Pasiones al acecho. Lola Hasley
de nada, le pido disculpas por mi comportamiento. No volveré a sacar mi carácter afue…
No me dejó terminar de hablar, lo tuve encima mío, besándome como si me fuera a comer, y no me pude contener. Nuestros cuerpos se pegaron, mi cabeza sabía que eso no era lo correcto, pero simplemente no podía salirme. Tanto tiempo sin permitir a alguien entrar en mi vida, que se me hacía imposible reconocer que aquello me estuviera pasando. Sus besos comenzaron a prenderme fuego, comenzó a bajar lentamente por mi cuello hasta que llegó a mis pezones. Los chupaba muy pero muy lento, y mi entrepierna comenzó a sentir punzadas de placer… cuando no pude soportarlo más, agarré su pene entre mis manos, bajé lentamente, y lo metí en mi boca sin dejar de mirarlo a los ojos…
«¡Basta! ¡Me vas a hacer acabar así, no puedo creer lo que me generás!», me dijo. Me permití seguir con él en mi boca, subiendo y bajando en distintas velocidades, haciéndolo morir de placer…
En determinado momento, me alejó de él y me acostó en la cama, su lengua en mi sexo hinchado me nubló la razón. Desesperadamente le pedí que se meta dentro de mí, y explotamos juntos de placer, con una violencia que no recordaba haber sentido en mi vida.
Me recosté en su cama, y esperé que mis latidos se calmen. Mi cerebro conectó con lo que había pasado, volví a mis cabales, con sentimientos encontrados…
—Nino, discúlpeme, no sé cómo permití esto… Usted es mi jefe, yo necesito mucho este trabajo, no puedo permitirme perderlo y esto… esto no debería haber pasado. Por favor, no me despida.
—Lucía… nunca la despediré. Usted se va a casar conmigo, créame lo que le digo. Es mi alma gemela, lo supe desde el mismísimo momento en que la vi en el balcón del hotel…
—Disculpe, señor, me parece que a usted algo le hizo mal. Nosotros no nos conocemos. Yo no puedo entregarme a nadie, voy a vivir sola toda mi vida. Además, ya vengo de una historia muy complicada, como para meterme en una situación conflictiva con terceras personas, que ya es la segunda vez que sin querer me la cruzo… no puedo. Le pido, por favor, que mantengamos las formas…
—La dejaré pensar eso señorita… pero créame, usted y yo terminaremos esta vida juntos… mientras tanto iré resolviendo asuntos, que no son lo que usted cree, pero a su debido momento, nos contaremos todo.
Me levanté, y salí corriendo. La seguridad de sus palabras me dio terror, no quería creerle, pero algo en mi interior sabía que eso era verdad. En muy poco tiempo, de alguna manera, se me había metido en la piel, y yo no lo podía permitir. Demasiado de mí había quedado en ese pasado, al cual no quería volver de ninguna manera, pero, si volvía a abrirme a alguien, lo iba a tener que hacer.
Capítulo 3
Los últimos días de mis semanas como secretaria no tuvieron más sobresaltos. Mi relación con Nino fue estrictamente laboral, aunque nuestras miradas se cruzaran con fuego. Él se comportó como si nada hubiese pasado; y yo, como la secretaria perfecta.
Lali, mi amiga, me acompañó mucho en mis ratos libres. Recuerdo un día en el que me convenció de tirarme las cartas. Yo no creía mucho en nada de eso, pero ella estaba tan involucrada con el tema que me dio lástima decirle que no. Me senté, y mezclé sus cartas.
Era una tirada de pasado, presente y futuro. EL DIABLO y LA TORRE fueron las que me salieron en pasado, ella me explicó que había algo que se había derrumbado completamente, y me había dejado atada, encarcelada, pero que la torre marcaba que esa ruptura de cimientos era necesaria para volver a construir todo de cero, que la gran sacudida era lo que iba a lograr que yo sea feliz.
En presente me salieron EL COLGADO Y LA ESTRELLA, lo cual significaba que, para lograr sanarme, iba a atravesar un tiempo de espera, pero que lo iba a lograr.
Y a futuro, EL EMPERADOR Y EL MUNDO, que me explicó que significaban una vida estable, con un buen hombre poderoso, en la que yo iba a lograr ser feliz, y sería el sostén de mi mundo.
Siguió tirando un montón de otras cartas para ampliar, a lo que mucha atención no le presté. Evidentemente, esas cartas decían muchas cosas. Nadie en el mundo podía saber las grandes cadenas que yo traía de mi amada Argentina, pero iba a ser imposible cortarlas. Nunca iba a poder liberarme de ellas, aunque esperaba de corazón que esas cartas tuvieran razón. Me despedí de ella, y arreglamos que nos volveríamos a encontrar por algún lugar en común, y le agradecí su compañía en ese viaje.
Luego fui a cambiarme, era el día de la GRAN fiesta en la casa del amigo de Nino. Como era de esperar, el vestido que me había comprado para llevar esa noche había quedado guardado en el hotel, porque, cuando llegué a mi habitación para vestirme, tenía arriba de la cama la vestimenta que debería ponerme. No me iba a quejar, el vestido que llevaba puesto en mi vida me lo iba a poder comprar. Ni hablar de los zapatos, la cartera, el collar y los aros que me habían dejado. Me sentiría una reina por esa noche, aunque fuese la única vez.
A diferencia de la última vez, cuando sonó la puerta para buscarme, era Nino. Salí nerviosa; luego de nuestra conversación, todo había sido muy frío. Verlo allí me sorprendió muchísimo. Sonreí y caminé al lado de él en silencio absoluto. Nos esperaba una limusina en la puerta del hotel. Me subí yo primero; el atrás, mío. Al principio ambos, sin hablar, hasta que no lo soporté más…
—Muchas gracias, señor, por la ropa. No era necesario que se molestara.
—Estás increíble, Lucía. No es ninguna molestia para mí, ya llegará el día en el que se dará lo que te dije… es solo cuestión de esperar.
Me quedé muda… la seguridad con la que hablaba me desesperaba. Nunca iba a poder pasar lo que él creía, no tenía ni idea de los demonios de mi pasado. Perdí mi mirada en la ventana, sin tomar noción del tiempo, hasta que sentí su mano en mi cintura, y su aliento, en mi oreja. No lo pude evitar, me giré, y lo besé con desesperación. Fue un beso prolongado y dulce que me desacomodó hasta el último centímetro de mi cuerpo. Me separé de él agitada, y me abrazó tan fuerte que me tocó el alma. No quería que ese momento terminase nunca, por más de que internamente estaba convencida de que todo era imposible, me dejé llevar por el momento. Cuando llegamos me soltó, me acomodó el labial corrido, y se bajó del auto como si nada hubiese pasado.
La casa se llamaba Grandeur, me dejó anonada su elegancia y su vista a la playa, mi lugar preferido en el mundo. Tenía 8 habitaciones y 10 baños, en la zona del Egeo Meridional de Mykonos. Todo estaba impecable, había muchísima gente, como doscientas personas, creo yo. Las mujeres lucían los vestidos de las mejores marcas del mundo; y los hombres, todos impecables de esmoquin. Yo no podía parar de pensar en nuestro viaje hasta ahí, la conexión que teníamos en esos momentos de soledad que compartíamos, era imposible de notar en ese bullicio. Nuestras miradas se cruzaban con una ferocidad que solo él y yo conocíamos.
Pasaban mozos ofreciendo un cóctel superlativo. Todo tenía una pinta de mil demonios, pero mi estómago estaba cerrado, no podía probar absolutamente nada. Lo único que sentía eran mariposas dando vueltas adentro, sin parar. Elegí no tomar una sola gota de alcohol, dado que, si lo hacía, no iba a poder contenerme en la vuelta al hotel. Me iba a comportar como correspondía pasara lo que pasara.
A él, que era la estrella de la fiesta, todo el mundo lo buscaba y lo seguía. Yo atendía sus necesidades, estaba muy serio desde que habíamos entrado. Emanaba una hombría que me impresionaba, generaba un respeto aterrador. A las 2 de la mañana, cuando ya no era más necesaria mi ayuda, le pedí permiso para que el chofer me llevase al hotel. Necesitaba descansar. Me devolvió una mirada que me hizo temblar, pero me lo permitió, así que así me retiré sin despedirme…
A la mañana siguiente, estaba preparada para irme, y me sorprendió no verlo. El chofer me llevó al aeropuerto y me avisó que él no vendría conmigo, dado que seguiría compromisos laborales de último momento en España, y que su vuelo saldría al día siguiente.
Volví a Londres agotada, con el corazón inquieto, queriendo volver a la paz que había logrado en mi nueva vida. Llegué a mi departamento, y como era