Pasiones al acecho. Lola Hasley
dos de las personas en quienes más confiaba en este mundo, sabía que nunca me iban a traicionar, sin embargo, la Lucía confiada que ellas conocían desde siempre, la que les contaba hasta el último detalle, había muerto, y tenía mis serias dudas de si en algún momento iba a renacer. Mis conversaciones eran banales, me encantaba escucharlas y esa chispa alegre que tenían me hacía tan feliz que solo sentirlas cerca mío me tranquilizaba.
Después de dos días de descanso, volví a mi trabajo en el bar con Josh y Melanie, a mi rutina habitual, intentando olvidarme de todos los sucesos de Grecia que volvían una y otra vez a mi cabeza.
La compañía de mis dos grandes amigas me hacía tocar tierra. Con ellas cerca mío siempre me sentí en mis cabales, segura. Me acompañaron toda mi vida, sabían (a excepción de mi pequeño secreto) todo sobre mí. Nuestros días por ese entonces fueron bastante entretenidos, con Mai a la cabecera, empezamos a armarnos distintos grupos de amigos con los cuales comenzamos a empaparnos de las salidas nocturnas de Londres, muy distintas a las que teníamos en buenos aires. De a poco, fui dejando atrás mis días en Grecia, y el caos de emociones que me había generado Nino, de quien nunca más supe nada. Josh y Melanie ya parecían de nuestro grupo de amigos de toda la vida, encantados con sus amiguitas argentinas de acá para allá.
Dentro de la calma que esto me generaba, comencé a dudar de mi capacidad de rehacer mi vida en ese lugar tan lejano a mi hogar. Yo siempre fui tan familiera y amiguera que se me hacía muy difícil pensar en ellos tan lejos mío. Extrañaba a mis papás y a mis hermanos sobremanera. Ellos no tenían idea dónde estaba yo, mis comunicaciones eran muy esporádicas, y en determinados llamados sentía que algo no estaba bien y me lo estaban escondiendo. Con mi terror a ÉL era muy difícil pensar en volver, pero tenía sentimientos sumamente encontrados al respecto, mientras que mi vida allá continuaba.
Con todo mi mundo sentimental a flor de piel, decidí empezar a averiguar por mi carrera de derecho, que era lo que pretendía hacer. Si bien me había jurado no pedirle ayuda a mi familia en mi nueva vida, sabía que me iba a ser imposible afrontar los gastos de la universidad allá, porque pretendía ir a una de las mejores. Mi futuro no lo iba a relegar por nadie, sabía que esa carrera era lo que el universo me tenía preparado y a lo que debía dedicarme. Como Marce era el único que sabía en dónde estaba yo, y que estaba escapando de algo, (sin saber de qué porque él acompañaba, pero nunca preguntaba) le comenté lo que me pasaba. Tan bueno y generoso conmigo como siempre, se comprometió a ser mi mentor y pagarme la carrera, siempre y cuando, viera que yo fuese aplicada y dedicada. Nunca le gustó que le hagan perder el tiempo.
Mis opciones, según él, eran Cambridge (elección principal dado que él hacía muchos trabajos en común con ellos), Oxford, Queen Mary, Durham o London School of Economics. Comencé con todos los trámites de averiguación pertinentes, y a solicitar los exámenes para ingresar a alguna, tarea que no era muy fácil. Estaba decidida a entrar a Cambridge, y nada se iba a interponer en mi camino.
Todo el ajetreo que tenía entre mi trabajo y el plan de estudio empezó a apaciguar mis preocupaciones sobre todo lo demás, aunque no tenía una buena espina con Buenos Aires. Mi presentimiento era cada vez más fuerte. Se acercaban las fiestas, mis amigas iban a volver, así que ellas, que sabían en dónde estaba yo, me iban a poder confirmar mis sospechas al respecto.
El 20 de diciembre, ya con bastante frío en Londres, acompañé a las chicas al aeropuerto para despedirlas. Como sabía que me iba a costar un montón ese momento, decidí pedir unos días en el trabajo para pasar las fiestas recorriendo un poco. Me iba a tomar dos semanas, porque al regresar comenzaría mis estudios con seriedad. En marzo tenía que rendir diferentes exámenes para ver si conseguía entrar a alguna de las universidades. Ya mi querido Marce me había hecho llegar todos los libros, que eran gigantes, así que debía tomármelo con mucho compromiso. Mientras ellas salían para Buenos Aires, mi vuelo al aeropuerto de París Charles de Gaulle despegaba también. Como siempre, me armé de una coraza para no llorar, no me lo podía permitir. Al contrario de lo que mi corazón quería en ese momento, puse mi mejor sonrisa, y decidí que iba a ser un viaje divertido que me generaría felicidad. Aterricé dos horas más tarde, y me tomé un taxi a mi hotel. Había bookeado en el hotel Champs Elysee, que quedaba en la calle Rue de Faubourg Saint Honore, supuestamente súper bien ubicado para alguien como yo que no conocía nada.
Apenas dejé mis cosas en la habitación, que era mucho más de lo que me esperaba por el precio que había pagado, decidí salir a caminar un poco. Al día siguiente arrancaría con los tours, pero al menos quería dar un par de vueltas. Claramente estaba más que bien ubicada, a un par de cuadras de Champs Elysee, del arco de triunfo, y de todas las bocas de tren y subte. ¡Qué suerte que había tenido!
Me impresionó la decoración navideña de las calles. Todos los árboles llenos de luces, todo decorado en detalle. Mi primera visión de allí me dejó boquiabierta. Siempre escuchaba hablar de lo que generaba París, pero quedé completamente flipada. Fue como un amor a primera vista, pensé, y ahí, me acordé otra vez de Nino. ¿Qué habría sido de su vida? Claramente la mía no le había interesado más.
Recorrí todos los locales en los cuales no iba a poder comprarme nada, de más está decir, pero me encantaba mirar. Cuando me di cuenta, me había caminado hasta la plaza Concordia desde el Arco, lo cual eran como unas 20 cuadras. Decidí volver para que no se me haga muy tarde, no me quería perder. Llegué al hotel, y me dormí profundamente.
Al día siguiente, me desperté muy temprano, quería ir a la Torre Eiffel y a Notre Dame ese mismo día. Un amigo español que había conocido durante mis días con las chicas me había indicado todo lo que tenía que hacer, lo cual, como me había enseñado, tenía todo muy bien anotado en una agenda, que para él era fundamental. Arranqué a las 8 de la mañana a desayunar; y con mapa de trenes y subtes, comencé el trayecto. Con mis auriculares a todo volumen, escuchando “Y si te quedás ¿qué?”, de Santiago Cruz, llegué muy contenta. Intentando sacarme una foto con la Torre de fondo, me acerqué a una rubia para pedirle ayuda y casi me infarto cuando descubrí que era Paz, una amiga de la infancia, que por motivos de la vida había dejado de ver, pero con quien siempre tuve una hermosa amistad. Decidimos seguir el viaje juntas, dado que ella también estaba sola por ahí. No le había copado la ciudad tanto como a mí, el idioma le costaba mucho, así que era una buena opción acompañarnos.
Subimos hasta el nivel más alto, la vista que nos dio era imponente. De ahí decidimos seguir haciendo las visitas caminando, para poder conocer mejor todas las calles. ¡¡¡Caminamos como veinticinco cuadras hasta Notre Dame, y pasamos primero por los jardines de Luxemburgo!!!… Ahí recordé que Paz era una de las personas que más me hace reír en esta vida… entró corriendo y saltando como una loca porque… ¡¡¡¡¡la entrada era GRATIS!!!!! Todavía me acuerdo y me río. Cuando llegamos a la Iglesia, estábamos agotadas. La caminata había sido larguísima, así que de pasada nos tomamos un café en Le Panis, justo frente de la plaza.
La Catedral es uno de los edificios más señeros y antiguos de cuantos se construyeron en estilo gótico, dedicada a la Virgen María, rodeada de las aguas del Sena… eso es lo que se dice, pero verla es inigualable. Estar en una construcción terminada en 1345, con sus diferentes historias y todo su equipamiento fue, para mí, una sensación inolvidable. Siempre me gustó la historia, me encanta empaparme de esas cosas. Igual, al margen, con la chispa de Paz que casi deja los pulmones en el camino subiendo al campanario entre las gárgolas, son imágenes que estarán en mi memoria siempre. La visita la terminamos a eso de las 6 de la tarde, y yo quería ir ese mismo día a ver las catacumbas. Teníamos que apurarnos porque el último turno era a las 8, y no nos quedaba muy cerca.
En París, es habitual viajar con unos señores que van en bici y te llevan atrás. Decidí que yo pagaría el costo, pero iríamos ambas en uno. Veinticinco euros me habían dicho que salía. Allí nos embarcamos, y el señor nos llevó recorriendo todos los lugares que hay que conocer. Pasamos por Ratatouille y por el rincón del Sena dedicado a los candados de enamorados. Paz, romántica como es, bajó feliz a poner el nombre de su amor en un candado, y me incitó a mí a que haga lo mismo… a quién iba poner yo era un misterio,