La vida es un arma. Gerardo Garay
su procedencia, ya que «[…] vienen del pasado, de épocas en que la humanidad era más bárbara, y todavía, dentro de aquellas épocas, fueron obra de los hombres más inmorales, de los llamados hombres de acción, dueños del oro y de la política». En segunda instancia, porque su legitimidad está apoyada en las fuerzas armadas, «su prestigio es la obediencia de los que no tienen fusil». Su misión es conservar el poder a los que lo gozan. Por último, no tiene otro «objeto» más que «defender la propiedad».
En Lo que son los yerbales, describe la escandalosa situación de los trabajadores y concluye lamentándose, «nada hay que esperar de un Estado que restablece la esclavitud, con ella lucra y vende la justicia al menudeo». En conclusión, la ley estatal, la regla, «es la mentira, porque es la inmovilidad», la ley es una relación, no una realidad:
«Marcar el paso no supone avanzar. En táctica, equivale a suspender la marcha y simularla agitando las piernas sin adelantar un centímetro. Símbolo curioso. La existencia de la ley no supone una realidad concreta».
La clásica distinción entre ley natural y ley política preocupó a muchos anarquistas en el siglo XIX; para Bakunin, por ejemplo, no podemos desobedecer las leyes naturales «porque constituyen la base y las condiciones mismas de nuestra existencia»; somos esclavos de esas leyes naturales, pero nada hay de humillante en eso ya que no es un amo exterior, sino que son inherentes a nosotros, según Bakunin «constituyen todo nuestro ser». Barrett se hace eco de esta idea, distingue entre «ley natural» y «ley creada por los hombres»; aclara que si el ordenamiento social y político obedeciera a normas del primer rango, entonces «se cumplirán por sí solas, queramos o no»; en cambio «es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales, […] Una ley que necesita del gendarme usurpa el nombre de ley. No es la ley: es una mentira odiosa» Nuestras leyes son contrarias «a la índole de las cosas»; las armas tratan de detener «el empuje invisible de las almas».
El anarquismo como liberación de todo determinismo.
Sin embargo el propietario cree que la Historia está clausurada, «[…] Está persuadido de que la humanidad ha alcanzado su meta; de que el orden actual es inmejorable, de que no hay nada que añadir a la historia, de que no queda espacio en que avanzar». «El poseedor […] está persuadido de que él es la patria, la sociedad y el planeta, inmóviles en su beatitud de cosas intangibles».Y esta convicción repercute en el ánimo de los desposeídos que, como padeciendo una enfermedad colectiva, caen presos de la resignación:
«¡Ojalá fuera el culpable un hombre, uno solo, por poderoso y alto que fuera! Eso se suprime. Por desdicha, la enfermedad es colectiva. Las masas sociales se han impregnado de la sombra hereditaria proyectada sobre el país por una espantosa sucesión de tiranías y de catástrofes. Las almas se han teñido de la melancolía fatídica de la resignación».
Por eso, para Barrett el determinismo más peligroso radica en la convicción, arraigada en muchas personas, de que es mejor no actuar, una especie de «resignación de los de abajo»; personas «inteligentes», «ingeniosas y sutiles como todos los oprimidos», pero que «su misma inteligencia les aconseja la pasividad, el desdén, el estoico silencio. Están enseñados por la historia de tres siglos». La vida política en Paraguay se ha tornado un círculo vicioso, utiliza metáforas del orden de la naturaleza que le sirven para exhortarnos a superarnos constantemente y para exigirnos pensar otros modos de vida y organización política y social:
«Existe una experiencia clásica, la de las orugas en el borde de un vaso. Anhelan escapar, y no se les ocurre abandonar el borde. Dan vueltas y vueltas […] hasta que caen extenuadas. Un sabio supone que no conocen más que una dimensión del espacio, y que por eso están condenadas a no salir de su línea. Nos conviene meditar la experiencia y refrescar en nuestro espíritu las dimensiones del universo, la vertical, sobre todo».
El anarquismo contribuye a la desestructuración de ese círculo vicioso, es la liberación de todos los determinismos, liberación de la legalidad de los gobiernos así como también de la democracia burguesa, porque «[…] ¿acaso la tiranía no es compatible con el sufragio universal? La América Latina sabe algo de eso. ‘No existen gobiernos liberales, apunta Proudhon; no existe sino el gobierno o la negación del gobierno; fuera de ahí, nada’. O mandamos o no mandamos».
A Barrett le es suficiente el sentido etimológico del término para adherir a la causa anarquista: «ausencia de gobierno. Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo». El «libre examen» es la base de la prosperidad intelectual y no la apelación a una autoridad, la ciencia moderna es ejemplo de ello, «la ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica?
Para él todas las instituciones son injustas, pero insiste en que tanto para destruirlas como para vivir sin ellas es necesario educarnos y cultivar una virtud superior y confiar en que, dadas condiciones mejores, en un futuro cercano, se convierta en nuestra espontánea naturaleza.
Más allá de la complejidad de la vida social y política, de los insondables intereses que mueven las acciones humanas, para Barrett, la constatación básica que muestran los conflictos humanos tiene que ver, directa o indirectamente con la afirmación de la vida: «Hoy como siempre la ley del mundo es la fuerza. Los intereses unen, pero los intereses pasan, y queda la irreductible ferocidad de la lucha por la vida». Y esta lucha por la vida atraviesa las clases sociales: «[…] las víctimas son siempre las mismas; los vencedores son siempre los mismos. No hay más que un combate: el de los de arriba con los de abajo».
Y en esta lucha es importante no adaptarse pasivamente ni a las leyes naturales y mucho menos a las sociales, «el altruismo está fuera de las leyes», venimos al mundo para «humanizar el universo» y nuestro primer aporte debe ser rebelarnos. La rebeldía es el movimiento primario, fundante de un orden nuevo, superior:
«Adaptarse a las leyes físicas, ser un conjunto de leyes físicas equivale a desaparecer. Adaptarse a las leyes tácitas o escritas de la sociedad en que estamos es desaparecer también. Hemos venido a ella para entregar nuestro genio a la obra común, y el genio es rebeldía. Es la rebeldía la que funda el orden superior […]».
La opción decidida por la intervención humana en el curso de la historia opera en su discurso como invitación tajante a jugarse por uno de los pares de opuestos que presenta como tensiones básicas: los de arriba-los de abajo, gobernantes-gobernados, propietarios explotadores-obreros, negadores de la vida y el cambio-defensores de la vida, fuerza que busca liberarse, rebeldía. El carácter dilemático de esta presentación debe entenderse en un contexto de radicalización de los conflictos y como intención de concientizar para la liberación de todo determinismo histórico, de toda ley humana o divina que tienda a sacralizar las relaciones de dominación. La exhortación a la rebeldía nos recuerda las páginas de Bakunin, pero especialmente a Proudhon en el empleo dilemático del método dialéctico. Tomando distancia de Hegel y su concepción triádica de la realidad en tesis, antítesis y síntesis como solución superior de estas tensiones, Proudhon afirma que las oposiciones y las antinomias son la estructura misma de lo social, y que su resolución en una síntesis, además de falsearla, destruye la realidad misma; es preciso no obstante encontrar o construir un equilibrio funcional capaz de hacer convivir aquellas tendencias de por sí contradictorias.
Despreciar la política
Una estrategia posible que propone para la coyuntura paraguaya es la de despreciar la política. El «virus político» consiste en participar en el juego de repartos de poder, ese es su único fin, no construye poder colectivo de base popular:
«El único tratamiento, ante quiste tan colosal, inextirpable e irreductible, es producir la proliferación de células normales. Es necesario aislar el tumor, impedir que concluya devorándonos, detenerle mediante una barrera infranqueable, un cordón sanitario más y más robusto compuesto de elementos no políticos. En resumen, es forzoso desinfectar la generación presente, y educar la generación