El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto

El color de la decisión - Beatriz Navarro Soto


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insistió, confundido de que no le dijera nada sobre el beso.

      —Lo único que he recibido de ella es un piquito como premio de consuelo. Aunque me prometió que si alguna vez quería “divertirse” con un amigo sin compromiso, acudiría a este pechito —se pegó en el pectoral—. Aquí estoy, esperando a que me necesite.

      Escucharon unos vasos que se quebraban y Cristóbal miró en dirección a la cocina, se disculpó y fue a ver qué pasaba. JP quedó crispado por la confesión. ¿Qué mierda significaba “cuando quiera divertirse con un amigo”? Frustrado solicitó otra cerveza para volver con su grupo de amigos.

      Media hora más tarde, Bárbara entró al bar. JP la vio y supo que era una mujer que no necesitaba acompañante. Se veía segura de sí misma y más guapa que nunca. Vestía una mini negra, ajustada; blusa de algodón gris, holgada, que le llegaba por debajo de la cadera; pantis transparentes; zapatos negros bajos y una chaqueta también negra que le llegaba por encima de la rodilla. El pelo lo traía suelto y el maquillaje complementaba su simpleza. Lo primero que Bárbara hizo fue acercarse a saludar a Cristóbal. Él la levantó, la abrazó e intentó besarla, pero ella le corrió la cara. Insistió y esto irritó a JP por lo que fue a su encuentro.

      Bárbara vio a JP acercarse y volvió a experimentar el nerviosismo que solo él le provocaba. Llevaba un sweater cuello smoking, jeans azul oscuros y zapatos de gamuza color café. El cabello negro lucía desarreglado y contrastaba con sus bellos ojos claros.

      —Supe que ya conoces a mi amigo —le dijo Cristóbal a Bárbara al ver a JP acercarse.

      —Lo he visto un par de ocasiones —le respondió—. ¿Cómo estás? —se inclinó a saludarlo.

      JP se percató de su olor a vainilla como también que Cristóbal la tenía abrazada de la cintura. Tuvo una mezcolanza de sensaciones que lo inquietaron.

      —Bien, ¿y tú?

      —Todo bien —le sostuvo la mirada con la misma intensidad que él mostraba.

      Cristóbal notó cierta tensión entre ellos.

      —¿Algún problema? —miró a ambos para ver quién le respondía.

      Bárbara desvió la mirada hacia Cristóbal.

      —Ninguno —sonrió con nerviosismo—. Juan Pablo es hermano de una amiga mía.

      —Hoy me enteré, el mundo es un pañuelo. —Le dio una amistosa palmada a su amigo, y JP respondió enmarcando una leve sonrisa—. Te invito un trago, bonita.

      Antes de que Bárbara le respondiera, una rubia se les unió agarrando a JP del brazo. Bárbara sintió un torrente de celos que disimuló con un rostro inexpresivo. La mujer era delgada y de piernas increíblemente largas, lo que le daba un aspecto de maratonista olímpica. Su rubia cabellera y su rostro perfecto eran propios de una chica de clase acomodada. Llevaba un vestido de lentejuelas que a Bárbara le pareció más apto para una fiesta de gala que para una de bar.

      —Te estaba buscando, Juan Pi.

      —Ay, por favor —masculló Bárbara con los ojos en blanco.

      —¿Disculpa? —le dijo la rubia.

      JP intervino, aunque le divirtió la reacción de Bárbara.

      —Bárbara, te presentó a Ignacia, una amiga. Ignacia, ella es Bárbara, amiga de mi hermana.

      —También mía —añadió Cristóbal ganándose una sonrisa de Bárbara.

      Ambas se miraron sin intención de saludarse de beso.

      —Hola —dijo Ignacia con desdén.

      —Hola —respondió Bárbara secamente.

      —No te había visto antes —le dijo Ignacia con el entrecejo arrugado—. ¿Eres de Santiago?

      Bárbara miró con burla hacia Cristóbal.

      —¿Qué significa eso? —le preguntó a su amigo y luego se dirigió a Ignacia—. ¿Conoces a todas las personas que viven en Viña del Mar?

      Cristóbal y Bárbara rieron.

      —Conozco a mucha gente —interrumpió Ignacia con molestia—. Pero tienes razón, tú y yo, linda, no creo que frecuentemos los mismos círculos.

      JP y Cristóbal se miraron con desagrado por el comentario de Ignacia.

      —También lo creo —respondió Bárbara con cinismo—. De hecho, si te viera muy seguido, sabría que estoy haciendo algo mal en mi vida.

      —Creo que esta discusión está demás —intervino JP y se dirigió a Bárbara—. Deberías aceptar ese trago que te ofrecieron.

      Cristóbal sonrió, por lo que él entendió como una ayuda de parte de su amigo.

      —Justamente es lo que pensaba hacer. —Bárbara miró a Cristóbal con una sonrisa coqueta—. ¿Vamos a divertirnos? —JP disimuló el desagrado que le produjo el comentario.

      —Eso me gustó —le dijo Cristóbal con picardía mientras se dirigían a la barra.

      JP los vio alejarse, y por primera vez sintió celos de su amigo.

      Durante la noche, Bárbara intercambió intensas miradas con JP, pero la mayor parte del tiempo él permaneció con su grupo de amigos mientras Bárbara se unía a las personas que Cristóbal le iba presentando. Luego de compartir con sus invitados, el anfitrión y Bárbara se dieron un tiempo para conversar de sus vidas. Fue así como ella se enteró de que conocía a JP desde hacía diecinueve años. Le aclaró que él no era oriundo de Puerto Varas, pero iba todos los años de vacaciones a la casa de sus tíos y por medio de su primo se habían conocido. Le relató con gracia que en un comienzo no se cayeron bien, pero con el tiempo habían limado asperezas aceptándose tal como eran. Contó anécdotas sobre su adolescencia que Bárbara escuchó entusiasmada, porque le ayudaban a conocer más a JP. Durante todo lo que duró la conversación, Bárbara se hizo una idea de lo distintos que eran el doctor y el dueño del bar, pero por las historias relatadas, conjeturó que ambos se protegían y querían mucho. Por lo menos a Cristóbal se le notaba en cada palabra que le dedicaba a su amigo.

      Pasadas las dos de la madrugada, Ignacia le dijo a JP que se quería ir. Él estuvo de acuerdo y se fueron abrazados. Bárbara estuvo pendiente de ellos hasta que abandonaron el bar. Aquello la llenó de rabia, por las insinuantes e hipócritas miradas que JP le dio durante la noche; y tristeza porque, aunque le costaba reconocerlo, el doctor le gustaba mucho, pero ella no lo suficiente a él.

      Menos de una hora más tarde, Bárbara se reía a carcajadas con Cristóbal en la barra. Iba por la cuarta caipiriña y esto la tenía un poco mareada, pero no borracha. Mientras bromeaban, la puerta de entrada se abrió. Era JP, esta vez estaba solo, y se dirigió hastiado a la barra al verlos una vez más juntos. Se sentó al costado izquierdo de Bárbara dejándola entre él y su amigo.

      —Fuiste rápido —bromeó Bárbara en tanto volvía a tomar un sorbo de su caipiriña.

      Cristóbal reía.

      —No seas vulgar —le respondió JP sin un atisbo de gracia y se dirigió al barman para solicitar un café.

      Bárbara dejó de reír y abandonó el tema de la rubia para centrarse en lo que había ordenado.

      —¿Qué pasa, te dio sueño y necesitas un café para despertar? —A Cristóbal le entretenía como Bárbara molestaba a JP—. Sabes que hay unas, ¿cómo se llaman? —le preguntó a Cristóbal con la nariz fruncida.

      —Energéticas —dijeron al unísono, riendo.

      El margen de tolerancia que JP manejaba a estas alturas era casi inexistente. Había tenido que aguantar la escenita de Ignacia fuera de su departamento por no quedarse con ella, y ahora era objeto de burla de su amigo, pero, por sobre todo, de una mujer que le producía deseo y enojo al mismo tiempo. Se adelantó a la barra y le dijo


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