El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto
desvió la mirada a su amiga sin saber qué responder.
Laura, por el contrario, no le apartó la vista. Sabía que algo había sucedido entre su hermano y Bárbara, de otra forma no se explicaba por qué se ignoraban.
—¿Por qué no me dices qué pasó entre ustedes? —se animó a preguntar Laura—. Y no me digas que nada, porque él siempre me preguntaba por ti y ahora se enoja cuando te nombro.
Bárbara no sabía qué decirle, porque ni ella lo entendía.
—La verdad es que tu hermano y yo no nos llevamos muy bien, eso es todo. No te preocupes, no somos amigos, pero tampoco lo contrario.
—¿Estás segura de que no se trata de algo más? —insistió.
—Segura —respondió sin un atisbo de duda.
Laura no quedó convencida con la respuesta, pero dejó el tema ahí.
—Tengo que irme —anunció mientras se paraba—. ¿Te veo el domingo?
—Claro —le dijo Bárbara—. Deja ahí, luego retiro.
Se despidieron y Laura se marchó dejando a Bárbara inquieta por el modo en que resultaría el reencuentro con JP.
El sábado por la mañana, JP estaba en el comedor leyendo el periódico cuando Laura salió de su habitación.
—Buenos días —Laura se aproximó y lo besó en la mejilla.
—Buenos días. ¿Cómo dormiste?
—Como un bebé. —Se sirvió una taza de café y se sentó junto a él—. ¿Qué lees?
—¿Qué te parece que leo? —JP bebió de su café sin apartar la vista del periódico.
—Me alegra escucharte de buen humor —agarró una tostada y le untó mermelada.
—No sé a qué te refieres. —Se paró dejando el periódico sobre la mesa.
—Hazte el loco —masculló Laura.
JP regresó con un vaso de leche y lo reemplazó por el café de su hermana.
—Quiero mi café, JP.
—No hay café hasta que te tomes un vaso de leche.
—Veinticuatro años y parezco de quince —volvió a mascullar tomando el vaso de leche en forma resignada.
JP sonrió y se volvió a sentar.
Laura recordó la fiesta y quiso salir de dudas.
—¿Irás hoy a la fiesta del bar?
—¿Cristóbal te invitó? —preguntó con extrañeza.
—No, pero invitó a Barb.
—Por supuesto que la invitó —se mostró crispado.
—¿Tienes algún problema con que vaya?
—Ninguno —dijo exaltado—. Seguro ya son pareja, ¿no?
—Si alguien debería saber eso, eres tú —aseveró Laura—. Hasta donde yo sé, Cristóbal es tu mejor amigo.
—No he hablado mucho con él. —No vio la necesidad de confesarle que lo había estado evitando las últimas dos semanas.
—A Barb no le interesa Cristóbal —le reveló Laura y volvió a concentrarse en el periódico.
JP bajó el papel para mirar a su hermana.
—¿Cómo lo sabes? —Se mostró tan ansioso como un adolescente—. ¿Te dijo algo?
—Le pregunté si le interesaba y me dijo que no era su tipo, aunque le cae bien.
—¿Y le da besos a todos los que no son de su tipo, pero le caen bien?
Laura abrió los ojos como quien escucha un chisme sabroso.
—¿Le dio un beso? —preguntó entusiasmada de saber más detalles—. ¿Estás seguro?
—Ella me lo dijo el sábado que estuvo acá.
—Ahora entiendo por qué no quieres saber nada de ella. —Miró a su hermano con detenimiento—. Te gusta Bárbara, no lo niegues.
—No seas ridícula —le dijo JP parándose de su silla—. No estoy interesado en tu amiga. Es una mujer —se silenció sin saber qué decir y se metió las manos en los bolsillos para tranquilizarse—. Ni siquiera sé cómo definirla. Me gustaría estrangularla cada vez que pienso en ella.
—O sea que piensas en ella —conjeturó Laura divertida.
—Córtala, pendeja —la apuntó con el índice—. No comiences a suponer cosas. De cualquier forma, sí iré a la fiesta, pero acompañado así es que no me importa si tiene algo con Cristóbal o no. Me voy al gimnasio, nos vemos luego —le besó la cabeza.
Laura se quedó sonriendo mientras volvía a leer.
Cerca de medianoche, JP conversaba con unos amigos, pero atento a las personas que llegaban al bar. La fiesta privada de Cristóbal la conformaban unas sesenta personas que consumían como si el bar estuviese en su máximo apogeo. Las dos primeras rondas corrieron por cuenta de la casa, pero el resto de la noche debían pagar como cualquier cliente. Y es que cerrar el bar un sábado era algo que debía valer la pena. Quienes frecuentaban El Rincón podían darse cuenta de los cambios. La nueva barra de roble con detalles de iluminación; las vitrinas hechas a la medida para los tragos; la renovada selección de instrumentos en el sector del karaoke y las destacadas imágenes en torno al salón, le daban un look más vanguardista al lugar. La remodelación había valido la pena, y Cristóbal estaba feliz con el resultado.
Camino a la barra, JP se quedó observando, una vez más, el trabajo de Bárbara. Las imágenes mostraban distintos rincones de la ciudad de noche, con músicos como protagonistas de la composición. Los efectos y colores, producto de los elementos móviles, eran el punto de mayor atracción.
—¿Te gusta? —le preguntó Cristóbal situándose junto a JP.
—Están buenísimas —opinó JP sin apartar la mirada de los cuadros—. Te quedó increíble el bar. ¡Felicitaciones!
—Gracias, Pelao —le dio dos palmadas en la espalda—. Esta parte la hizo Bárbara, la de los labios…
—Ya sé quién es —lo interrumpió JP irritado.
—¿Por qué tengo la sensación de que la conoces? —infirió Cristóbal debido al tono empleado.
—Resulta que la conozco —corroboró JP—. Es amiga de mi hermana.
—¿De Laura?
—Es la única que tengo ¿no? —Se dispusieron a caminar hacia la barra—. No me preguntes cómo se hicieron amigas, pero el tema es que lo son.
—¿Y por qué no me dijiste que la conocías?
—Lo supe hace poco —salió del paso—. Además, no nos hemos visto gran cosa.
—¿Y de quién es la culpa? —le recriminó. JP se hizo el desentendido y Cristóbal no insistió—. ¿Y? —levantó la barbilla—. Sé que andas con la rubia, pero desembucha, ¿qué te pareció?
—¿A qué te refieres con qué me pareció? —le preguntó conociendo la respuesta.
—No me vengas con huevadas, Pelao. Sabes a lo que me refiero. —Con una divertida sonrisa prosiguió—: Está buena, ¿verdad?
—Sabes que no me gusta hablar así de las mujeres —le dijo severo.
—Tan correctito, Pelao —bebió de su cerveza.
—¿Están juntos? —le preguntó JP con recelo.
—Me gustaría, pero no. Me dijo que no era su tipo la condenada.
JP