El polígrafo sexual. Noelia Medina

El polígrafo sexual - Noelia Medina


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a un aparato cuadrado y casi plano que había sobre el desocupado escritorio y del que no se había percatado porque casi lo cubría la pantalla del ordenador.

      —Esto que veis aquí es un polígrafo. —López lo cogió con ambas manos y lo mostró—. Un cacharro infernal que se usa para…

      —Sabemos lo que es un polígrafo —lo interrumpió Daniel—, al menos yo llego hasta ahí. No sé si la agente Martínez…

      —Tú eres gilipollas —espetó Lara dejando la profesionalidad a un lado y sin importarle la presencia de un superior.

      Superior que ya estaba acostumbrado a aquellos piques infantiles dentro de la comisaría. Muy poco antes solo era un compañero más y vivía de tú a tú aquellas situaciones que ahora solía pasar por alto, hasta cierto punto.

      Garrido, satisfecho con la reacción que quería despertar en ella, se echó hacia atrás en su silla, alzó una ceja y la miró con intención de provocarla.

      —Vaya, rubia, estás últimamente que no hay quien te tosa. ¿Qué pasa? ¿No te follan bien?

      —¡Ya está bien, los dos! —López golpeó la mesa y Lara se mordió el labio, roja de la furia por no haber tenido la oportunidad de responderle. Eso sí, se la guardaba para cuando salieran de allí. Ahora, de nuevo, su profesionalidad estaba por delante.

      —Usted dirá, Súper —dijo Daniel, volviendo al objeto de la reunión y utilizando el apelativo que le asignaron sus compañeros el día que ascendió.

      —La cosa es que este cacharro, que ya habéis dejado claro que conocéis, está a punto de formar parte de nuestra comisaría.

      —No entiendo qué…

      —Déjeme terminar, Martínez, por favor. —López había vuelto al trato formal.

      —Por favor, Martínez, no interrumpa al jefe —añadió Daniel con retintín y con el único objetivo de intentar ridiculizar a su compañera.

      Poco le faltó a Lara para esputar la más que acumulada rabia que Daniel le había provocado en esos pocos minutos de reunión, cuando López continuó con su exposición:

      —Están pensando en legalizarlo. Una gilipollez, lo sé —aclaró ante la cara estupefacta de los agentes—, pero en algunos sitios, y con el consentimiento de ambas partes, ya es válido, por lo que se ha pedido la verificación del cacharro para ampliar su uso. Cumplo órdenes y las órdenes son claras: probarlo en todas las comisarías de la ciudad y entregar los informes completos. Así que esto es muy sencillo. Entraréis en una sala desprovista de mobiliario que os distraiga, más allá de una mesa y dos sillas, y primero uno, y luego el otro, tendréis que usarlo como indican las instrucciones. Al final de la sesión, me entregaréis los informes y yo los derivaré a quien corresponda.

      —¿Los dos? ¿Juntos? —preguntó exaltada Lara. Tuvo que sujetarse a la silla para no despegar el culo.

      —Uno cuestiona y otro es cuestionado, así que sí, juntos —ironizó López.

      —Le he dicho que no da para más —añadió Garrido.

      Ella los ignoró. Estaba tan nerviosa y enfadada que solo podía pensar en guardarse la espalda.

      —Puedo hacerlo con cualquier otro compañero, con el que sea.

      —¿Qué pasa, rubita, te pongo nerviosa? —la provocó Daniel.

      —Más quisieras, payaso.

      —Meeec. El polígrafo dice que mientes.

      —¡Basta! Hoy no hay rondas, chivatos, ni cualquier otra cosa que pensaran hacer. Además, parece que va a llover, así os ahorráis mojaros.

      —Sabe que estoy con el caso del inmigrante. Ya casi lo tengo —protestó ella.

      —Lo sé, Martínez. Pero el cadáver no va a moverse de donde está. —Ese comentario le molestó, y mucho, a Lara. Estaba un poco cansada de que en el cuerpo se menospreciara a según qué colectivos—. Zumbando. —El hombre se puso de pie y esta vez su orden no dejó lugar a dudas. Ambos, resignados, lo siguieron.

      La sala, como bien había anunciado López, no disponía de nada más que lo básico. Lo básico para un despacho de principios de siglo. Del pasado, claro.

      Las dos sillas prometidas y una mesa principal donde se aposentaba una maquina plana exactamente igual a la que ya habían visto, un ordenador portátil, al que se conectaban muchos cables con accesorios diferentes, y algunos folios.

      Ambos miraron al posible nuevo y fiel compañero: el polígrafo.

      —Joder con la salita. Mira que llevo años en esta comisaría y nunca había entrado aquí.

      —Qué más darán ahora tus conocimientos geográficos del edificio —respondió escueta la mujer como inicio de venganza por los ataques recibidos delante del Súper.

      —Bueno, ¿qué?, ¿cómo lo hacemos?

      No lo vio venir. En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas, el cuerpo de Daniel estaba contra la pared y tenía a Lara a escasos centímetros del rostro. El antebrazo derecho apretaba su cuello y la mano izquierda le sujetaba los huevos con firmeza, tanta que Daniel no hizo el intento de moverse.

      —Es la última vez que me insultas o me menosprecias, ¿te enteras? La próxima me juego el despido, pero por todo lo alto, porque donde estemos te cruzo la cara esa que tienes. —Presionó más con la mano izquierda y Garrido apretó los labios, sin permitir que su estúpida hombría cayera al suelo—. Ahora, pídeme perdón. —Daniel no pronunció una palabra y Lara apretó con mucha mucha fuerza—. Que me pidas perdón. —Después, aflojó el antebrazo para que pudiera hablar.

      —Per…perdón.

      Soltó el gran cuerpo con toda la repulsión que fue capaz y se dirigió a la mesa para comprobar cómo funcionaba el polígrafo.

      —Ahora vamos a trabajar como dos personas adultas y, cuanto antes comencemos, antes terminaremos. ¿Quién empieza?

      —Tiene ovarios la gatita —lo escuchó decir detrás de ella. Cuando miró por encima de su hombro, Garrido se recolocaba el cuello del uniforme y los pantalones. Reprimió una sonrisa.

      —Mira por donde, eso me ha gustado. Porque soy una mujer y, por ende, tengo ovarios.

      —Probablemente más cosas te gustarían, pero has preferido quedarte con una imagen que no me corresponde.

      —¿La de gilipollas engreído, quieres decir? —respondió, entonces sí, con un intento de sonrisa.

      —Mejor empecemos ya. Como bien has dicho, cuanto antes lo hagamos, antes acabaremos. Pero, reconoce una cosa… Te ha puesto tener mis huevos en tu mano, ¿verdad? —preguntó Daniel sin mirarla a la cara, porque se había girado para ojear el artilugio.

      —Ya te gustaría. Además, qué coño… No pienso contestarte.

      —De momento. ¿Te sientas tú o yo?

      Lara lo meditó un segundo.

      «Los malos tragos, mejor pasarlos con rapidez», pensó.

      —Lo haré yo. —Se hizo con uno de los folios que había sobre la mesa y se sentó, dispuesta a seguir las instrucciones de uso.

      Cuando Daniel se ofreció a ayudarla, ella negó en silencio y comenzó a colocarse los cables, no sin dificultad.

      Intentó calmarse, sabía que el estúpido cacharro registraría su actividad fisiológica a través del sistema nervioso. Pero no le fue fácil controlar los nervios cuando descubrió a su compañero frente a ella, también distraído con las instrucciones mientras toqueteaba el programa del ordenador.

      —Bien. Estas barras registrarán tu estado según mis cuestiones, pero aquí dice que eso lo analizarán los profesionales. —Puso cara de hastío—. Para nosotros saber si funciona correctamente solo debemos guiarnos


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