo: los comuneros caen en desigual combate, con un número de más de treinta mil muertos, otros tantos heridos y miles de detenidos. Louise estará en todos los frentes, organizando a las milicias pero también tomando, fusil en mano, parte activa de la defensa. Tras varias batallas en las que participa directamente, el 1. º de abril el Journal oficial de la Comuna titula: «Una enérgica mujer ha estado combatiendo en las filas del primer batallón y ha aniquilado a varios policías y soldados».

      Simultáneamente, es electa al frente del Comité de Vigilancia femenino, desde el que moviliza mujeres en apoyo de la Comuna y organiza un servicio de guardería infantil para doscientos niños de la capital. Recluta personal para el servicio de ambulancias, incluso entre las prostitutas, preguntándose que quién más que estas mujeres, «víctimas lastimosas del viejo régimen», tienen derecho a dar su vida por el nuevo. Y además se enamora perdidamente de Teófilo Ferré, un muchacho diez años más joven que ella, y así se lo hace saber. Teófilo,


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