Masculinidades, familias y comunidades afectivas. María del Rocío Enríquez Rosas
búsqueda y el esfuerzo de alcanzar la seguridad, como expresión de potencia y de autosuficiencia, conduce a los hombres a sentir el poder, asumido como atribución de lo masculino, asentándose en la aptitud de hacer y de poseer que se enlaza con la capacidad del control asociada con la no expresión de sentimientos, sobre todo si son de tristeza, dolor o vulnerabilidad. Estos deben estar y mantenerse bajo control.
Cuando siento una emoción muy fuerte necesito matarla, porque lo que muere se va, se esfuma y se saca de la mente y del corazón, como dice el dicho: muerto el perro se acaba la rabia (H4: 26 años, bachiller, cesante).
Se evidencia la relación cercana del control con el riesgo al fracaso que está asociado directamente con la exigencia de la masculinidad por alcanzar logros. Por un lado, es común encontrarnos con la idea de que el hombre “enfrenta la realidad” y al parecer la manera más adecuada es desde el control, con la finalidad de obtener una seguridad que se desprende del mismo, y, por otro lado, pretender controlar y desear anteponerse a los hechos para poder sobrellevar la complejidad del otro; en ambas posturas se evidencia el deseo de evitar el fracaso.
Siempre hay un temor de enfrentar las cosas después de que uno las enfrenta, pienso, yo las encamino, o logras controlar ya lo demás, es como se dice, bueno, ya le di el primer paso, ya lo logré aquí y quiere decir que si me vuelve a pasar esta situación la logro controlar y así sucesivamente (E3: 22 años, bachiller, trabajando).
Surge entonces una relación directa entre la noción de seguridad y potencia asociada con las prácticas y la fuerza que se expresa en la sexualidad masculina. El hombre debe transitar lo sexual desde un posicionamiento activo y exhibir un cuerpo disponible y siempre dispuesto para la acción.
Yo reconocía cuando andaba bien emocionalmente, cuando era un toro, un hombre fuerte cercano a la animalidad desbocada y que rebalse de energía en la cama con mi pareja, y siempre me preocupo de que quede satisfecha y siempre he sentido algo de esa duda, a pesar de que yo la hago sentir bien porque es así, pero bueno, como yo le digo a ella, si hay una falla que me diga, que si hay una falla que diga, es importante que me lo diga sin miedo para ver si yo la mejoro (E10: 27 años, trabajo contratado, TSU).
Hay que proteger “la imagen de sí” de la humillación y de caer en la categoría de “pendejo” y por no exponerse ante la sospecha, por ende, hay que desplazarse y actuar en el campo de lo social con tal manejo de la corporalidad que no se preste a duda alguna el comportamiento de hombre íntegro. Para ello se debe gestionar la “imagen de sí mismo”, para no ser cuestionado, acto que implicaría ser ubicado en el paredón de la duda y la condena.
La humillación cuando te hacen sentir que no vales ni medios, que no sirves pa’ un coño, que eres una cagadura humana, es una emoción arrechísima que se siente acá dentro y es como si el cuerpo quisiera estallar. Y cuando una persona se siente humillada es como una bomba de tiempo (H6: 23 años, estudiante licenciatura, sin trabajo).
El hombre que no es seguro es un pendejo y el pendejo es el que siente y se deja llevar por las emociones (H2: 22 años, TSU, trabajador).
Las emociones se hacen y hacen cuerpo, el que es vivido ya no desde su firmeza sino como un cuerpo que se quiebra, como el mismo quebranto que es interpretado como sensación de inestabilidad emocional y conlleva a que se incremente la incomodidad y se externaliza en lo social, siendo evidencia de un malestar masculino. La imagen de enfrascarse es indicio de cómo, para los hombres, recurrir a las emociones al parecer no sirve como recurso para reflexionar y ser consciente de una crisis; por el contrario, incrementa el malestar.
Me entiende, sabe, no me aisló porque es verdad, pues no dejar de vivir por los demás, pues algo así y de reflejarlo así, me quebranto, me siento triste y, vaina, me enfrasco nada más en el problema (E8: 25 años, profesional, trabajando).
Otra concepción muy extendida en estos hombres es la idea de vivir en un mundo inhóspito, conformado por una calle llena de gente hipócrita, por lo que no hay en quién confiar; esta consideración conduce en muchas ocasiones a una absoluta condena al aislamiento que se adosa al mandato masculino de la autorreferencialidad.
Este mundo en la calle todo está lleno de hipocresía, hoy te estoy dando un abrazo y por detrás te estoy destruyéndote, te estoy hablando, estoy hablando mal de ti, “mira ese pedazo de gordo qué se cree, mira cómo camina” (E7: 23 años, TSU, trabajando).
Yo lo que siempre he sido cerrado, he sido temeroso de que se enteren de mis cosas, de que no se metan conmigo, yo he armado como quien dice y me he dado cuenta es ahora un mundo, porque creo que todo el mundo viene a dañar, soy celoso con lo mío (E1: 22 años, estudiando licenciatura, trabajando).
En la experiencia y conexión con las emociones y los afectos hay un aspecto vital en la trayectoria de los hombres, lo cual queda muy bien descrito en un relato recogido donde se afirma que “la vida continúa”; en esta sentencia se resume una cantidad de factores y aspectos relevantes de las masculinidades, donde el mandato es no echarse a morir y hay que pensar para adelante, surgir, sobrevivir, caracterizado por la carencia de tiempo para pensar en sí y, por tanto, brindarse el espacio para sentir. Esto nos habla de cómo se producen masculinidades inscritas en una construcción de tiempo fordista, basado en la productividad, conformando cuerpos productivos para cumplir con el rol de hombre–ganador: un sujeto que responde sería un hombre que produce.
La vida continúa y yo tengo que buscar la manera de sobrevivir, yo no me voy a estar echándome pa’ abajo, tengo que saber responder y surgir, cumplir con mis cosas, el trabajo, sacar los estudios y todo eso lo tengo que hacer bien (H5: 22 años, estudiante de licenciatura, trabajando esporádico).
CONDENADOS A LA RABIA Y NO PODER SENTIRSE COMO QUISIERAN
A lo largo de su crianza, los hombres han sido educados para negar las emociones, porque se asocian con debilidad y falta de hombría; así, los esfuerzos y la energía están dirigidos a manejar, controlar los sentimientos y a actuar como si no existieran, y si estos se expresan surge la rabia como posibilidad socialmente aceptada de manifestación.
Es que la emoción de la tristeza es una emoción de debilidad, y dentro de la sociedad es algo así como una persona débil, y ¿entonces hablar de tristeza es como una debilidad o no?, es preferible hablar de rabia para uno como hombre. Una vaina así como que el hombre no puede sentir tristeza y mejor que sienta la rabia (H1: 23 años, estudiante, trabajador).
En la expresión de los sentimientos, pareciera ser que la rabia es de los pocos canales o puertas para contactarse con la experiencia y tramitar las tensiones o molestias que surgen, permitiéndosele a los hombres actuar con rabia y resolver desde ahí. Un aspecto a considerar es la condición contradictoria respecto a esta; por un lado, se establece cierta permisividad y, a la vez, se instala una suerte de censura social que la cataloga como emoción “negativa” que conduce a desarrollar un control sobre esta vivencia. Situación que lleva a que las rabias se acumulen en el cuerpo como una especie de olla de presión donde se van depositando las molestias. Este mecanismo aleja de la conciencia la posibilidad de entender la rabia, de entender lo que las origina y luego poder expresarlas sin conflicto.
A veces también uno se estalla y acumula y acumula y acumula y llegó un día después que yo salí… (silencio y respiración tipo suspiro), no le pegué, porque realmente no le pegué, después de ahí más nunca le pegué, sí le alcé la mano una vez pero fue que lancé una broma y ella, eso, fue cuando me puso preso y que le pegué con una broma y que le salió un hematoma (E7: 23 años, TSU, trabajando).
Vemos la rabia como una reacción inherente al carácter y a la forma de ser del sujeto, lo cual conduce a establecer una relación tensa y marcada por la incapacidad de contenerse ante las diferentes situaciones del día a día, a pesar de reconocer que en muchos de los casos se trataba de una “tontería” que no ameritaba tales las respuestas.
Soy muy fuerte de carácter. Hay cosas pequeñitas que yo sé que tienen solución y las pongo grandes y las veo difícil, aunque al final del camino me doy cuenta que lo que está sonando lo solucioné y todo bien, pero a veces no me contengo, me molesto (H8: 25 años, profesional, trabajando).
Una