¿Jugamos?. El Vecino del Ático
Creyendo realmente que había sido por error, él se acercó un poquito más, seducido por su estado de conciencia, alterado por los efectos que había causado en su ser el perfume del cuello de la chica misteriosa. Llegando a notar en su torso sin camiseta el suave textil del vestido que cubría el estéticamente perfecto cuerpo de la mujer.
Ella se giró sonriente y, con mirada picarona, se volvió hacia donde le estaban sirviendo su gin-tonic.
No había duda, o eso había pensado Marcos: el roce supuestamente casual sobre la parte del traje que cubría su zona genital no había sido tan casual. Más bien, un acto provocado por quien, de alguna manera, se había convertido en una fantasía sexual para él al más puro estilo sueño de verano.
Cuando Marcos se estiró un poquito hacia la barra para coger su copa, los dos torcieron sus cuellos como si de un espejo se tratara y una persona se mirara en él. Volvieron a cruzarse las miradas y se produjo en ellos una parada del tiempo en la que el resto dejó de existir.
Con la mano libre —en la otra sostenía su ron con cola—, acarició la piel de su compañera de «sueño» a través del vestido. Notó una nalgas muy suaves. Entre el tacto finísimo del vestido y la suavidad de la piel que se predecía con la caricia, los sentidos del chico despertaron de manera sobrenatural.
Sintió cómo ella se acercaba aún más a él, apretando el cuerpo con el suyo. Marcos se atrevió a introducir la mano por debajo de vestido y continuar con las caricias, cosa que provocó en ella un pequeño contoneo sensual al ritmo de la música, dando así conformidad a lo que allí estaba sucediendo. Le hizo sentir que, no solo no le había molestado, sino que le había gustado. Excitado, incluso.
Nadie en la barra ni en el resto del lugar se percató, cada uno iba a lo suyo. Además, ellos seguían en su parada temporal y eso provocaba que no le dieran demasiada importancia a lo que sucedía alrededor.
Siguiendo con las caricias debajo del vestido, Marcos se encontró, o eso le pareció, con una lencería de raso y encaje, según por donde la tocara. Una pequeña caricia sensual en sus genitales volvió a indicarle que no se estaba equivocando.
Desde su posición, Marcos podía notar cómo los labios pedían ser liberados para deleitarse de tal extraña y emocionante situación. Apartó la braguita que cubría su más escondido deseo, notando en ella la humedad producida por los momentos previos a la liberación.
La masturbó.
Escuchaba los gemidos entre la música. Sutiles. Armónicos como música para sus sentidos.
Cada vez estaba más abierta, más húmeda, y los dedos que le daban placer a la chica del taxi se dejaban llevar por lo que su cuerpo iba pidiendo de manera implícita. El contoneo de ella y lo lubricada que estaba hicieron el resto.
Nadie se dio cuenta. Las copas y la situación hacían que la escena fuera de lo más morbosa. No importaba el lugar ni el momento.
Cada vez estaba más mojada y eso les encantaba. A los dos por igual.
Marcos intentó dar un sorbo a su cubata, pero, antes de poder hacerlo, notó cómo la chica del taxi se estremecía. Lo percibió perfectamente, pues el escalofrío que recorrió el cuerpo de ella se trasladó a la mano de él, dejándosela bien empapada.
Ahora sí, Marcos pudo dar el sorbo para calmar la sed producida por el calor del momento.
Ella lo miró, sonrió a la vez que se mordía el labio inferior y se puso a charlar con una de las invitadas a la boda.
Marcos cogió su copa y se dirigió a la orilla del mar, esperando a ver si la chica del taxi aparecía para compartir un cigarrillo y quizá la luna también.
No se hizo esperar.
Al poco de encender su cigarro, notó la presencia de alguien detrás de él a la vez que se sentaba a su lado a mirar el mar.
Tras un minuto de silencio, salvado únicamente por una sonrisa cómplice y una risa de ella, la mujer lo rompió preguntando:
—¿Qué ha sucedido ahí hace un rato?
—No sé a qué te refieres —respondió Marcos, acompañando las risas de ella con otras de igual picardía.
—Ha estado genial, en serio. Aunque todavía me tiemblan las piernas, y no sé bien si por la emoción o la locura.
Brindaron con las copas en tono cómplice, sabiendo que compartían un secreto posiblemente inconfesable.
Ella le dio un beso en la mejilla y se levantó.
—Un placer, y nunca mejor dicho —soltó entre risas.
—¿Te vas? ¿Cómo te llamas?
Marcos jamás obtuvo respuesta a su pregunta y se llevó con él, de recuerdo de esas vacaciones, una de las experiencias más intensas de su vida.
3
Hotel Lujuria
Estando Joan en su despacho trabajando después de salir casi corriendo de casa porque llegaba tarde, como solía ser habitual todos los días, se puso con las demandas que tenía previstas redactar. Se trataba de un tema importante y quería asegurarse de hacerlo lo mejor posible.
Durante su estado de concentración máxima, recibió un aviso en el móvil. Era una notificación, pero no quiso hacerle caso hasta tener un rato de descanso.
A media mañana, bajó al bar de siempre a comerse uno de los bocadillos que le hacían especialmente para él. Sabían que era deportista, y el dueño siempre le decía que tenía que alimentarse bien para soportar todo el esfuerzo que realizaba.
Ese día tocó lomo con beicon, queso, cebolla y el pan untado con tomate.
Se acordó de la notificación y miró el móvil.
Grande fue su sorpresa cuando vio que una mujer le había solicitado amistad por Facebook. Se llamaba Sarah, o eso decía su perfil. Sarah Destellos entre la Lluvia.
La foto era muy atractiva y tuvo algo de reparo en aceptar dicha solicitud, pues estaba casado, pero realmente tenía curiosidad por aquella invitación.
La aceptó y, casi en el mismo momento, recibió un mensaje privado.
Sarah:
Hola.
Joan:
Hola.
Sarah:
No me conoces, pero he visto por aquí que te gusta el deporte, y a mí también me gusta. Además, eres muy atractivo y eso siempre es de agradecer. Ji, ji, ji.
En ese momento, Joan se puso algo nervioso, pues nunca se había encontrado en aquella tesitura, pero siguió charlando con aquella mujer.
Joan:
Sí. Cada vez que el tiempo me lo permite, me gusta salir a disfrutar de la naturaleza a la vez que practico algún deporte. Por cierto, tú también pareces muy atractiva, y eso que no se te ve la cara.
Sarah:
Muchas gracias. Si te digo la verdad, la hice pensando en que tú la verías. Y, como no sabía bien de qué manera presentarme, pensé en hacer una fotografía especialmente para la ocasión. Espero no haberte asustado.
Joan:
Para nada. Ciertamente, no me esperaba recibir una solicitud de una mujer así de sexi y que se hubiera fijado en mí.
No le dijo que estaba casado, aunque se sintió tentado de hacerlo.
Sarah:
Si te parece bien, podemos seguir hablando por aquí.
Joan:
Me gustaría, sí. Ahora tengo que volver al despacho a trabajar, pero estaré pendiente del móvil si te parece bien.