El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto
Si el tipo no te dice que está saliendo con alguien, entonces el problema más grave, a mi parecer, no es que hayas estado con un hombre que tiene dos mujeres, sino con un idiota que no te dio la oportunidad de escoger si tú querías estar con un hombre que tiene dos mujeres. —Bárbara levantó la mano antes de que Laura hablara—. Eso no significa que en tu caso hubieses estado con él aun sabiendo que tenía novia. Pero no fue tu decisión, ¿verdad? En ningún caso lo fue, eso es lo que debería darte más rabia.
Laura reflexionó si lo que le decía Miss Simpatía la estaba ayudando o hundiendo más.
—Puede que tengas razón —le dijo finalmente Laura.
—¿Qué edad tienes, Laura?
—Veinticuatro.
—A esa edad nadie debería llorar por un hombre con tanta pasión. ¿No tienes mucha experiencia, verdad?
Laura se sonrojó. Era verdad que no tenía mucha experiencia en este tipo de situaciones. Su primer y único novio lo conoció a los dieciséis y su relación duró casi siete años. Se conocieron en su ciudad natal, Puerto Varas, pero con el inicio de la universidad, sumado a nuevas experiencias y amistades propias de la etapa, la relación se tornó inestable. Las discusiones se hicieron más continuas y en algún punto ninguno de los dos quiso reconciliarse, comprendiendo que ya nada existía entre ellos. Laura reconocía que haber estado desde la adolescencia con un solo hombre, no la posicionaba como experta en el campo de las aventuras sentimentales. Hace un año había comenzado a salir nuevamente y el idiota por el que había estado llorando esta mañana, era el segundo hombre con el que había intimado.
Bárbara notó su tristeza, sintió ganas de abrazarla y decirle que tenía mucho tiempo para conocer a hombres, pero no quiso mostrarle compasión, eso no la ayudaría en nada.
—Lo importante es que tienes un nuevo día y por lo demás muy lindo. Mi consejo es que salgas de ese estado y aprendas de tus errores. Te invito a tomar desayuno, así te olvidas de tu mala experiencia, ¿te parece?
Laura tenía sentimientos encontrados hacia Bárbara. Era una mujer que no mostraba solidaridad femenina, lo que ella esperaba encontrar cuando se le acercó, sin embargo, su forma de ver la situación la había ayudado a no seguir sintiendo lástima de sí misma.
—No me importaría comer algo, pero es un poco temprano para ir a algún café, ¿no?
—Sé del lugar perfecto para tomar un desayuno casero. Vamos por mi auto.
Bárbara la llevó a un café restaurante donde servían los mejores y más contundentes desayunos, a un muy buen precio. Aunque llevaba poco tiempo viviendo en la zona, tenía una amistosa relación con la dueña del local, quien se mostraba muy maternal con ella.
Laura comenzó a untar un poco de mantequilla al pan recién salido del horno que la señora Gladys, como se llamaba la dueña, les puso sobre la mesa.
—¿Eres de Viña del Mar, Bárbara?
—Soy de Santiago, pero me vine hace dos meses a probar suerte. ¿Y tú?
—De Puerto Varas, pero estoy acá desde hace seis años. Vivo con mi hermano mayor.
—Debe ser entretenido vivir sola con un hermano, ¿no?
Laura soltó una risa burlesca.
—Depende del hermano. El mío se llama Juan Pablo y es en extremo responsable y sobreprotector. Se vino a Viña del Mar en el mismo periodo que yo me vine de Puerto Varas. Estudió medicina en Santiago, pero nunca le gustó la capital para vivir. Cuando terminó su carrera se vino a ejercer acá. Justo coincidió con mi época universitaria, así es que mis papás me dieron dos opciones: o estudiar en Santiago y vivir con mi hermano Tomás, que es lo más relajado que hay; o estudiar en Viña del Mar y vivir con Juan Pablo.
Bárbara la miró seria y sorprendida.
—¿Por qué escogiste al hermano sobreprotector si tenías la posibilidad de vivir con el relajado?
—Sé que piensas que estoy loca. —Rieron—. Aunque no lo creas, pese a que tenemos casi diez años de diferencia, me llevo mejor con JP. Así le decimos —aclaró—. Él ha sido mi guía y sé que siempre puedo confiar en él. —Cambió a tono nostálgico—. Además, lo extrañé mucho cuando se fue a estudiar a Santiago y creo que odié a cada mujer que llevó a la casa durante su época de universidad. Supongo que quería recuperar el tiempo que no estuve con él, por eso lo escogí —le confesó.
Bárbara la miró con ternura. Ella también tenía hermanos mayores y aunque los quería, nunca se sintió así por ninguno de ellos.
—Lo que no preví —continúo Laura— es que en la universidad iba a querer más libertad y ahí fue cuando me arrepentí de haberlo escogido —volvieron a reír.
—Debió ser toda una experiencia vivir con el correctito.
Laura puso los ojos en blanco.
—Se tomó muy en serio el papel de tutor y tuvimos muchas discusiones el primer año de universidad. Aún las tenemos, pero han disminuido. Imagínate que cuando mi novio venía a verme, se tenía que quedar en la habitación de invitados.
Bárbara meneó la cabeza.
—¿Ya no tienes novio?
—No, terminamos hace un año, pero estuvimos juntos siete.
Bárbara quedó con el pan suspendido frente a la boca.
—Siete qué, ¿años?
—Sí —le confirmó Laura con desgano.
—Me estás diciendo que estuviste con un tipo desde —comenzó a contar mentalmente—, desde los dieciséis años.
—No solo estuve con un tipo por siete años, él fue el único con quien hubo intimidad hasta anoche que me acosté con el pastel del que te hablé.
Bárbara hizo un gesto de comprensión. Ahora entendía mejor por qué había estado tan sensible en la mañana. Deseó haber conocido estos detalles antes de haberle soltado el maldito discurso motivacional que le dio. Bien hecho —se dijo—. Tal vez debería seguir mi propio consejo y preguntar antes de meter las patas. Cambió el tema antes de continuar por la senda del sentimentalismo.
—¿Y en qué se especializó tu hermano? ¿Tú seguiste sus pasos?
—De ninguna manera. La medicina no es lo mío. Se especializó en traumatología infantil. Trabaja en la clínica San Damián y en el Hospital del Mar. Yo estudié ingeniería comercial. Lo escogí porque el campo en el que me puedo desempeñar es amplio y los números se me dan bien. —Bebió un poco de agua—. ¿Tú a qué te dedicas?
Bárbara la miró asombrada.
—¿Qué pasó? —le preguntó Laura al percatarse de su sonrisa mientras le servían café y le entregaban los huevos con tocino que ordenaron.
—Es extraño que alguien pregunte a qué te dedicas y no qué estudiaste. Yo por lo menos lo agradezco.
Laura sonrió.
—Tengo una pequeña empresa y el giro es muy amplio —continuó Bárbara—. Se me da bien la fotografía así es que hago mucha remodelación de interiores, y uno que otro evento.
—¡Qué entretenido! A mí también me gustaría no estar sentada en un escritorio durante diez horas al día escuchando a alguien que te da órdenes.
—Igual hay alguien que me da órdenes, aunque es más libre.
—Yo también quiero ser independiente, por lo menos ese es el plan.
—Tiene sus ventajas, pero hay ocasiones en que es angustiante por el dinero. De igual forma, creo que deberías probar bajo el sistema primero, puede ser que te guste. Yo no tuve esa suerte.
Terminaron de desayunar y Bárbara ofreció llevarla a su casa. Le quedaba de camino y no tenía nada más que