¿Jugamos?. El Vecino del Ático
—Tan mal no estoy, ¿no?
A Miguel le sorprendió muchísimo, además de agradarle, la confianza que la vecina le había depositado para compartir tal intimidad.
Tenía una voz que sugería ser tratada con dulzura, y el hecho de saber que su marido no lo hacía como debería le hizo sentir el deber de hacerlo él.
No pudo, o no quiso, evitar mirarle los pechos que ese bikini cruzado ayudaba a proyectar hacia sus ojos y que, tapando solo lo justo, eran belleza en estado puro.
Rocío se apretó la parte de arriba para intentar escurrir lo máximo posible el agua que se había acumulado en el tejido con la mala —o buena— suerte de que uno de los pezones se asomó como por providencia para la mirada de Miguel.
Rocío se dio cuenta tanto del desliz como de la sutil mirada de su vecino.
—Pues no entiendo por qué no te mira. Tu marido, digo… —susurró él, entre nervios y excitación.
La mujer miró hacia arriba para comprobar si quedaba algún vecino en las ventanas, aunque era de madrugada, prefirió asegurarse. No vio a nadie y se sintió agradecida al corroborar que se encontraban solos en lo que se había convertido en un lugar de secretos y confesiones.
Al bajar la mirada, se acercó a Miguel, volvió a entrar en el agua y lo llevó un par de metros a su derecha, coincidiendo con lo que era la zona más oscura de toda la piscina. Una vez allí, lo deleitó con un beso en la comisura de sus labios. Suave y con apariencia inocente, aunque los dos supieron que poco había de inocente en el gesto.
Miguel tuvo una erección. Fue un acto reflejo al vislumbrar a una mujer tan bella delante de él, compartiendo baño y madrugada.
La distancia que había entre los dos hizo inevitable que Rocío se diera cuenta de la reacción natural de su vecino, y respondió con un beso de esos que erizan hasta los vellos de las piernas. Aunque no fue lo único que recibió por haber compartido con ella su dureza. Le acarició el pene con una mano mientras le sujetaba la otra para acercarla a su entrepierna.
Miguel pudo notar la diferencia de fluidos. Estaba tan excitada que era perfectamente diferenciable el agua de la piscina de la humedad de su interior.
—Gracias por la compañía —le susurró al oído, acompañado de un pequeño gemido.
Miguel no dijo nada. No pudo. Solo se dejaba llevar.
Con la mano con la que lo acariciaba por encima del bañador, consiguió liberar lo que allí se escondía y prosiguió con lo que estaba haciendo sin que nada la entorpeciera. Deslizó sus dedos más abajo de los testículos, volvió a subir y coronó la mismísima punta de su polla.
Se acercó más a Rocío para facilitarle el trabajo y, posando la mano encima de la suya, se automasajeó con ella. A su ritmo, al gusto de la vecina. Dejándose llevar.
Tras varios minutos, disfrutando los dos del pene de Miguel, este notó cómo el glande colisionaba con una superficie velluda que parecía estar arreglada, pues tuvo sensación de haber dado con pequeños alfileres que al tacto le resultaban hasta excitantes. Sabía que su compañera había acercado su miembro hasta la parte que minutos antes había tenido el placer de acariciar. A Miguel le gustaba que hubiera pelo en el coño de una mujer, le parecía más real y natural, más estético.
—Es genial —le dijo susurrante al oído.
Con la mano libre, Rocío agarró las nalgas del vecino desvelado, duras y tersas, pues había que reconocer que el chico las tenía muy bien puestas, y las disfrutó todo lo que pudo.
—¿Salimos del agua? —preguntó ella. Antes de obtener respuesta, ya estaba subiendo por las escaleras y ofreciéndole la mano a Miguel para que la siguiera.
Lo llevó a un rincón de la comunidad alejado de cualquier rayo de luz artificial producido por las pocas farolas que había y con ello evitar las posibles miradas de extraños a la fiesta.
Se arrodilló y empezó a lamerlo, mirándolo a los ojos, mientras Miguel observaba los pechos desde una perspectiva privilegiada. Le acarició los testículos a la vez que le regalaba un mar de sensaciones con los movimientos de su boca y lengua.
Él la levantó de golpe del suelo y la besó. Intentó devolverle con cariño lo que ella le había estado dando y la tumbó con mucha delicadeza en el suelo caliente debido al sol que había estado dándole de manera directa todo el día.
La miró, lo miró, sonrieron y Miguel la besó nuevamente en la boca para ir recorriendo su cuerpo hasta dar con su sexo, que estaba bien empapado. Olía genial, pero sabía aún mejor. Pasó su lengua de abajo arriba, suavemente. Le acarició el culito, también con la lengua, que estaba fresco por el baño nocturno, y subió con lentitud pero con decisión para bordear los labios y después llegar al clítoris. Lo bordeó también… hasta que decidió acelerar el ritmo.
—Sabe genial —le dijo
Bebió de ella y repitió la secuencia varias veces hasta que levantó la cabeza y se encontró con la mirada de Rocío acompañada de una sonrisa sexual.
Se apartó, dejándola al borde del orgasmo, y se posicionó encima de ella.
Para su sorpresa, la mujer le mordió el cuello y lo quitó de encima. Se levantó y se colocó de pie de cara a la pared y con el cuello girado hacia él.
Miguel se acercó a su boca y Rocío le agarró la polla —durísima y lubricada por la mezcla de fluidos— para introducírsela en su sexo mojado y preparado. Más bien, estaba hambriento. Le pidió que la follara.
—¡Fóllame!
Miguel obedeció y se la folló como si no hubiera un mañana, acariciando sus pechos. Se escapó un gemido más fuerte de lo esperado, dado el lugar en el que estaban disfrutando de esa noche de calor extremo, pero ninguno de los dos dijo nada. No les importó.
Embestida tras embestida, la pareja de vecinos disfrutaba como hacía mucho.
Miguel notó que Rocío se corría. Sacó su polla y derramó toda su pasión encima de ella, sobre la espalda, todavía fresca por el baño nocturno.
Ella se giró, suspiró y, tras darle un beso en la mejilla, salió corriendo; el baño nocturno se había alargado más de lo esperado.
El hombre se quedó unos minutos más en el rincón del placer, asimilando y disfrutando el momento. Poco después, se vistió con el bañador que había utilizado un rato antes y se dirigió a su casa para dormir plácidamente y soñar con lo que acababa de pasar.
2
De fiesta
Tras la noche anterior, de fiesta y sin límite alguno, Antonio y Pablo decidieron quedarse de manera casi obligada en la habitación del hotel viendo la televisión. Los excesos cometidos no les permitían mucha más actividad.
Se habían bebido todo el minibar, las copas que alcanzaron a pagar con el dinero que llevaban encima, y hasta se dejaron algo de su dignidad en alguno de los tantos pubs de la zona de ocio que visitaron.
Marcos —que, siendo más prudente, se recogió horas antes que sus amigos, acompañado, eso sí, por una mujer de unos cuarenta años— pudo descansar medianamente bien para poder disfrutar de la última noche de vacaciones.
La verdad es que solamente salieron juntos del bar para compartir taxi y, en el trayecto, Marcos le preguntó si le apetecería salir al día siguiente, pues no creía que sus compañeros de juergas estuvieran para más. Lamentablemente, le comunicó que tenía una boda en la playa a la que no podía ni pensaba faltar.
Él, entre la chispilla del momento, le dijo:
—Pues no vaya a ser que me deje caer por allí.
—Allí estaré —contestó ella entre risas.
Y se despidieron sin más y sin hacerle demasiado caso