Pasiones al acecho. Lola Hasley
yo le indicaré cómo llegar a todos lados…
Y así comencé mis paseos por allí. Lo primero que hice fue ir a la Abadía de Westminster. Situada a pocos pasos del Támesis. Recuerdo que el día que llegué, no podía creer lo que mis ojos veían. Era una belleza difícil de igualar. Reyes, reinas, aristócratas, poetas, héroes, villanos, tantas personas formando parte de la fascinante historia de esta iglesia. Y allí estaba yo, parada, con mis ojos empapándose de años de historia. Cada paseo que hacía, más me gustaba mi nuevo lugar.
Pasaron los días, y comencé a buscar trabajo. Era de vital importancia. Si bien tenía algo de dinero que había traído conmigo y tenía unos cuantos meses para armarme, era algo que debía hacer con cierta velocidad.
Lo primero que hice fue buscar trabajo en bares. No me fue fácil en los primeros días. Al principio estaba muy ilusionada recorriendo todos los lugares cercanos a Piccadilly Circus. Pasé por Luxe, Tiger Tiger, St. Jamen Tavern, Basement… pero la suerte no estaba de mi lado. No necesitaban a nadie.
Pasaban los días y la soledad empezó a apoderarse de mí. Extrañaba a mi familia, a mis amigas, que me hablen en mi idioma. No conseguía trabajo, y ya había recorrido toda la ciudad. Mis libros comenzaban a terminarse; y yo, a desesperarme. Pero no iba a bajar los brazos, así que decidí salir de nuevo a buscar trabajo, y llegué al Green Bar del Hotel Café Royal. Aparentemente fue en un día complicado, dos de sus empleados se habían dado de baja, por lo que Melanie, la encargada del local, me tomó de inmediato. No podía creerlo. Ni siquiera me hizo una entrevista. Me dijo que le había caído como anillo al dedo y me dio un uniforme.
Fui a cambiarme y me desesperé. ¡En mi vida había trabajado! Siempre había sido la nena de mamá y de papá, no había lavado un vaso en mi vida. De hecho, hasta era fifí. Me acuerdo y me río. Ese primer día fue fatal. Cuando me alisté, salí rápido a preguntarle a Melanie qué hacer. Me asignó a Josh, quien hoy es mi gran amigo, para que me explique mi trabajo que, básicamente, era hacer lo que sea porque estaban muy atareados y tenían poco personal.
Comencé atendiendo mesas. Tomé diez pedidos en 5 minutos, estaba muy contenta con eso… hasta que fui llevándolos a las mesas y me di cuenta de que había anotado mal todos los números, y entregué los pedidos de forma equivocada. ¡¡Qué desesperación!! Pero Josh salió en mi ayuda, y lo solucionamos fácilmente. Qué cansada que terminé ese día. Trabajé doce horas de corrido, sin sentarme un minuto. Melanie, por suerte, quedó muy satisfecha, y volví al día siguiente.
Los días fueron pasando, y me encantaba mi trabajo. Sabía que era algo temporal, pero me bastaba para empezar. El sueldo no era malo, conocía gente, escuchaba historias. Me sentía acompañada en mi nueva burbuja.
Melanie y Josh se convirtieron en mis grandes confidentes. Teníamos todos vidas muy distintas, y congeniábamos a la perfección. Había otras personas trabajando con nosotros como Pili, Rose, Matt y George. El ambiente laboral era ideal. Poco a poco me fui sacando mis miedos más profundos y comencé a salir cada tanto con ellos. Recorríamos distintos lugares, nos juntábamos a comer, jugábamos cartas. Mi vida empezó a tener sentido en mi nueva ciudad. Mel era española, con lo cual, me sentía feliz de cada tanto usar un poco mi idioma.
—¿Por qué te viniste a vivir a Londres? —preguntó un día.
Terror. Pánico. Ni a mis amigas de toda la vida podía responderles la verdad. No podía traer aquello a lo que estaba formando acá, a mi nueva vida, a mi nuevo yo.
Necesitaba cambios de aire. Tengo ansias de conocer el mundo. Algún día volveré a mi amada Argentina, a mi gente, a mis amigas… Sabía que ello por ahí no pasaba nunca. Pero no quería mentir, aunque internamente sabía que ella no me creía. Mi mirada no podía ocultar cuando no decía la verdad. Pero ubicada como era, no preguntó más nada.
Josh, el loco del grupo, comandaba todos nuestros planes. Era el único londinense del grupo y, a juzgar por su aspecto, un chico “bien” (como yo) que quería hacerse “solo”, como decía. Muy valorable de su parte. Pero conocía cada calle, cada lugar, cada historia de ahí. Era muy buen guía turístico. Nos llevó a Neal Yard, una callecita hermosa. Hay un negocio de comida, otros de ropa y moda, y todos tienen colores llamativos en el frente, que los hacen únicos. Fuimos a Notting Hill, un barrio lleno de casitas bajas de dos o tres pisos muy pegadas las unas a las otras, todas de tonalidades pastel muy discretas. Los portales están delimitados por verjas de hierro; paseando por sus calles me sentía la protagonista de una película. Dowling Street, la calle de la residencia del primer ministro, Regent Street que conecta Oxford Circus con Picadilly Circus, lugar que me dejó boquiabierta con sus excelentes tiendas y la maravillosa arquitectura. Con él de la mano, comencé a sentirme una londinense.
Los meses pasaban, y yo ya estaba empezando a buscar mi nuevo departamento. Me quedaban sesenta días en el que estaba, necesitaba encontrar algo cómodo, bien ubicado y, sobre todo, barato. Nos pusimos en “plan de búsqueda”. Recorrimos distintos lugares, entre ellos el edificio más feo de Londres, al cual los diarios llamaron “una invitación al suicidio”, llamado Walkie Talkie, por su parecido a dicho aparato. Elegí uno en la zona de Convent Garden, en el edificio St. Cristopher ubicado en 9 Russell Street. Desde ahí, no me costaría tanto moverme, y tenía todo lo que yo necesitaba.
Mis días eran entretenidos. Me levantaba temprano; tomaba mi café con tostadas (mismo desayuno de toda mi vida); hacía mi clase de gimnasia que nunca abandonaría, siempre extrañando a mi entrañable amiga Jaz, mi profe de toda la vida, que tan fanática me había hecho; y me alistaba para ir a trabajar. En el Green Bar fichaba a las 11 de la mañana, y hacía horario de corrido hasta las 11 de la noche. Una vez por semana salía con mis amigos a algún lado, aunque todavía no tenía coraje para ir a bailar, por más de que hubiese unos cuantos kilómetros de distancia con mi vida pasada. Por las noches, cuando me metía en mi cama, seguía teniendo pesadillas, no sabía cuándo lograría que se terminaran. Pero era feliz y me sentía útil. Me había hecho nuevos amigos, amigos de Josh, y de Mel; y también tenía citas con algún que otro cliente, pero jamás había vuelto a dar un beso.
La noche de mi cumpleaños, el 7 de septiembre, mi primer cumpleaños allí, mis amigos me prepararon una fiesta sorpresa. Preguntaron a Nino, el dueño del hotel, si podía prestarnos el salón luego de nuestro turno de trabajo, a lo que accedió. Yo me había lookeado para una salida después del trabajo, no sabía que sería ahí. Tenía puesto un vestido verde esmeralda, sin espalda y bastante al cuerpo que me había comprado en una tienda obligada por Josh en uno de nuestros paseos, pero tengo que reconocer que me quedaba muy bien. Mis stilettos de Ricky Sarkany, una de mis pocas cosas de Argentina, y un sobre que hacía juego. Me sentía muy bien.
Al terminar nuestro turno de trabajo, veía que todos estaban todavía muy ocupados, sin entender por qué. Melanie, me tapó los ojos con un pañuelo y me llevó al salón. Comencé a escuchar música y cuando me dejaron ver, estaban todos mis amigos y gente que no conocía, y el salón estaba decorado para la ocasión. Mis ojos se llenaron de lágrimas al notar, entre todas esas personas, a mi mejor amiga Nati. No sé cómo llegó hasta ahí, pero me hacía tanta falta que mi abrazo a ella fue interminable. Con una de sus miradas, noté que después tendríamos mucho de qué hablar. La música empezó a sonar, mozos empezaron a traernos comida de todos lados. Estaba feliz, esto era increíble. Mis amigos bailaban, comían y tomaban; yo, pegada a Nati cual abrojo adolescente.
De repente sentí la necesidad de un descanso, de estar sola cinco minutos, así que, sin que nadie lo notara, salí con mi Marlboro Box y un Campari en la mano. Me abrigué, como siempre en esta ciudad ya hacía frío. Mientras contemplaba la noche en silencio, noté que la puerta se volvía a abrir, y vi al hombre más lindo del mundo salir hacia donde yo estaba. Era un completo Adonis. Morocho, los ojos turquesas más impresionantes que había visto, medía aproximadamente un metro noventa y tenía un cuerpo de infarto. Por primera vez en mucho tiempo, me imaginé con un hombre. Mi cara debía ser un poema, no podía dejar de mirarlo.
—Buenas noches, Lucía, le deseo un feliz cumpleaños, espero que la esté