Pasiones al acecho. Lola Hasley

Pasiones al acecho - Lola Hasley


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me había mandado a buscar por un empleado. Me quería morir. Me desmoralicé, pero era de esperar. El dueño del hotel no iba a estar tocándole la puerta a su secretaria, ¿no? Bajamos en silencio, el señor había tenido que salir más temprano y me esperaba directamente en la fiesta que se celebraba en la mansión de un amigo suyo, con vistas a la playa, obvio. Tal vez la arena y el agua de mar distrajeran un rato mi cabeza.

      El lugar era alucinante. Estaba todo impecable, la decoradora tenía muy buen gusto. Cuando llegué había muchísima gente, entre la que ya conocía a varios por las reuniones de los últimos días. A él obvio que no lo vi hasta una hora después, cuando salió de un despacho con cara de pocos amigos y me tiró sus cosas para que las acomode. Lo seguí por todos lados atendiendo sus necesidades, hasta que la parte formal terminó y se puso a tomar algo con los amigos. Me acerqué a la barra y me pedí un trago. Se acercó un chico, bastante lindo, que parecía estar colgado como yo y nos pusimos a hablar. Era uruguayo, trabajaba para el dueño de casa. Qué raro encontrarme con alguien de mis pagos por ahí, pero pasé un buen rato charlando de cosas conocidas para mí.

      Nino, cada tanto, me cruzaba un par de miradas, a las que yo no respondía porque no entendía su cara de pocos amigos, y tampoco me importaba. Me puse a bailar con mi nuevo amigo Martín, y me estaba divirtiendo en grande. El pobre chico no paraba de hablarme de su novia, a quien no veía hacia dos meses y extrañaba un montón, pero solo con escuchar una tonada conocida yo era feliz. El jefe lo llamó y volví a quedarme sola. Tenía ganas de huir, pero debía estar a disposición de mi jefe hasta que terminara la fiesta, así que le avisé al chofer que iba a dar una vuelta por la playa, por si me necesitaban para algo.

      Caminé una hora, con zapatos en la mano izquierda y un trago en la derecha. Se me había ido el miedo, podía caminar en paz, pero ÉL volvía a mi mente cada vez que algo me recordaba a mis tiempos en Argentina, sumado a lo de la noche anterior, mi cabeza era un desastre. Decidí sentarme a descansar, no tenía ganas de volver a la fiesta y, si me necesitaban, me buscarían. Hacía mucho calor, pero me escondí atrás de una piedra y me acosté, perdí la noción del tiempo y me quedé dormida. Sentí a alguien alzándome, pero pensé que era un sueño, porque mis pesadillas habían desaparecido hacía un tiempo…

      Me sobresalté. ¿La fiesta? ¿En dónde estoy? ¿Qué pasó? Abrí los ojos y me encontré en la cama del Adonis, con él sentado, mirándome fijo.

      —Mmm, ¿hola?

      —Te quedaste dormida en la playa.

      —Sí, perdón. Salí a dar una vuelta y estaba cansada. Me senté a descansar un rato y aquí estoy.

      —Me desesperé, no te encontraba, y mi chofer me dijo que estarías en la playa… te buscamos, pero no estabas, hasta que vi tus pies atrás de la roca.

      —Discúlpeme, no era mi intención asustarlo.

      —¿Me podés tutear?

      —No entiendo por qué debería hacer eso, usted es mi jefe.

      —Sabés que no es lo que yo pienso.

      —Pues no se nota mucho lo que usted…

      No me dejó terminar de hablar. Me comió la boca otra vez, y no me quise resistir. Sentí la loba que tenía domada hacía mucho tiempo liberarse. Mis manos se aferraron a su cuello, y salté encima de él. Allí descubrí que mi vestido estaba tirado en el piso, y yo, con un bóxer y una remera suya, cosa que muy sexy no me pareció, aunque debo decir que mucho tiempo no me duró. Él estaba en shorts y en cuero. Qué cuerpo tenía, por Dios, mis manos no podían dejar de tocar todos sus rincones. Mis pezones estaban duros como una piedra, lo cual notó muy rápido, porque me sacó la remera automáticamente. Su boca empezó a bajar lento por mi cuello, hasta ellos. Se metía en la boca uno y el otro alternándolos en tiempos perfectos, mientras que sus manos iban y venían por mis muslos. Hacía tanto que no sentía esto que estaba desesperada por apurar el trámite, así que me tiré arriba de él, y empecé a bajar yo. Llegué hasta el lugar indicado, y me di cuenta de que era enooooooorme, y yo ya virgen, nuevamente, empecé a entrar en pánico. Pero me convencí de que podría, y comencé a jugar con mi boca, notando que le gustaba mucho. Cuando estaba todo dispuesto para la mejor parte, escuchamos TOC TOC, pero hicimos de cuenta que no había existido. Seguimos en nuestro juego. Volví a subir, nos besamos, agarró el preservativo y se lo puso. Me senté arriba suyo, comenzó a introducirla y TOC TOC, TOC TOC, TOC TOC.

      —Nino, sé que estás ahí, abrime ya, no me importa que estés con tu gatito de turno.

      Lo miré incrédula.

      —¿Puede ser? No, yo para esto no estoy. Me volví a retar, mentalmente. ¿Quién me manda? ¿Qué hago haciendo esto? Debería haber salido corriendo. Y, encima, ¿quién es la loca que grita así desde la puerta?

      —Tranquila, no es lo que vos pensás.

      —¿Que no es lo que yo pienso? ¿Me estás cargando?

      —Por favor, confiá en mí.

      —Dejé de confiar en los hombres hace mucho tiempo. No sé por qué confié en vos pensando que eras diferente, pero la verdad es que fue un gran error. Necesito volver a Londres mañana mismo, por favor. No puedo seguir acá.

      —Si querés volver mañana mismo, vas a volver, pero primero vas a hablar conmigo. Si no, no vas a salir de este hotel te lo prometo. Por favor, dejame resolver este problema y escuchame. No es lo que vos pensás. Y a los de seguridad los voy a matar.

      —Decime la forma de salir de este cuarto que tenés, que parece un departamento, sin que me vean, no quiero tener problemas por algo que nunca pasó ni pasará.

      —Tranquila, salí por la puerta que está cruzando la otra puerta, sale al otro lado. Nadie te va a ver. Y ahí en el sillón tenés ropa cómoda, yo me ocupo de que después te lleven tus cosas.

      Salí corriendo, literalmente. Pero no a mi cuarto. Del hotel no me iban a dejar salir, pero tenía que lograr que no me encuentren, así que le toque la puerta a Lali, ella iba a ayudarme de alguna manera, de eso estaba segura. Toqué la puerta con urgencia, desesperada. Abrió volando. Mi cara debía ser un poema porque me hizo pasar sin siquiera saludar. Cerró la puerta, y empecé a llorar. Le conté todo lo que me había sucedido desde que desaparecí de nuestras salidas y nunca le atendí el teléfono.

      Tan gentil como es me escuchó, pacientemente, sin abrir la boca ni una sola vez. Cuando terminé mi cuento, empapada en lágrimas, la muy zorra se empezó a reír a carcajadas. ¡La quería matar! Su opinión era que estábamos completamente “colados” el uno por el otro y que acomodaríamos todos esos cruces incómodos, que no pasaba nada. Yo estaba indignada. No pensaba volver a verlo nunca más, aunque no sabía cómo lo lograría, dado que necesitaba el trabajo como sea, ya que también me pagaba el bendito alquiler. Sin más fuerzas para hablar o pensar, me quedé profundamente dormida en la cama de mi amiga.

      Un par de horas más tarde, cuando me desperté, volví a mi cuarto a preparar mis cosas. Aquello se me estaba haciendo demasiado pesado, reabría mis cicatrices y no podía soportar nada que me desequilibrase ni un solo minuto.

      Agarré el teléfono del cuarto, y llamé a Nati, para distraerme un poco. Hablamos largo rato, obviamente, no le dije una sola palabra acerca de Nino. Ella me comentaba lo encantada que estaba con Melanie y Josh, y que estaba pensando en quedarse por un tiempo indeterminado, lo cual me puso muy feliz, porque sabía que lo decía de verdad. A los cuarenta minutos, sonó la puerta de mi cuarto, por lo que corté mi llamada para ver quién era.

      —El señor Nino la solicita con urgencia en su habitación, señorita.

      —Gracias.

      Me vestí más o menos presentable, y fui a encarar la situación convencida de que no iba a permitir otra vez que se me vaya de las manos.

      —Buenos días, señor, me dijeron que usted me estaba esperando —le dije cuando me abrió.

      Su cara era indescriptible. Tenía una mirada de fuego que me hizo erizar la piel. Me hizo pasar, y cerró la puerta atrás mío.


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