El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto

El color de la decisión - Beatriz Navarro Soto


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veo luego, bonita —se paró dirigiéndole una dura mirada a su amigo.

      Ella se sintió nerviosa al ver a su amigo de travesuras alejarse. Giró quedando frente a JP.

      —¿Cuánto va a durar el sermón? —Levantó su trago—. ¿Es suficiente con esta caipiriña o pido otra?

      —Creo que ya bebiste suficiente —arrastró la taza que le pusieron sobre la barra—. Bébete el café.

      Bárbara lo miró irritada por el tono de orden que había empleado.

      —No quiero café y yo voy a decidir cuando dejó de beber, Juan Pablo. Entérate, soy una mujer adulta.

      JP reguló el tono de voz para dejarlo en un susurro mientras se acercaba a ella.

      —Si te comportaras como una mujer adulta, tal vez te podría tratar como tal. Y no quiero dejarte sola, porque tengo la sensación de que borracha haces algunas estupideces de las que te puedes arrepentir.

      Bárbara soltó una desganada risa.

      —¿Cómo cuáles, según tú?

      —No sé —hizo un gesto que denotaba sarcasmo—, se me ocurre que acostarte por despecho con un amigo sea una de ellas.

      —¿Quién te dijo que sería por despecho? —Su rostro se endureció por la indirecta—. Si me acuesto con Cristóbal, por lo menos sé a lo que iría con él, en cambio contigo —se acercó más—, no tengo idea.

      —¿Qué significa eso? —no le apartó la mirada a pesar de que sus bocas estaban demasiado cerca.

      —¿Qué significa? —le repitió enarcando las cejas—. Vienes con una rubia que parece salida de la cúpula de los deseos, pero sin embargo me desnudas cada vez que me miras. Eres un cínico presumido que no quiere perder pan ni pedazo. Por lo menos Cristóbal no aparenta ser alguien que no es. —Se paró y se fue del bar.

      —Mierda —se dijo a sí mismo mientras salía tras ella. La vio subirse a su auto y corrió para alcanzarla antes de que cerrara la puerta.

      —Ven acá —la agarró del brazo para levantarla del asiento del piloto—. ¿Cómo se te ocurre que vas a manejar?, estás ebria.

      —No lo estoy, maldito santurrón —trató de zafarse de las manos de JP, pero él la agarró con más fuerza.

      —¡Es suficiente! —le espetó—. No me acerqué a ti porque le diste un beso a Cristóbal y te recuerdo que él es mi amigo.

      —Fue un beso sin importancia.

      —Un beso es un beso, Bárbara. Tal vez tú le diste esa connotación, pero él te ha deseado siempre. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?

      —¿Cómo lo voy a saber si veo que te apareces con otra mujer cuando sabes que yo estaré acá?

      —¿Dime si hay algo entre tú y Cristóbal?

      —Eres un idiota si crees que podría jugar con su amistad de esa forma. Suéltame.

      JP la atrajo desde la nuca sin importarle su estado de alteración. Le dio un beso: apasionado, brusco y lleno de urgencia. Sus lenguas comenzaron a moverse con una coordinación que dejaba poco espacio al acto de respirar. Se entregaron al momento que tantas veces habían repasado en sus mentes. JP la deseaba y pese a la rabia que Bárbara había acumulado durante la fiesta, ansiaba ser acariciada por él.

      Al separarse, se miraron agitados y excitados, pero ninguno sabía cómo continuar en esta atmósfera de atracción y deseo.

      Regulando su respiración, Bárbara rompió el silencio.

      —¿Te acostaste con la rubia?

      —Por supuesto que no.

      Bárbara tragó saliva y tras una pausa, le dijo:

      —Si te pido que vayas a mi casa y te quedes, ¿creerás que lo hago porque estoy ebria?

      —No, discúlpame. —JP le enmarcó el rostro con las manos y le rozó los labios con el pulgar—. Estaba celoso porque Cristóbal no dejaba de tocarte y abrazarte. —Se acercó al oído para susurrarle—: Te deseo mucho.

      Bárbara sintió que se desvanecía.

      —Vamos en mi auto —le dijo JP.

      —Puedo manejar —se resistió cuando él la instó a alejarse de la puerta para cerrarla—. Si quieres te vas atrás.

      —¿Cuántos tragos tomaste?

      —Mmm… cuatro caipiriñas y una cerveza, pero he manejado antes con esa cantidad de alcohol.

      —Pero qué bien —JP terminó de cerrar la puerta del auto—. Deberías sentirte orgullosa. Por mi parte, prometo sentirme miserable por colaborar para que no atropelles a nadie hoy.

      Bárbara sonrió.

      JP la tomó de la mano para comenzar a caminar, recordó sus heridas y vio que estaban cicatrizando muy bien.

      —Hicieron un buen trabajo en la clínica, tus manos se ven perfectas.

      —Quien hizo un buen trabajo fuiste tú.

      JP la miró con falso asombro.

      —Disculpa mi expresión, pero no tenía idea de que podías ser agradable.

      —A ver si se te pega un poco la simpatía —le replicó ella antes de subirse al vehículo.

      JP le dio un beso y cerró la puerta.

      Entraron al departamento mientras se besaban, apresurados de arrancarse la ropa. Se sacaron las chaquetas como pudieron y las tiraron al piso. Bárbara le pidió un minuto para cerrar las cortinas, tiempo suficiente para que JP se diera cuenta de lo ordenado y limpio que estaba todo.

      —La última vez que estuve acá me dio la sensación de que no eras muy ordenada. —La agarró de la cintura y la estrechó contra su cuerpo—. Habías planeado traerme, ¿verdad?

      Bárbara le entrelazó las manos detrás del cuello.

      —Bueno, si no eras tú, seguro traía a alguien hoy.

      —No te hubiese dejado.

      —¿Y si la rubia se hubiese quedado?

      —Ella es una amiga.

      —Yo también.

      —Tú no lo eres ni quiero que lo seas.

      Comenzó a besarla, pero esta vez se tomó su tiempo. Fue suave y delicado. Bajó a su cuello mientras sus manos se deslizaban por su trasero. Poco a poco sus respiraciones volvieron a agitarse, aún más cuando él le quitó la blusa. Recorrió con firmeza su piel hasta dejar las manos sobre los senos. Los acarició sobre la tela del corpiño e introdujo los pulgares por debajo para presionar los endurecidos pezones.

      —Te deseo tanto —le confesó JP. La tomó en brazos para llevarla a la habitación.

      La recostó sobre la cama y prendió la luz del velador para contemplarla. Se acomodó sobre ella y comenzó a bajar con la boca y la lengua por el abdomen. Se devolvió por el mismo camino recorrido hasta el rostro para darle otro beso. En un rápido movimiento, la puso encima de él para quitarle el corpiño. Los senos quedaron al descubierto; los devoró primero con la mirada para luego sumergirlos en la boca. Los succionó y mordisqueó hasta que no quedó ninguna parte sin su rastro. Bárbara emitía sonidos de placer que la sustraían de toda cordura. JP quedó nuevamente sobre ella para terminar de desnudarla y vio su excitación cuando la acariciaba. La rozó con los dedos desde el ombligo hasta las bragas. Sintió su estremecimiento y continuó más abajo. Ella le buscaba las manos para guiarlas, pero él no la dejaba. Repitió una y otra vez el mismo recorrido, aumentando su ansiedad, hasta que su súplica lo obligó a arremeter entre sus piernas. Estaba húmeda y eso lo llevó a un punto de excitación superior, y debió contenerse para no penetrarla. Ella cambió la posición y se puso de lado


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