Las mil cuestiones del día. Hugo Fontana

Las mil cuestiones del día - Hugo Fontana


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europeas están tras sus pasos. «Yo hubiera tenido que nacer en algún rincón de los bosques norteamericanos, entre los colonos del Far West, allí donde la civilización está todavía empezando..., y no en una sociedad burguesa organizada», escribe entonces.

      Un periódico que se edita en Colonia y que dirige Marx difunde la versión de que la escritora George Sand ha dicho que su amigo Bakunin es en realidad un agente al servicio del zar Nicolás, y el infundio provoca que sus compañeros se distancien momentáneamente de él. De inmediato envía un emisario para que aquel se retracte, cosa que ocurre a los pocos días. Ambos se cruzan en Berlín.

      —Debes saber que me encuentro ahora a la cabeza de una sociedad comunista secreta —le comenta Marx con sorna—, tan bien disciplinada que si yo hubiera dicho a uno de sus miembros «Ve y mata a Bakunin», te hubiera matado.

      —Si tu sociedad secreta no tiene otra cosa que hacer que matar a las personas que no le gustan, no puede ser otra cosa que una sociedad de sirvientes o de fanfarrones ridículos.

      Finalmente, en la madrugada del 9 al 10 de mayo de 1849 es detenido en Chemnitz. Las autoridades sajonas lo condenan a muerte, pero luego deciden enviarlo a Austria, donde lo espera otro juicio; allí conmutan la pena capital por la de trabajos forzados a perpetuidad. Durante semanas enteras en que es trasladado de un presidio a otro y en que la policía teme constantemente que sus compañeros hagan cualquier cosa por liberarlo, nadie conoce su paradero ni sabe nada de su estado de salud. Finalmente, en la prisión de Olmütz, donde permanece seis meses encadenado a una pared, es entregado a una comitiva rusa. El oficial austriaco exige que le devuelvan las cadenas y que los rusos lo engrillen con las suyas.

      —Eh, muchachos, volver a casa, saberlo, y morir —dice Bakunin con una sonrisa en su demacrado rostro.

      —Está prohibido hablar —le responden, cortantes, los agentes.

      En mayo del 51, la fortaleza de Pedro y Pablo en San Petersburgo recibe a un nuevo inquilino. Mijaíl está de nuevo en su tierra. Lo esperan seis brutales años de prisión y otros cuatro de exilio en Siberia. Su vida está por empezar.

      Soy un hombre feliz

      Durante meses sus correligionarios dan por cierto que Mijaíl ha muerto y lo incorporan a la iconografía de mártires revolucionarios («apenas acababa de llorar a nuestro amigo Bakunin», se lamenta Proudhon en carta a Herzen). Recién en noviembre del 51 sus hermanos Nicolai y Tatiana son autorizados a visitarlo. «Oh, amo a Misha con toda la fuerza de mi alma», cuenta Tatiana a Pavel tras confesar que no ha querido informarle de algunas desavenencias que por entonces dividen a la familia.

      En febrero de 1854 le permiten escribir tres cartas a sus hermanos. En ellas da cuenta de su deplorable estado de salud: «Se trata, creo, de hemorroides, complicada por otras cosas que ignoro; los dolores de cabeza no me abandonan ya casi ni un momento; mi sangre está en total rebelión, me sube al pecho, a la cabeza y me ahoga y me dificulta la respiración durante horas enteras, y oigo casi siempre en mis oídos un ruido semejante al producido por el agua al hervir; dos veces al día, sin falta, tengo fiebre, antes de mediodía y por la tarde, y durante el resto del día me atormenta un malestar interno que me quema el cuerpo; [...] la única ocasión en que he podido verme en un espejo, me encontré horrorosamente feo». Se debate con ferocidad ante el aburrimiento y la inmovilidad, relata su intención de sobrellevar con dignidad las horas de encierro, pero confiesa que quisiera morir veinte veces cada día. Tiene dos objetivos que lo ocupan de modo constante: la libertad o el suicidio.

      Un mes más tarde es llevado a la fortaleza de Schlusselburgo, donde las condiciones no mejoran sustancialmente, aunque ahora le permiten que su hermano le lleve algunos libros, y lo dejan dar un paseo diario y tomar un vasito de vodka antes de cada comida. Lo desespera la falta de tabaco, y pronto será víctima del escorbuto, lo que le provoca terribles dolores y la pérdida de toda la dentadura.

      A comienzos de 1855 y tras la muerte de Nicolás I, sube al trono de Rusia el zar Alejandro II. La familia Bakunin se apresura a pedirle al monarca el indulto para Mijaíl, pero el zar lo descarta de plano. Las peticiones se suceden una tras otra sin la menor fortuna; él le ruega a su hermano que, en caso de no serle concedida la libertad, le haga llegar veneno a la cárcel. Recién en marzo de 1857 el emperador conmuta la pena de prisión por el exilio de por vida en Siberia. Unas semanas más tarde es llevado a Tomsk, una región fabril donde conoce a una familia polaca, los Kwiatkowski, que trabajan en la industria del oro. Mijaíl da clases de francés a las dos hijas. Una de ellas se llama Antonia, y el 28 de marzo de 1858 él escribe a su madre una breve esquela: «Dame tu bendición, quiero casarme. La joven que ha aceptado unir su suerte a la mía es instruida; es buena y noble; te envío su retrato».

      Tiempo después el matrimonio se establece en la ciudad de Irkutsk, en la Siberia oriental. Desde allí escribe a su viejo amigo Herzen, en Londres. Le cuenta que hace ya dos años que se ha casado, que es un hombre feliz, pero que está dispuesto a arrojarse a sus viejos pecados en cuanto se presente la ocasión. «Puedo repetir las palabras de Fausto: soy demasiado viejo para contentarme con jugar, demasiado joven para haberme quedado sin deseos».

      En junio del 61 deja la ciudad por unos días, con el pretexto de hacer un viaje de estudios por el mar de Amur. Apenas llega al puerto sube a una pequeña embarcación, y cerca de la costa logra abordar un velero americano a punto de poner proa a Japón. Cuando las autoridades se percatan de lo sucedido, envían un vapor en su persecución, pero ya es muy tarde. El luchador está en altamar llenando sus enormes pulmones de un aire nuevo y liberador.

      En octubre llega a San Francisco. Atraviesa California rumbo al sur, cruza Panamá, se embarca hacia Nueva York y antes de fin de año arriba a Boston. Se contacta allí con algunos conocidos. Es un invierno muy frío, pero la luz del Atlántico lo conmueve y lo llena de ansiedad. Por fin, en la mañana del 27 de diciembre desembarca en Liverpool y antes de caer la noche está en Londres. Allí lo recibe Herzen. Allí Mijaíl quiere recomenzar su lucha. Siente que ha nacido por segunda vez.

      La amante del volcán

      En la habitación que ocupa, llena de humo de la noche a la mañana, Bakunin recibe a toda hora a una pléyade de eslavos y polacos, de ingleses y rusos, con quienes discute y propone, con quienes elabora y sueña. Tiene algunos objetivos básicos: la organización de polacos y eslavos, la creación de una federación eslava libre que englobe a la vieja Rusia, la destrucción del Imperio austriaco. Escribe decenas de cartas al día, se comunica con uno y otro punto del continente, redacta innumerables artículos para diversas publicaciones que recién serán publicados en libro tras su muerte (solo Dios y el Estado, primera edición en francés, 1871, y Estatismo y anarquía, en ruso, 1873, fueron editados en vida del autor, además de algunos folletos) y al caer la tarde hay sobre su escritorio infinidad de montoncitos de tabaco, cenizas sobre todos los papeles, ceniceros eternamente repletos, seis, siete, ocho tazas de té con restos de líquido, varios azucareros vacíos, una caldera donde se enfría el agua para sus infusiones.

      Por esos mismos meses se crea en San Petersburgo una sociedad secreta conocida como Tierra y Libertad. Sus organizadores se ponen en contacto con él, inspirados en su figura y pensamiento, y pronto lo convencen del poderío de la organización clandestina. Los planes de esta prevén levantamientos populares en varias ciudades importantes de Rusia y en particular en Varsovia, donde los polacos siguen soñando con liberarse del yugo zarista. Una vez alcanzada la derrota del Imperio, la primera medida a adoptar será la abolición de la propiedad privada. «La tierra debía pertenecer a todo el pueblo», comenta el historiador Thomas Masaryk, legitimándose el mir, suerte de propiedad comunal. La propiedad privada se tendría únicamente «en usufructo y, tras la muerte del usufructuario, revertiría al mir. Como todos los individuos pertenecían a una comunidad local, la república social y democrática rusa adoptaría la forma de una unión federal de comunidades locales». A nivel social, y también siguiendo el pensamiento bakuninista, además de abolir el derecho a la herencia, también se aboliría la patria potestad y se prestaría especial énfasis a la igualdad de los derechos de la mujer.

      De inmediato


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