El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto

El color de la decisión - Beatriz Navarro Soto


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      El color de la decisión

       Autora: Beatriz Navarro Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.cl [email protected] Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: junio, 2019 Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

      Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

       Registro de Propiedad Intelectual: N° 299.689

       ISBN: Nº 9789563384314

       eISBN:Nº 9789563384468

      A mi querido Sebastián. Por las muchas horas que robé de un tiempo que nos pertenecía. Por involucrarte en mis sueños al creer en mí. Por el inmenso amor que me demuestras. Te dedico mi primer libro. Con amor, la autora.

       1 El comienzo

      Bárbara corría por la orilla de la playa, una costumbre que adquirió desde que se mudó de Santiago, capital de Chile, a Viña del Mar, provincia de la Región de Valparaíso. Solo quedaba a dos horas de distancia del que siempre había sido su hogar. Supuso que la decisión sería un gran cambio en su estilo de vida, por ser una zona costera conocida por la gran cantidad de veraneantes que la escogía como destino para descansar. Pero en los dos meses que llevaba viviendo ahí, se había percatado de que la Ciudad Jardín, como también se le llama a Viña del Mar, podía tener la misma intensidad de la capital. Mientras corría sintiendo el olor marino que llegaba a través de la brisa, recordaba sus días en Santiago y su precipitada partida producto de una relación que iba demasiado rápida y seria. Tal vez rápida no había sido la excusa perfecta después de todo. Su novio, Carlos, le propuso que vivieran juntos luego de tres años de relación, tiempo que no se podría considerar apresurado. Pero sí se estaba volviendo demasiado serio y ella no estaba preparada para algo tan definitivo como vivir con alguien o, quizá, Carlos simplemente no era la persona con quien quería dar ese paso.

      Estaba esquivando el agua que llegaba sin cesar a sus pies producto del oleaje, cuando escuchó los sollozos de una mujer que estaba sentada a metros de la orilla. Bárbara se acercó a ella sin saber qué hacer en esa situación, pero no preguntar qué le pasaba le parecía incorrecto. Era joven, de estatura y contextura media, su pelo negro y largo caía sobre los hombros enmarcando un rostro blanco y pecoso. Sus ojos destacaban, tanto por el intenso verde que los teñía, como por la capa de rímel que se había formado en el contorno debido a las lágrimas. Tenía un lindo perfil y los labios eran de mediano grosor. Vestía un pantalón de tela oscura, unos botines negros con flores y una chaqueta roja con capucha.

      —¿Estás bien? —le preguntó Bárbara, pareciéndole una pregunta tonta, pues obviamente no lo estaba, pero de alguna forma debía comenzar la conversación.

      Se sentó junto a ella, al ver que no paraba de llorar y le sobó la espalda esperando que se tranquilizara, pero, por el contrario, rompió en un llanto desconsolado mientras se apoyaba en las piernas de Bárbara sin ningún previo aviso. Los brazos de Bárbara quedaron suspendidos en el aire sin saber qué hacer con tan inusual e incómoda cercanía. Se dijo que solo había sido una pregunta, y en honor a la verdad, más por educación que por interés. Como fuera ya estaba hecha y tendría que lidiar con la situación de alguna forma. Atinó a apoyar las manos sobre el hombro de la joven y comenzó a darle palmaditas con el fin de tranquilizarla. Aquello debió darle alguna clase de señal, pues la joven se levantó y comenzó a desahogarse.

      —Estaba saliendo con un tipo desde hace un par de semanas —le dijo entre sollozos—. Anoche nos vimos y lo pasamo muy bien, pero el imbécil tenía novia. —Volvió a llorar con intensidad.

      —Supongo que no conocías ese detalle —dedujo Bárbara por el llanto desenfrenado.

      La chica negó con la cabeza.

      —Me enteré porque hoy en la mañana, cuando desperté en su departamento, él estaba hablando con ella y le decía que iba a pasar a recogerla para que fueran almorzar. —Miró a la desconocida con un dejo de vergüenza—. Soy tan estúpida... Yo pensé que le gustaba.

      Bárbara entrecerró los ojos preguntándose cómo una simple corrida matutina podía terminar con ella como pañuelo de lágrimas de una chica que parecía llorar por la decepción de su primer amor. Suspiró y levantó las cejas en un gesto de resignación.

      —¿Qué edad tienes, quince?

      La chica permaneció mirándola por uno segundos para descifrar si la pregunta iba en serio o no.

      —¿Disculpa? —le dijo desconcertada.

      —No tengo problema en que llores, pero cuando lo hagas, trata de que sea por una buena razón. ¿Cuál es el sentido de que estés así por alguien que debió mentir para acostarse contigo? —Dejó pasar unos segundos para que la pregunta la hiciera reflexionar—. ¿Cuál es tu nombre?

      —Laura —le respondió a secas.

      —Yo me llamo Bárbara —le dijo ignorando su repentino mal humor—. Si vas a andar con toda esa sensibilidad encima, entonces deberías ser clara antes de comenzar a salir con alguien. ¿Le preguntaste si tenía novia?

      Laura se quedó pensando mientras se refregaba los ojos.

      —No creí que fuera necesario —le dijo molesta—. Él se acercó a coquetearme. Pensé que estaba soltero. Nunca mencionó nada sobre alguien más.

      —¡Ajá!, y me imagino que se lo reprochaste esta mañana. —Su silencio fue suficiente respuesta—. ¿Qué te dijo cuando lo hiciste?

      Laura respondió de mala forma.

      —Qué nunca me había mentido, nos estábamos divirtiendo, eso era todo.

      Bárbara hizo un levantamiento de cejas que indicaba obviedad.

      —El tipo es un cerdo e inmoral, pero tiene razón. Tú nunca le preguntaste si tenía novia porque asumiste muchas cosas. ¿Crees que porque te ves bonita y arreglada no te mentirán? Mira, Laura —trató de suavizar el tono de reproche empleado—, lo importante siempre es tener toda la información y para tenerla se requiere preguntar. Trata de recordarlo la próxima vez.

      Laura tenía la mirada al frente, observando la retirada del crepúsculo mientras reflexionaba sobre lo que Bárbara le decía. Pero algo no le cuadraba.

      —Podría haberle preguntado si tenía novia y de igual forma hubiese dicho que no. Tener toda la información depende de la persona que te la esté dando, por lo que no creo que el resultado hubiese cambiado mucho.

      —Es verdad, y si la vida tuviera un manual de procedimientos todo sería más fácil, pero también sería más aburrido, lo importante sigue siendo preguntar. Lo que venga después depende de ti. Puede que el tipo te responda que sí está con alguien, en este caso puedes decidir si quieres estar con él o no, nadie te estará engañando. Si por el contrario te dice que no tiene novia y luego te enteraste de que tenía, siempre está la opción de echarle en cara lo mal hombre que es y… bla bla bla. Yo tengo una forma práctica de ver las cosas. El error fue mío porque evalué mal al tipo. No puedes dejar que el cómo te sientas sea responsabilidad de terceros. Debes asumir los riesgos de tomar decisiones. No digo que cuando un hombre nos mienta sea nuestra culpa, pero la gente miente, trata de incluir esa variable en tu vida y todo será más fácil.

      Tras unos segundos en silencio, Laura replicó:

      —Para mí era un cerdo porque estaba con dos mujeres, pero resulta que eso queda en segundo plano porque la teoría de que me haya tratado como una estúpida, sin poder de decisión, cobra más fuerza al momento de evaluarlo.

      Bárbara emitió un suspiro.


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