El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto

El color de la decisión - Beatriz Navarro Soto


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se olvidó de ella, se dedicó a curar los cortes y a cerrar el volcán de sangre que hacía erupción entre el pulgar y la palma. Cuando Laura se acercó, le miró la mano con un gesto de asco.

      —Mi hermano está cerca y viene —le anunció. Al ver la endurecida expresión de Bárbara, añadió—: Lo siento, sé que no te cae bien, pero esos cortes no se ven simples y yo no supe qué más hacer considerando que no quieres ir al médico. —Continúo sin dejarla hablar—: Me dijo que hicieras presión sobre las heridas con gasa, que no te pusieras alcohol aún, y que si tienes vidrios incrustados no te los saques.

      Bárbara pensó en el vidrio que se había sacado, pero el enojo pudo más y comenzó a regañar a Laura.

      —Si hubiese sabido que tu deseo era llamar a tu hermano, entonces ir al doctor no me hubiese parecido tan mala idea. No quiero que venga —sentenció—. Llámalo y dile que te equivocaste o que ya me fui al médico.

      —No voy a llamarlo —le respondió con impaciencia—. Además, le envié una foto por lo que dudo que me crea cuando le diga que me equivoqué. —Prosiguió ignorando su mal humor—. Bárbara, deja que él te cure.

      —Debiste consultarme antes de llamarlo.

      Trató de concentrarse en limpiar los cortes en la mano derecha, pero la izquierda no dejaba de sangrar. Cuando supo que no lo conseguiría fácilmente, tuvo que dirigirle la palabra a Laura, a pesar de lo enojada que estaba con ella.

      —Ayúdame a vendar la mano izquierda, por favor.

      Laura lo hizo con renuencia, pero a esas alturas, no podía seguir negándole su ayuda. Luego de unos minutos en que ambas estaban tratando de lidiar con las heridas de la mano derecha, escucharon tocar la puerta.

      —Por fin —dijo Laura con alivio y fue a abrir.

      JP venía cargando su mochila y una bolsa de farmacia.

      —¿Dónde está? —le preguntó al saludarla.

      —Por acá. —Laura lo condujo hacia el baño.

      Al llegar, JP observó los algodones con sangre esparcidos en el piso y la tina. El lavabo donde Bárbara tenía apoyada las manos estaba rodeado de gasas manchadas, una bolsa de algodón y la botella de alcohol. JP hizo un gesto de frustración, dejó sus cosas sobre una silla y se dirigió hacia ella.

      —¿Me permites?

      Por el tono empleado, Bárbara sabía que el maldito doctor no sería gentil. Pero no sacaba nada con seguir testaruda, pues las condenadas manos le dolían. Sin siquiera mirarlo, las levantó como un gesto de rendición.

      —Laura, pásame un paño quirúrgico de mi mochila, por favor. —JP atrajo las manos de Bárbara hacia él y comenzó a evaluar las heridas de la mano derecha. En su mayoría, eran superficiales por lo que no le preocuparon—. Déjame ver la mano izquierda.

      —Es mejor que comiences a curar la derecha, así asimilo un poco el dolor de la izquierda —le dijo con la intención de dirigir sus acciones.

      JP la miró sin creer lo que estaba escuchando.

      —¿Crees que me importa que asimiles el dolor? —le increpó—. Eres una terca. Laura te dijo que fueras al médico y no quisiste, ahora te aguantas.

      Bárbara abrió la boca, pero la cerró al ver que le agarraba la mano izquierda a la fuerza y comenzaba a sacarle el vendaje lentamente. Ella estaba tratando de mirar por sobre el hombro, pero su 1.80 de estatura y su proporcionada contextura, no le dejaban posibilidad de observar lo que hacía. Laura permanecía en silencio ayudando a su hermano con lo que él le solicitara. Cuando llegó a la última capa de gasa, JP notó que aún le salía un poco de sangre, por lo que no terminó de desprenderla y adhirió más gasa sobre la depositada. Le dijo a Laura que hiciera presión mientras terminaba con la mano derecha. Luego de unos minutos, JP puso la mano izquierda bajo el grifo de agua para comenzar a lavarla. Bárbara estaba apoyada en su hombro y, en un movimiento inconsciente, se lo mordió para tolerar el dolor que le supuso el refriegue.

      JP se volteó desconcertado.

      —¿Te importaría no morderme?

      Bárbara lo miró con vergüenza, pero también con inquietud por la cercanía de sus cuerpos.

      —Lo siento, es que me dolió.

      —En tu caso me alegro que así sea —le dijo con pesadez y reanudó la limpieza. Bárbara le hizo una mueca de desagrado.

      JP vio el enorme corte que tenía entre el pulgar y la palma y cerró los ojos en un gesto de fastidio. Tomó el paño quirúrgico y la secó. La llevó a la mesa del comedor y le indicó a su hermana que trajera la mochila y los insumos que estaban en la bolsa. Mientras la curaba, de vez en cuando le dirigía una mirada. El último mes no se había podido sacar ese rostro de sus pensamientos y eso lo tenía molesto. Era una mujer que le causaba intriga y su rebelde mirada, deseo.

      —¿Cómo te hiciste las heridas? —le preguntó JP para dejar de pensar en ella de esa forma.

      —Me tropecé y caí sobre los vidrios —fue su escueta respuesta.

      —¿Te removiste algún vidrio? —Al no escuchar respuesta meneó la cabeza y en tono de regaño continuó—: Cualquier persona va al médico cuando le pasa algo así. Sobre todo, considerando que esta herida estuvo en contacto con algo sucio y eso te puede causar una infección. —Luego de vendar la mano derecha, levantó la izquierda—. ¿De verdad creíste que podrías curarte sola?

      Bárbara le hizo un desprecio y desvió la mirada hacia la ventana.

      Mientras JP curaba la herida, ella lo observaba de soslayo. Mierda, qué lindo es —se dijo—. Lucía tan bien en esa camisa azul arremangada y su pantalón formal. La luz que le llegaba al rostro le había cambiado la tonalidad de los ojos a rojizo dorado, lo cual profundizaba su mirada. Aquello solo acrecentó sus ganas de continuar admirándolo. La mandíbula se había acentuado mucho más sin la barba que le había visto la primera vez, y el cabello se le veía naturalmente desordenado. En cualquiera de sus versiones era guapo y, en ese momento, estaba concentrado en lo que hacía. Era la clase de hombre que la ponía nerviosa, por lo que decidió poner distancia valiéndose de su regaño.

      —Si Laura me hubiese dicho que había tenido la brillante idea de llamar a su hermanito, entonces la clínica habría sido una buena opción después de todo. Pero me lo dijo cuando ya te había contactado. —Miró a Laura con reproche—. No hay necesidad de que me sigas regañando por lo que no hice.

      Él levantó la mirada hacia ella para indicarle que la había escuchado. Terminó de saturar, la vendó y le dijo:

      —Debes guardar reposo. No hagas nada con las manos porque podrían volver a sangrar —le dio una pastilla para el dolor.

      Bárbara se la tragó sin agua.

      —Tengo que terminar un trabajo, pero no es mucho lo que me falta —se interrumpió ante la expresión poco amistosa del doctor.

      —Eres toda una pieza de arte. Dije que no movieras las manos —y prosiguió para no darle cabida a la réplica—: Te voy a vacunar, date vuelta.

      —¿Por qué no me la pones en el brazo?

      Laura los observaba discutir un tanto entretenida.

      —Porque yo soy el médico y tú la paciente —la agarró del brazo y la llevó al sillón de doble cuerpo—. Boca abajo —le indicó.

      Ella se quedó sentada en el sillón mirándolo hacia arriba. No quería que le pincharan el trasero. Además, era el hermano de Laura, no lo veía como un médico.

      Frustrado con su actitud, JP situó un pie sobre el sillón, la levantó y la puso de boca en su pierna, le descubrió el trasero y la pinchó.

      Bárbara emitió un sonido de dolor, pero se quedó quieta mientras le quitaba la aguja.

      —Eres un cavernícola


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