El polígrafo sexual. Noelia Medina

El polígrafo sexual - Noelia Medina


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      El polígrafo sexual

      Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

      No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

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      © de la fotografía de los autores: Archivo de los autores

      © El Vecino del Ático 2020

      © Noelia Medina 2020

      © Editorial LxL 2020

      www.editoriallxl.com

      04240, Almería (España)

      Primera edición: abril 2020

      Composición: Editorial LxL

      ISBN: 978-84-17763-83-1

       El polígrafo

      sexual

      Noelia Medina y El Vecino del Ático

      Dedicado, en especial, a todas aquellas personas que leyeron el avance por San Valentín y nos odiaron después del toc toc. Y a quienes no lo hicieron y ahora desean disfrutar de una historia de lo más original.

      Índice

       Agradecimientos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Fin

       Biografía

       Biografía

      A Editorial Lxl, por tener siempre la puerta abierta. Y a Angy, nuestra editora, por esperarnos en ella con los brazos abiertos.

      Lara no había tenido una buena noche. Hacía bastante tiempo que no recordaba dormir más de dos horas seguidas, pero aquella en concreto había estado desvelada desde las tres de la madrugada sin una razón aparente. Ni la intensa lluvia que golpeaba el cristal de su ventana había conseguido relajarla. Así que encontrarse con Daniel nada más salir del vestuario de la comisaría solo acrecentó el mal humor que ya traía de casa.

      Pasó por su lado fingiendo no haberlo visto y él actuó del mismo modo mientras se internaban en la sala de descanso para hacerse con el primer café de la mañana.

      Lo cierto era que no tenía ningún motivo para sentir ese hastío hacia su compañero, pero su mera presencia le hacía notar aquel tipo de emoción, mezcla entre aversión e indiferencia, donde el resultado siempre era el mismo: necesidad de alejarse.

      Era un policía que había conseguido sacarse la oposición hacía muchos años. Un idealista ignorante que pensaba que siendo agente de la ley ayudaría a los más débiles. Aunque desde que entró en el cuerpo, se había dado cuenta de que realmente estaban al servicio de los intereses políticos, sin importar, en realidad, las injusticias y desigualdades sociales. Un adicto al gimnasio —espacio donde a diario descargaba toda su frustración—, era a la vez objeto de las miradas de sus compañeros que lo veían como un vigoréxico sin sentimientos.

      Tampoco es que intentara disimularlo. Llegaba, entrenaba, se cambiaba y al puesto que le encomendaran. Normalmente, su compañero de ruta era el que llegaba nuevo —ningún agente con más de un año de experiencia en la comisaría aceptaba pasar tanto tiempo con él y, menos, encerrados en un mismo espacio—. Y, para su suerte, pocas veces le había tocado con la agente Lara Martínez. Mejor, no la soportaba. Tan agradable, tan servicial para todos, tan entusiasta y tan guerrera. Tan, tan, tan que le asqueaba. Siempre discutiendo con el que dejara escapar cualquier broma sobre la porra que llevaba en el cinturón o la duda permanente de si estaba capacitada como policía por ser mujer. Daniel sabía de sobra que lo estaba, mucho más que la mayoría de sus compañeros. Podía comprobarlo cada mañana, o al final de alguna jornada, en el gimnasio en el que pocos se tomaban la molestia de entrenar, pero donde siempre podías encontrarla.

      Aquella mañana, no obstante, el destino, o el cabrón de su superior, decidió que todo se daría la vuelta y que ambos compartirían tiempo y espacio.

      —Martínez y Garrido, a mi despacho —les ordenó López nada más entrar a la pequeña sala en la que cada uno se bebía su café sin mirarse.

      Aquella frase sonó como un estruendo en la cabeza de Daniel, cosa que propició que, sin pensar y en un tono de voz más alto de lo que hubiera querido, dijera:

      —Vamos, no me jodas.

      —¿Ha dicho algo, Garrido?

      —Nada, nada. Lo que usted mande —respondió el policía mientras lo maldecía de manera explícita para sus adentros.

      «Maldito hijo de puta. Qué coño querrá este ahora…».

      Lara, por su parte, lo obsequió con una mirada de desprecio en el momento antes de volver el cuello hacia su jefe y asentir con la cabeza. Después, dirigió sus ojos a Marco, su compañero en la mayoría de ocasiones, y le pidió ánimos con la mirada. Este le sonrió con afabilidad entrando por la puerta y alzó el dedo pulgar en su dirección; no era plato de buen gusto ser llamado por el jefe y todos lo sabían.

      «Espero que no se alargue mucho la reunión, estoy casi convencida de que el cuerpo que apareció flotando en el canal tiene que ver con alguna mafia de inmigrantes ilegales», pensó.

      La semana anterior recibieron el aviso de que un cuerpo había aparecido flotando en la desembocadura del canal y la había atascado. Al parecer, un grupo de chicos vieron algo extraño emerger del agua, kilómetros antes del hallazgo, y llamaron a la Policía Local. No les hicieron ni caso. Al día siguiente, un agricultor dio con el premio gordo al percatarse de que la acequia que abastecía sus campos para el riego no expulsaba el agua que debía. Al acercarse a comprobar lo que sucedía, el pobre hombre sufrió un ataque de ansiedad y tuvo que ser atendido de urgencias. Como pudo, llegó a la casa y su esposa llamó al 112. No fue hasta que estuvo recuperado que informó al equipo médico sobre lo que había provocado ese soponcio, y estos, seguidamente, a la Policía.

      Sin dejar de pensar en ello, Lara se levantó, cruzó junto a Daniel el pequeño tramo de pasillo que los separaba de la puerta de su superior y se internó en aquel despacho que era tan frío como él. No había ninguna imagen familiar ni signos de que un ser humano con sentimientos habitara en el lugar. Se componía únicamente de un antiguo ordenador, una mesa


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