Las mil cuestiones del día. Hugo Fontana

Las mil cuestiones del día - Hugo Fontana


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los condenan a la guerra».

      Y de nuevo los pulmones. Y ese cansancio despiadado. Se acerca 1905. Se embarca en Argelia y da conferencias en Bouches du Rhone, en la Costa Azul, en los Bajos Alpes. Agonizante, es trasladada a Marsella. El 10 de enero llega la muerte. En la capital francesa, sus compañeros han empapelado los muros con carteles que rezan: «Pueblo de París, Louise Michel ha muerto». Allí, miles y miles de personas salen a la calle para acompañarla al cementerio de Levallois, donde descansará para siempre junto a su madre y a su amado Teófilo Ferré.

      ¡Toca a muerto, campana!

      En el libro A través de la vida, Louise Michel escribió un poema dedicado a la viuda de August Spies, uno de los anarquistas ejecutados en Chicago tras los episodios del 1.º de mayo de 1886.

      Vibra, campana, en el espacio,

      y, lentamente, toca a muerto…

      Son las bodas rojas que pasan.

      La muerte está de púrpura vestida

      y de llama también es la nube…

      ¡Toca a muerto, campana!

      A muerto…

      Carcomido, el Estado se rompe y se deshace.

      Toda la etapa humana está de pie, es el tiempo

      en el que se desmoronan las viejas imposturas.

      Un soplo de epopeya llena de huracanes,

      ¡campana, campanita, suena en el viento!

      Para que sea libre la tierra,

      los bravos ofrecen su sangre.

      Por doquier es rojo el sudario

      y la muerte los va agitando.

      En sus manos hay una bandera

      púrpura en el sol levantan.

      ¡Hombres, cubrid toda la tierra!

      ¡Campana, vibra y amenaza!

      Para que el germen poderoso

      de la idea crezca como la mies,

      que la muerte, gigante sembradora,

      Haga con sus tumbas los surcos…

      ¡Toca, campana! ¡Vamos a segar!

      La sangre ya florece en la venganza

      como el agua da flores a la hierba.

      Llegará pronto la Liberación,

      Pronto, con las rojas cosechas…

      Que son las bodas más hermosas,

      las rojas bodas de la muerte.

      Heroína mayor

      En diciembre de 1871, en su autoexilio belga tras los enfrentamientos que había mantenido con Napoleón III, y con motivo del juicio en el que Louise Michel fue condenada al destierro, Víctor Hugo escribió un poema titulado en francés Viro Major, cuya traducción al castellano se conoce como Heroína mayor.

       Habiendo visto la inmensa masacre, el combate,

       el pueblo en su cruz, París en su jergón,

       la formidable piedad estaba en tus palabras.

       Hacías lo que hacen las grandes almas locas,

       y, deja de luchar, de soñar, de sufrir,

       di: «Yo maté», pues querías morir.

       Terrible y sobrehumana, mentías contra ti,

       Judith, la sombra judía, Aria, la romana,

       aplaudiendo mientras hablabas.

       Tú decías a los graneros: «¡Yo quemé los palacios!».

       Tú glorificaste a los que aplastados hollan el suelo patrio.

       Gritaste: «¡Yo maté! ¡Que me maten!». Y la muchedumbre

       escuchaba a esta mujer altiva acusarse.

       Parecías enviar un beso al sepulcro;

       tu mirada fija examinaba a los lívidos jueces;

       y tú soñabas semejante a las graves Euménides.

       La muerte pálida estaba de pie detrás de ti.

       Toda la vasta sala estaba llena de terror,

       pues el pueblo sangrante odia la guerra civil.

       Afuera se escuchaba el rumor de la ciudad.

       Esa mujer escuchaba a la vida en sus confusos ruidos,

       de arriba, en austera actitud de rechazo.

       No daba la impresión de comprender otra cosa

       que una picota dirigida por una apoteosis

       y, encontrando la noble afrenta y el bello suplicio,

       siniestra, ella apresuraba el paso hacia la tumba,

       Los jueces murmuraban: «¡Que muera! Es justo,

       ella es infame. Al menos que no sea augusta»,

       decía su conciencia. Y los juzgan, pensativos,

       delante sí, delante no, como entre dos arrecifes,

       titubeando, mirando a la severa culpable.

       Y los que, como yo, te conocen incapaz

       de todo lo que no es heroísmo y virtud,

       que saben que si te decía: «¿De dónde vienes tú?»,

       tú respondías: «Yo vengo de la noche donde se sufre:

       sí, ¡yo salgo de la tarea del que hace un abismo!».

       Aquellos que saben tus versos misteriosos y dulces,

       tus días, tus noches, tus curas, tus llantos entregados a todos,

       te olvidas de ti misma para socorrer a los otros,

       tu palabra semejante a las llamas de los apóstoles.

       Aquellos que conocen el techo sin fuego, sin aire, sin pan,

       la cama de lona con la mesa de pino.

       Tu voluntad, el orgullo de mujer popular.

       El áspero enternecimiento que duerme bajo tu cólera.

       Tu larga mirada de odio a todos los inhumanos,

       y los pies de los niños calentados por tus manos:

      


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