El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto
estuvo frente a la ventana del copiloto, el hombre la bajó y ella le solicitó:
—¿Te importaría dejar de tocar la bocina?
—¿Perdón? —le respondió el hombre incrédulo.
—Así está mejor —se burló Bárbara—. Te disculpo por la impertinencia. Dame unos minutos y me voy. —No se apartó del vidrio al ver su malhumor, aquello prometía ser divertido.
Él le intensificó la mirada sin creer lo que escuchaba. Se maldijo por estar concentrándose en lo linda que le parecía, aun con su desarreglada apariencia deportiva. El pelo color chocolate lograba destacar la tez blanca y los ojos marrones rodeados de una tupida hilera de pestañas. Tenía los pómulos altos lo cual le daba una figura ovalada a su rostro. La nariz era respingada y tenía unos labios bien definidos. Incluso le habría hecho gracia su cinismo si no fuera por el malhumor que cargaba.
—No te he pedido disculpas —le aclaró lo obvio—. Estás obstaculizando el estacionamiento y además de aguantar tu descaro, ¿tengo que esperar unos minutos?
Cuando Bárbara se disponía a replicar, Laura se acercó por el lado del piloto y le tocó la ventana al hombre para que la bajara.
—Hola, JP, ¿mala noche? —le preguntó con un gesto de consideración por su rostro de cansancio.
—No tan mala como la mañana. —Miró a Bárbara, quien le hizo una mueca por su comentario—. Son las diez, Laura, ¿vienes recién llegando?
Bárbara le hizo un gesto a Laura imitando la severidad de su hermano. Esta rio, pero luego vio a su hermano, quien miraba a Bárbara con indignación.
—¿Te importaría?, estoy hablando con mi hermana.
—¿En serio? —le dijo Bárbara—. Yo pensé que era tu hija. Sabes que ya pasó los dieciocho años, ¿verdad? —le sonrió con burla, aunque no dejaba de pensar en lo guapo que era.
Tenía el pelo negro y no muy corto por los gatos que se le formaban al final de la cabellera. La tez era más oscura que la de Laura y los almendrados ojos color ámbar tenían un tinte cobrizo. La nariz era recta y proporcional a todo el rostro, los labios eran de mediano grosor y en ese minuto se encontraban rodeados de una barba de no más de tres días. La forma de la mandíbula se acentuaba cuando tenía la expresión tensa lo que le daba un aspecto muy masculino.
JP había decidido que sería muy fácil para él pasarle el jeep por encima, era insoportable e insolente y no tenía idea de cómo se había vinculado con su hermana.
Laura decidió presentarlos antes de que continuaran enfrentándose.
—Juan Pablo Camus, ella es Bárbara, ¿cuál es tu apellido?
—Luego te lo digo. No me interesa que tu hermano me busque en las redes sociales porque le parecí irresistible.
—Créeme que eso no va a pasar, pinturita —intervino JP.
—Pinturita tu abuela, milico. —Se dirigió a Laura, ignorando a JP—. Me tengo que ir, pero suerte con el cítrico.
Laura sonrió en tanto levantaba la mano para despedirse y decirle que la llamaría.
JP irritado le dijo a su hermana que se subiera.
Mientras esperaba a JP para ir camino al ascensor, Laura pudo notar el humor que traía. Venía enrabiado pues había tenido una jornada de mierda en el hospital. Generalmente, no trabajaba de noche, pero el día anterior, pasada la medianoche, lo llamaron por una colisión múltiple que involucraba a una veintena de niños. Una cosa llevó a la otra y no pudo desocuparse hasta pasada las 09:00 a.m.
Cuando subieron al ascensor, JP le preguntó:
—¿Quién era esa mujer con la que estabas?, no la había visto antes.
Laura le contó como la había conocido, aunque omitió los detalles de su conversación en la playa.
—¿Y sin más se fueron a tomar desayuno juntas y luego te vino a dejar? —la miró con recelo.
—Soy adulta, JP —le recordó molesta—. Bárbara fue muy buena onda conmigo —bajaron del ascensor—, ¿lo dejamos ahí?
—Para la próxima quiero que me avises cuando vayas a llegar a esta hora. No me mires así —abrió la puerta del departamento—, no me importa si tienes cuarenta años, mientras vivas conmigo esas son las reglas.
—Ya conozco tus reglas —protestó Laura al pasar—. Me voy a dormir.
2
Pasaron algo más de dos semanas desde aquel encuentro en la playa. Laura y Bárbara se llamaban y veían continuamente. Los cinco años de diferencia las situaban en etapas distintas de la vida, pero a su juicio, aquello solo enriquecía la amistad. Laura a sus veinticuatro años, estaba terminando la universidad y su única responsabilidad, en ese momento, era preparar su examen de título. En tanto, Bárbara a los veintinueve, motivada por ser dueña de su tiempo, se había arriesgado a formar su empresa. Aunque antes de dejar la comodidad de una remuneración mensual, se aseguró de comprar un departamento en Santiago Centro, el cual arrendaba, y se dedicó a reunir el dinero suficiente para adquirir un auto que no era un lujo, pero le servía para trasladarse. No tenía deuda educacional, pues con ayuda de su madre y de trabajos esporádicos, había pagado desde el primer año de universidad el crédito que le permitió estudiar diseño. Su gran ambición en esta etapa de su vida era tener la solvencia económica para mantenerse y poder disponer de tiempo para dedicarlo a actividades de su agrado.
A pesar del poco tiempo que se conocían, Laura y Bárbara ya contaban con una rutina que las había acercado más como amigas. Se reunían tres veces por semana, de preferencia en la mañana, para trotar. A regañadientes Laura aceptaba, aunque terminaba el ejercicio caminando. Dependiendo de la disponibilidad de tiempo que tuvieran después del trote, acordaban recorrer los alrededores de la ciudad con Laura como guía. Y, siendo este el caso, finalizaban la jornada bebiendo cerveza en el departamento que Bárbara arrendaba en la parte trasera de una casona ubicada a diez minutos del centro de la ciudad. El departamento se situaba en un segundo piso, y contaba con una escalera que daba a un patio independiente de la casa principal.
Un domingo en la mañana, mientras corrían, Laura le hizo un gesto a Bárbara para descansar y de paso preguntarle:
—¿Te gustaría ir a almorzar hoy a mi departamento?
Ambas mantenían la respiración acelerada, pero Bárbara dio un suspiro antes de responder.
—¿Va a estar tu hermano?
—Lo más probable, es su departamento.
Comenzaron a caminar.
—Entonces no. Lo he visto una sola vez y creo que no nos caímos muy bien. —Rieron.
—Pero ese día había tenido una mala noche en el hospital —justificó Laura—. Y si a eso le agregas que yo venía llegando a las diez de la mañana con una mujer con la que se puso a discutir. —Laura hizo un ademán para que comprendiera—. Normalmente es simpático con mis amigas. Además, él me dijo que te invitara para comenzar de nuevo.
—¿En serio? —le preguntó sorprendida, pero luego desestimó el gesto—. Puede ser que esté justificado su comportamiento, el mío no sé cómo lo justificaste porque yo no puedo. —Rieron—. El tema es que prefiero mantenerme alejada de hombres como tu hermano.
—¿A qué te refieres con eso?
—Seguro te lo han dicho antes, pero tienes un hermano muy guapo. —Meditó lo que había dicho y miró a Laura con los ojos entornados—. Si le dices eso te dejaré como mentirosa.
—No te preocupes. Nunca me has comentado sobre tus relaciones anteriores.
Bárbara consideró contarle la historia de su última relación, pero decidió que no era el momento.
—Digamos