El Cristo Universal. Richard Rohr

El Cristo Universal - Richard Rohr


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teológicamente aquí.

      UNO

      Cristo No Es el Apellido de Jesús

      “En el principio creó Dios los cielos y

      la tierra. Y la tierra estaba desordenada

      y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el

      Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y Dios

      dijo: sea la luz; y fue la luz”

      —Génesis 1:1-3

      A través de las 30.000 variedades aproximadas de cristiandad, los creyentes aman a Jesús y (por lo menos en teoría) parecen no tener problemas aceptando su completa humanidad y su completa divinidad. Muchos expresan una relación personal con Jesús —tal vez un destello de inspiración de su íntima presencia en sus vidas, tal vez miedo a su juicio o ira. Otros confían en su compasión, y a menudo lo ven como una justificación para sus visiones del mundo y políticas. Pero ¿cómo podría la noción de Cristo cambiar toda la ecuación? ¿Es Cristo el apellido de Jesús? ¿O es un título revelador que requiere toda nuestra atención? ¿Qué significa en las escrituras cuando Pedro dice, la primera vez que se dirige a las multitudes después de Pentecostés, que “Dios ha hecho a este Jesús… tanto Señor como Cristo” (Hechos 2:36)? ¿No fueron siempre uno y el mismo, comenzando en el nacimiento de Jesús?

      Para contestar estas cuestiones, debemos regresar y preguntar: ¿Qué tramaba Dios en esos primeros momentos de creación? ¿Era Dios totalmente invisible antes de que comenzara el universo? ¿O acaso hay tal cosa como un “antes”? ¿Por qué creó Dios algo en absoluto? ¿Cuál fue el propósito de Dios al crear? ¿Es el universo mismo eterno? ¿O es el universo una creación en el tiempo como lo conocemos —como Jesús mismo?

      Admitamos que probablemente nunca sabremos el “cómo” o ni tampoco el “cuándo” de la creación. Pero la pregunta que la religión trata de contestar es principalmente el “porqué”. ¿Hay alguna evidencia del “porqué” Dios creó los cielos y la tierra? ¿Qué tramaba Dios? ¿Había alguna intención o meta divina? ¿O siquiera necesitamos un “Dios” creador para explicar el universo?

      Cuando los cristianos escucharon la palabra “encarnación” la mayoría de nosotros pensamos en el nacimiento de Jesús, que personalmente demostró la unidad radical de Dios para con la humanidad. Pero en este libro quiero sugerir que la primera encarnación fue el momento descripto en Génesis 1, cuando Dios se integró en unidad con el universo físico y se convirtió en la luz dentro de todas las cosas. (Esto, creo, es el porqué la luz es el tema del primer día de creación, y su velocidad es ahora reconocida como una constante universal). La encarnación, entonces, no es solamente “Dios volviéndose Jesús”. Es un evento mucho más amplio, que es el porqué Juan describe a la presencia de Dios primeramente en la palabra general “carne” (Juan 1:14). Juan está hablando del Cristo ubicuo que Carryl Houselander encontró tan vívidamente.

      Si puedes pasar por alto cómo Juan usa un pronombre masculino para describir algo que está claramente más allá del género, puedes ver que nos está dando una cosmología sagrada en su Prólogo (1:1-18), y no solo una teología. Mucho antes que la encarnación personal de Jesús, Cristo estaba profundamente embebido en todas las cosas —¡como todas las cosas! Las primeras líneas de la Biblia dicen que “el Espíritu de Dios revoloteaba sobre las aguas”, o “sobre el vacío sin forma” e inmediatamente el universo material se hizo totalmente visible en sus profundidades y significado (Génesis 1:1). El tiempo, obviamente, no tiene sentido en este punto. El Misterio de Cristo es el intento del Nuevo Testamento para nombrar esta visibilidad o habilidad-para-ver que ocurrió en el primer día.

      Recuerden, la luz no es tanto lo que ves directamente, como aquello por lo cual ves todo lo demás. Esto es porque en el Evangelio de Juan, Jesucristo realiza la casi jactanciosa declaración “Yo soy la Luz del mundo” (Juan 8:12). Jesucristo es la amalgama de materia y espíritu puestas juntas en un lugar, para que nosotros mismos la pongamos juntas en todo lugar, y disfrutemos las cosas en su plenitud. Incluso nos puede habilitar a ver como Dios ve, si esto no es esperar demasiado.

      Los científicos han descubierto que lo que el ojo humano ve como oscuridad en realidad está lleno de partículas diminutas llamadas neutrinos, astillas de luz que pasan a través del universo entero. Aparentemente no hay tal cosa como la oscuridad total por ningún lado, por más que el ojo humano así lo piense. El evangelio de Juan estaba más acertado de lo que pensábamos cuando describe a Cristo como “una luz que la oscuridad no puede vencer” (1:5). Saber que la luz interna de las cosas no puede ser eliminada o destruida es profundamente esperanzador. Y como si no fuera suficiente, la elección de Juan al poner un verbo activo (“La luz verdadera... estaba viniendo al mundo”, 1:9), nos muestra que el Misterio de Cristo no es un evento de una única vez, sino un proceso incesante a través del tiempo —tan constante como la luz que llena al universo. Y “Dios vio que la luz era buena” (Génesis 1:3). ¡Aférrate a eso!

      Pero el simbolismo se profundiza y estrecha. Los cristianos creen que esta presencia universal nació más tarde “de una mujer bajo la ley” (Gálatas 4:4), en un momento del tiempo cronológico. Este es un gran salto de fe cristiana, que no todos están dispuestos a hacer. Atrevidamente creemos que la presencia de Dios fue vertida en un solo ser humano, para que lo humano y lo divino puedan ser vistos operando como un en él —¡y por lo tanto en nosotros! Pero en vez de decir que Dios vino al mundo a través de Jesús, tal vez sería mejor decir que Jesús salió de un mundo ya empapado de Cristo. La segunda encarnación fluyó de la primera, de la unión amorosa de Dios con la creación física. Si eso te sigue sonando extraño, confía un poco en mí. Te prometo que solo va a profundizar y ampliar tu fe tanto en Jesús como en el Cristo. Este es un re-encuadre importante de quién podría ser Dios y de lo que este Dios está haciendo, un Dios del que podríamos necesitar si queremos hallar una respuesta mejor a la pregunta que abrió este capítulo.

      Mi punto es este: Cuando sé que el mundo a mi alrededor es tanto el escondite como la revelación de Dios, ya no puedo hacer una distinción significativa entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo santo y lo profano. (Una “voz” divina se lo dejó exactamente en claro a un Pedro muy resistente en Hechos 10). Todo lo que sé y veo es, en efecto, un “uni-verso”, girando alrededor de un centro coherente. Esta presencia divina busca conexión y comunicación, no separación ni división —excepto por el bien de una unión futura más profunda.

      ¡Esto cambia la forma en que camino por el mundo, en cómo encuentro a cada persona que veo a lo largo del día! Es como si todo lo que pareciera decepcionante y “caído”, todos los retrocesos principales contra el flujo de la historia, ahora


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