La chica de ayer. Anne Aband

La chica de ayer - Anne Aband


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      —Chicos, tranquilos, que ya hemos llegado. —Juan paró el coche y miró a Elena. Ellos todavía no estaban muy decididos, así que invitó a la chica a dar un paseo dándoles intimidad a la pareja de atrás. Nico le guiñó un ojo.

      Los besos pasaron a ser más ansiosos y no en la boca. Nico recorrió su cuello, le desabrochó la camisa y se apoderó de sus pechos. La recostó en el asiento trasero y se puso encima, dentro del poco espacio que tenían. Aunque algunas de su clase siempre le habían dicho que si era una fresca o una zorra, en el fondo no dejaba de ser una chica de dieciséis años. Pero deseaba estar con él, así que siguió adelante. Habían colgado la manta del coche de los reposacabezas y les daba un poco más de intimidad. Nico metió la mano en sus bragas y empezó a acariciarla hasta conseguir que se empapara más de lo que estaba. Se notaba que tenía experiencia.

      —¿Lo hacemos? ¿Quieres? —susurró Nico en su oído. Ella asintió.

      Entonces él se sentó y bajó la cremallera de sus pantalones. Se sacó el pene erecto mientras Eva lo miraba sin saber qué hacer.

      —Ven, quítate las bragas y siéntate encima de mí, es lo más cómodo. Eres muy alta.

      Ella pasó las piernas y se quedó de rodillas sobre él, con su erección llamándole a la puerta.

      —¿No tienes un preservativo? —dijo ella.

      —Tranquila, yo controlo —contestó él.

      Así que ella se introdujo el pene dentro, con un pequeño dolorcito al principio y luego con suavidad se fue moviendo. Él besaba y mordisqueaba sus pechos desnudos mientras ella se movía cada vez más deprisa. No era su primer orgasmo, pero seguramente sería el más espectacular.

      Finalmente, ella terminó y él la levantó, la puso en el asiento y empujó su cabeza para que ella chupara su miembro. Ella sintió algo de asco, pero al final se lo hizo y él se corrió en su boca.

      Eva se abrochó y abrió la puerta del coche para escupir el contenido de su boca. La otra parejita no había vuelto todavía y se quedaron sentados en el asiento trasero. Se puso las braguitas mirando a Nico, que estaba apoyando en el respaldo con los ojos cerrados y el pene fláccido. Pensó que su primera vez había sido maravillosa.

      Diciembre 1993

      —¡Eva!, te llaman al teléfono —gritó Vivian desde la cocina.

      La joven bajó las escaleras de la casa cargada con su pequeña pateadora y se la dejó a su tía. Esta le dio un par de besos de esos sonoros y llenos de amor como solo ella sabía darlos. Se llevó a la pequeña Violeta al comedor y dejó a Eva en la cocina, sujetando el teléfono. Imaginaba que sería su padre para felicitarle las Navidades. Era con el único que hablaba.

      Durante unos segundos, Eva se acordó de todo, aunque habían pasado dos años, casi tres, cuando les dijo a sus padres que estaba embarazada, cuando su madre le soltó un tortazo y después se fue a llorar, quejándose de la vergüenza que iba a pasar delante de sus amigas. Su padre se había quedado estupefacto. Reaccionaron unos días más tarde enviando a su hija a Francia, con la tía Vivian, quitándose de en medio un problema, o mejor dicho, dos, de un solo plumazo.

      Eva se sentía triste a veces. Su padre la llamaba para su cumpleaños, para Navidades y algún día suelto, eso sí, a escondidas de su digna madre. No tenía ni idea de qué les había contado a sus amigas. Y le importaba bien poco. Aquí, en Pontoise, era muy feliz viviendo con su tía y su pareja, Caroline. De hecho, nunca se había sentido tan querida. Incluso se había matriculado en la universidad Inter-Ages para cursar Enfermería

      —¿Sí? —contestó expectante. En el fondo, esperaba esa llamada que le diría que volviera, que la echaban de menos y que siempre la habían querido. Menos mal que se escribía muy a menudo con Elena.

      —Eva —se oyó un fuerte suspiro—, soy tu madre. Tu padre ha muerto.

      —¿Qué? ¿Cómo? —Eva estaba en shock.

      —Veo que vivir allí no te ha hecho ser más lista. En dos días es el entierro, así que díselo a tu tía y venís aquí, pero sin la niña. Adiós.

      Eva se quedó sosteniendo el teléfono sin poder reaccionar. Caroline y Vivian habían escuchado la fuerte voz de su cuñada y no podían creer lo que habían oído.

      Vivian se acercó a Eva y la abrazó. Ambas habían perdido a alguien a quien querían. Hicieron una pequeña maleta para salir al día siguiente. Eva no podía dejar de llorar por su padre, por la crueldad de su madre y por lo triste de la situación. Seguramente su presencia era requerida para mantener las apariencias.

      Caroline se quedaría con la pequeña Violeta, que ya estaba acostumbrada porque Eva asistía a clases y trabajaba los fines de semana en una cafetería, ya que sus padres no le pasaban ningún dinero. De todas formas, ella quería mantenerse por sí misma.

      Sacaron los billetes de tren para el día siguiente. Demasiado tiempo como para no pensar, demasiado doloroso como para no recordar el viaje de ida, sola y sin comprender cómo sus padres podían echarla de casa. No les dijo quién era el padre del bebé, al fin y al cabo, después de hacerlo en el coche de su amigo, no había vuelto a saber de él. Nico se fue de vacaciones a Salou y no la llamó ni una sola vez. Juan tampoco llamó a Elena, pero a ella no le importó, no se había entregado al chico.

      Decepción tras decepción, Eva se volvió callada y solitaria. Le costó mucho tiempo y esfuerzo a su tía Vivian que se abriera a la alegría de ser madre y a otra vida con nuevas oportunidades. Cuando comprendió que en Pontoise podía comenzar desde cero y ser la persona que quisiera, las cosas cambiaron.

      El parto fue fácil y nació una preciosa niña rubia, con los ojos claros como su padre. Eva se enamoró perdidamente de su hija y la amó desde el segundo en que la tuvo en sus brazos. Después de nacer Violeta, convalidó sus estudios, los retomó; sus tías se lo hicieron fácil, como debían haber hecho sus padres. Incluso se hizo amiga de dos chicas estupendas y tonteó con algún chico sin plantearse algo serio. No tenía ninguna gana de tener novio.

      Su padre sabía que había comenzado Enfermería, ¿lo sabría su madre? ¿Sabría que había cambiado? Para el viaje se puso un elegante traje. Eva había engordado algo al principio del embarazo, cuando se refugió en la comida, y luego tras el parto. Aunque en los últimos meses había perdido algo de peso, seguía curvilínea, aunque bien proporcionada.

      Llegaron agotadas a Zaragoza, pero en lugar de ir a su antigua casa, se fueron a dormir a la de Elena, que ya les había preparado una habitación. Las amigas se abrazaron llorando al verse de nuevo. El verano anterior Elena había ido a verla a Pontoise y habían pasado un par de meses visitando la zona, el Museo Pisarro, lleno de pintura impresionista, asistiendo los conciertos al aire libre o viendo el viejo castillo. La echaba mucho de menos.

      —¿Qué tal estás, Eva? —Elena era ahora una preciosa joven casi tan alta como ella, con el sueño de ser estilista casi cumplido. Había empezado a estudiar en una prestigiosa escuela y sabía que su futuro estaba en la asesoría de moda. Le iba mucho.

      —Bien. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar. —Suspiró. Ya no le quedaban lágrimas o eso pensaba.

      —No sabía que tu padre estuviera enfermo. Ya sabes que tu madre…

      —Sí, ya sé cómo es mi madre —interrumpió Eva—. Voy a llamarla y a decirle que iremos mañana al entierro.

      —Si quieres ir a dormir a tu casa, no hay problema.

      —Ni de coña. Me quedo aquí, si no te importa. Nos quedamos aquí.

      —¿Has pensado en decirle algo a Nico, ya que has vuelto?

      —No, como me comentaste, él está casado. Ni siquiera sabía que yo tenía dieciséis años cuando me acosté con él. Si quisiera, incluso podría denunciarle por hacerlo con una menor, pero ¿para qué? Soy feliz allí.

      —Te


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