El polígrafo sexual. Noelia Medina
no tuviera qué responderle, sino porque se había embobado con las manos masculinas que todavía le daban vueltas al papel. No le gustaba mirar a Daniel de aquella forma, lo odiaba, de hecho, pero eran grandes y apetitosas… Y no era la primera vez que lo hacía. Sacudió la cabeza con fuerza para espantar esos pensamientos, soltó alguna grosería de las suyas con las que conseguía disimular y continuó escrutándolo.
«Qué hostias me está pasando. Ha sido sentarme en la maldita silla, semiatada por los cables y notar esta tontería».
—Perdona, compañera, pero te has puesto mal los sensores del torso —advirtió Daniel volviendo al asunto encomendado por su superior—. Uno va encima del pecho y el otro debajo.
—Sí, claro…, como un sujetador de cuero, ¿no?
Él no respondió, se limitó a mostrarle la documentación donde claramente podía apreciarse en una imagen que dichos cables debían colocarse como le había indicado.
Para enseñárselo mejor, se acercó a ella. Mucho.
Lara pudo apreciar cómo el olor de su colonia, fresca y varonil, se inmiscuía en sus fosas nasales. Por primera vez desde que lo conocía, no le había olido a «azufre».
¿Seguía siendo un diablo?, sí. ¿Lo odiaba?, posiblemente. Pero esa habitación, esa silla y las palabras que le había relatado hacia poco sobre su persona, se le habían quedado grabadas a fuego: «Has preferido quedarte con una imagen que no me corresponde».
«¿Y si lo que pasa es que me gusta y como una niña reacciono de esta manera? No, imposible. Es un capullo cerebral».
Sin pensarlo, dijo la frase que seguramente podía cambiarlo todo:
—Ya que eres tan listo y un experto en polígrafos, ponlos tú.
—¿Estás seg...?
—Ni se te ocurra sobrepasarte o te giro la cara, listillo.
—Lista eres tú, que con la excusa quieres que te roce las tetas.
—Más quisieras. Venga, colócalo todo como en el libro de instrucciones y empecemos.
Para poner los dos sensores que se había colocado mal, Daniel se posicionó detrás, metió la mano por debajo de la camiseta, rozó su piel cálida con sutileza, y subió uno de ellos hasta la parte inferior de los pechos, llegando a notar la copa del sujetador. «Una noventa, mínimo», pensó, y se explayó para dejarlo perfecto y para deleitarse con el tacto, pudiendo disfrutar imaginando cómo sería tenerlos delante de él, sin ropa que entorpeciera tal visión.
Ella fingió no haberse despertado con su roce, pero no era cierto; había notado la pausa de las manos masculinas sobre su piel y su corazón se había acelerado paulatinamente. Una vez asegurados ambos sensores, Garrido le dio la vuelta a la silla y se colocó frente a ella. En silencio, se agachó para quedar a su altura y comprobó que estuvieran bien sujetas las pequeñas cintas con velcro que debían rodear dos de sus dedos. El hombre, al elevar la mirada, chocó con los ojos verdes de ella, que lo observaban sin pudor. Ambos, como chiquillos incómodos, apartaron las miradas.
—Bien —dijo mientras se levantaba. Se apoyó sobre el filo de la mesa y cogió otro de los folios—. Aquí vienen sugerencias determinadas: preguntar por el nombre y apellido, la edad, el color de pelo… ¿Lista?
—Sí —respondió Lara con calma y un leve asentimiento.
—¿Tu nombre y apellido son Lara Martínez?
—Sí.
La lucecita del aparato se encendió de color verde y el gráfico de la pantalla del ordenador comenzó a moverse.
—¿Tienes dieciocho años?
Ella alzó las cejas.
—No.
La luz verde volvió a encenderse y ambos miraron el aparato con más interés del inicial.
—¿Tienes veintisiete años?
—Sí.
De nuevo, la luz verde. Aunque Lara no la apreció; en ese instante estaba preguntándose por qué Daniel Garrido sabía su edad.
—Me aburro. Cambiaremos la dinámica. ¿Llevas las bragas puestas?
Capítulo 2
—No pienso responder a eso —le contestó con tono hosco.
—Tienes que hacerlo, lo dice el Súper.
—No.
—Vamos, Martínez, solo es un juego… Relaja ese cuello y baja el hacha de guerra por una vez en tu vida. Nos ha tocado comernos esta mierda de prueba, al menos disfrutémosla un poco. Venga, ¿llevas las bragas puestas?
Lara puso los ojos en blanco, pero recordó que después le tocaría a él.
—Si respondo, ¿te comprometes a actuar igual cuando te toque? —Daniel asintió, convenciéndola. Tras unos segundos, suspiró y añadió—: Sí, las llevo puestas.
—Una pena. —Chascó la lengua y sonrió de lado como un auténtico sinvergüenza. A continuación, dispuesto a saciar su curiosidad, añadió—: ¿Te caigo mal?
—Sí —respondió ella sin titubear.
La luz verde se encendió y Daniel ocultó el pellizco de decepción.
—Eso es porque no te has parado a conocerme.
—Siguiente pregunta, por favor, Garrido, que ansío mi turno al otro lado del estrado.
Lara empezaba a sentirse cómoda en esa silla, aun habiendo contestado a la indiscreta, directa e improvisada pregunta.
—¿Te pongo nerviosa?
—Ya te gustaría.
Aunque la verdad era que la comodidad que sentía iba acompañada de ese punto de excitación provocado por el hecho de hablar de su ropa interior.
—Céntrate y responde.
—No.
Por primera vez, el color rojo apareció en el visor del polígrafo.
—Interesante —dijo Daniel y mostró una ligera sonrisa de medio lado—. ¿Me has mirado el paquete cuando me he colocado delante de ti?
—No —respondió con rapidez, esquivando la mirada de él.
El rojo volvió a saltar, y Lara notó un sentimiento de pudor que le recorrió todo el cuerpo. Cerró los ojos un segundo y cogió aire.
«No te pongas nerviosa, no te pongas nerviosa».
Daniel aprovechó el chivatazo de su nuevo compañero y se acarició sutilmente delante de ella.
—¿Estás imaginando cómo la tengo?
—No.
El color rojo de nuevo y Lara empezó a sudar.
Él, por primera vez, se excitó en aquella sala fría como el hielo.
—Volviendo a tus bragas… ¿Llevas tanga?
—Pero ¿qué es esto?
—Responde.
—Sí, llevo un tanga, que ya te gustaría a ti ver.
—¿Te has masturbado en los dos últimos días?
—Empiezas a incomodarme —protestó, indignada—. ¿Qué más te dan a ti esas cuestiones personales?
—Eso puedes preguntármelo cuando te toque. Pero, no sé… —se llevó dos dedos al mentón y lo tocó con interés—, me gustaría saber qué tipo de mujer hay detrás de la estirada agente que vive peleando con sus compañeros. Seguro que me sorprenderá.
Lara pensó que no podía hacerse una idea de cómo era en realidad dentro de su terreno personal.