Pasiones al acecho. Lola Hasley
ese italiano, que dicen que es un amargo, nos prestó este lugar, pero la verdad es que estoy encantada.
—Ah, ¿el italiano quién es?
—Nino, el dueño de este hotel. Me han dicho que es un viejo engreído, que solo piensa en él mismo, que se cree que se lleva el mundo por delante. Pero le tendré que agradecer por este préstamo.
No había terminado de hablar, cuando apareció Josh, también un poco achispado por el alcohol…
—¡Ey, Lu!, estábamos con Nati buscándote por todas partes, no te podíamos encontrar. Imaginé que habrías salido con “tus puchitos”. Veo que tuviste el placer de conocer al jefe, ¿cómo le va señor Nino?
—¿¿Qué?? ¿Señor Nino?
—No tuve el placer de presentarme a la señorita, soy Nino Cervara, el dueño del hotel. Un placer haberle prestado mi salón para un evento tan especial.
—Señor, disculpe… yo no sabía, me había imaginado… Soy Lucía Black, una de sus empleadas. Le ruego que me perdone.
Y salí corriendo. Literalmente me quería morir. Les conté a mis amigos lo que había sucedido y no podían parar de reírse. ¿Quién me había dicho a mí que Nino era viejo? ¿Cómo me iba a imaginar que ese pedazo de hombre era al que todos temían tanto, cuando parecía tan dulce? ¡¡Mi buena vida estaba llegando a su fin!! Al día siguiente seguro que me echaba…
Logré olvidarme de mi desatinado suceso, mientras que Josh y Melanie me contaron cómo habían logrado dar con Nati… decir que fue con ella y no con otra de las chicas, porque si no se habría hecho vox populi mi paradero. Ella, al darse cuenta de mi desaparición, se tomó el primer vuelo sola, sin decir una palabra. Sabía que algo pasaba y también sabía que no se lo iba a contar. Josh, un día, mientras yo distraídamente leía una y otra vez correos viejos, logró sacar la dirección de su email, así se pusieron en contacto. Le dijo la sorpresa que me harían y ella sin dudarlo se apareció. Se quedaría un mes en mi casa, mes que se extendería mucho tiempo más.
Luego de un par de Camparis más con mis amigas, decidí ir a disculparme con el jefazo, a ver si había forma de no perder mi trabajo al día siguiente. Recorrí el salón varias veces, pero ya no estaba. Di el tema por zanjado. Si me echaba, me echaba. Esa noche era muy especial para mí, no pensaba amargarme. Supliqué, literalmente, al DJ que me ponga mi amado reggaetón y música cachengue, a lo cual después de aguantarme diez minutos, accedió. Nos quedamos bailando hasta las 4 de la mañana y, ya agotada, volví con mi querida amiga y sus bártulos a mi hogar.
Abrí los ojos y sentí un terrible dolor de cabeza. Empecé a acordarme de la noche anterior, de la fiesta divina que me hicieron, miré al costado y vi que mi amiga ya no estaba en la cama. El olor a café me inundó y me levantó para arrancar el día.
No tenía tiempo para mi preciada hora de gimnasia, y tampoco muchas ganas, así que pasé por alto la vestimenta. Fui en pijama a mi cocina y ahí me encontré con Nati. Qué alegría que me dio.
—¿Me vas a explicar qué hacés viviendo en Londres cuando dijiste que te quedarías por América y que darías señales de vida rápido?
—¡Hola, amiga! Dejemos esta charla para otro momento. Estoy feliz de que estés acá conmigo. Pero hay cosas de las que no puedo hablar todavía. Por vos y por mí. Disfrutemos el tiempo que tenemos para estar juntas. Por favor, no digas en dónde estamos, nadie puede saber… es peligroso.
—Tiene que ver con ÉL, ¿no?
—Sí, mejor dejémoslo acá. Mientras que no sepa nunca en dónde estoy, voy a poder ser feliz.
—Lu, sabés que él en algún momento lo va a saber, ¿no?
—Tal vez ya para ese entonces, haya logrado superarme. Mientras tanto, mejor dejar las cosas así, ami. No quiero que nadie tenga problemas por mí, por no escuchar cuando me dijeron las cosas y meterme con ÉL. Ahora tiene que ser así. Yo soy muy feliz acá, extraño horrores a todos, pero mi vida es muy linda.
—Sí, lo sé. Todo a su tiempo. Ya me contarás. Sabés que pase lo que pase, siempre voy a estar con vos.
—¡¡Obvio!! Lo sé, hermanas de la vida, como decimos siempre.
—Bueno, contame un poco de este potro de Josh… cuando le pasé mi teléfono y me mandó una foto con vos, así me hubiese dicho que estabas en el Congo, me iba haciendo la vertical. ¡Qué bueno que está!
—Jaaa. Sí, es un divino Josh, pero sabés que no es mi estilo. Es mi amigo, un amor de persona, podrían hacer linda pareja… Veremos cuando me acompañes al trabajo qué onda pegan. ¿Vos viste el papelón que yo hice ayer, Nati? Ahora que pienso… no sé si seguiré teniendo mi trabajo. Me quiero morir. ¿Cómo doy marcha atrás? ¿Quién me manda a mí a ser tan bocona?
—Quedate tranquila. Se notaba que estabas achispada. No parecía tan ogro como todos decían. Seguro que te entiende. Y, a lo sumo, seguiremos recorriendo lugares juntas. Trabajando ahí, seguro conseguís trabajo en otros lugares rápido. Además, olvídate, es un bombonazo. Habría que secuestrarlo como adorno, un ADORNIS para la mesa de luz. No estaría mal, ¿no?
—Veremos… Lo último que debe querer es que lo secuestre después de las barbaridades que dije. Además, acá la buena vida se me acabó, amiguita querida. Si no trabajo, estoy al horno, y la verdad es que estoy contenta por lo que encontré en el bar. Me quiero mooooorir Nat, ¡¡soy una bestia!! ¡¡Siempre tan bocona!! ¿Qué hora es? A las 11 tengo que entrar, así que debería apurarme.
—Son las doce menos cuarto, honey.
—¿Qué? ¡¡¡No!!! Encima si llego tarde, peor, me voy volando. Quedate como en tu casa.
Me metí en la ducha a toda velocidad, no sabía ni cómo me llamaba todavía. Llegué al trabajo dieciséis minutos después, sesenta y un minutos tarde, esperando que nadie lo notara o, al menos, no el jefazo. Mis amigos estaban ya en sus puestos, riéndose de la noche anterior. Cuando me vieron entrar, me dieron un sobre del jefazo. No podía ser. Tenía que estar a las 12:15 en su despacho en el último piso. Al menos no iba a notar que llegue tarde, ¿o sí? Mis manos transpiraban sin parar mientras esperaba el ascensor con los dos cafés que me pedía que le suba… aunque, en realidad, todavía no entendía por qué yo tenía que hacer esto, si no era parte de mi trabajo. El tiempo de espera se me hacía eterno, hasta que llegué al lugar correspondiente hecha un manojo de nervios. ¿Qué querría? No podía parar de preguntármelo. ¿Me despediría en persona?
Cuando se abrió la puerta del ascensor, ya había pensado todas las excusas posibles para disculparme, pero ninguna tenía sentido. No sabía ni qué decir. Me iba a tener que morder la lengua y comerme la regañina. No tenía otra opción. Con mi mejor cara de perrito mojado, toqué la puerta del despacho. Imponente. En mi vida había visto una puerta así. Al abrirse, sale primero una rubia impresionante, de otro planeta, creo que hasta las mujeres se enamorarían de ella. Me quedé helada. Salió abrochándose la camisa. ¿Podía ser? ¿Encima del miedo que tenía, le tocaba la puerta justo en ese momento? Pero él me había citado a esa hora… mi cabeza iba a explotar.
—Adelante, señorita Black.
Momento de tomar coraje. Entré y me quedé de piedra. El despacho era el derroche de plata más grande que vi en mi vida. Todo revestido en madera, muebles de primera categoría, envidiable… pero impersonal. Yo le hubiese agregado detalles, fotos, algo más mío. Pero no. Al ver eso comencé a entender un poquito lo que decía la gente del jefe… Mi cabeza disparaba a cualquier pensamiento con tal de no afrontar lo que se me venía. Y lo vi. Nino, ahí sentado, mirándome con los brazos en jarra y cara de muy pocos amigos.
—Buenos días, señor. Disculpe la interrupción, pero me han entregado un sobre en el cual decía que debía estar 12:15 en su despacho con dos cafés.
—Sí, uno es para vos; y el otro, para mí.
—Le agradezco, señor, pero si no le importa, le dejo el suyo y yo bajo, que en el bar