Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada"

Sincronía - Paula Velásquez


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cayendo sobre su hombro.

      —Una necesidad básica se ha convertido en todo un arte y debemos tratarlo como tal. El arte culinario es altamente visual. La comida ofrece combinaciones infinitas de colores, texturas, formas y tamaños. Si hay alguna tendencia nueva en cuanto a la presentación de platos, la usaremos en nuestras fotos. Los chefs buscan inspiración en Flavours. Por eso las fotografías son tan importantes.

      Pequeños lunares cubrían sus mejillas, candongas colgaban de sus orejas y sus pestañas eran apenas notorias. Vestía un overol gris gastado, pero impecable. No tenía un pecho prominente, pero había observado su trasero al salir del ascensor, y no estaba nada mal.

      —Hemos alcanzado un nivel estético único gracias al trabajo en conjunto con Royce Stoddard y necesitaba encontrar a

      alguien que equiparara ese nivel. Entonces recordé que tu padre me dijo que tenía una increíble estilista de comida y un fotógrafo como hijos, así que llamé a Caleidoscope para pedir su portafolio y vi su trabajo. Quedé impresionado. Las composiciones son excelentes, el manejo y la combinación de las texturas generan imágenes interesantes y me gusta cómo se arriesgan con perspectivas poco usuales. Hay un trecho entre su trabajo y el de Royce, por supuesto. Pero sé que con su talento y mi visión podemos lograrlo.

      —Será un reto, pero pondremos todo el empeño para conseguirlo.

      —Podría contratar a algún estilista más experimentado como Marilyn Turner o Donna Melton, pero, así como Debra Laforge me dio una oportunidad a mí para que fuera el jefe de redacción de su revista a pesar que solo tengo veintinueve años, yo quiero dársela a ustedes.

      —Le agradezco mucho por la oportunidad, estamos muy felices de trabajar con su revista —dijo con una sincera sonrisa.

      —Eso es todo. Ahora es tu turno de hablarme sobre ti.

      —Amm... Yo... —Tomó un sorbo de jugo—. Me pregunto qué vamos a fotografiar.

      Rio.

      —Por supuesto, olvidé lo básico. Son aves, hablaremos de los tipos de cocción. Cuando volvamos a la oficina te daré las recetas que debes recrear para que te prepares. Royce hizo la mitad de las fotos, pero estuvo en el hospital y lo incapacitaron, así que no pudo terminar las fotos del mes. En cada artículo aparecerá Elijah como el fotógrafo y tú aparecerás en la lista general de créditos junto a Royce.

      —Suena genial.

      No añadió nada más, siguió comiendo en silencio. Tal vez pedirle que le contara sobre ella era muy general, así que optó por preguntarle algo específico. Algo que la animara a hablar.

      —Tu padre me contó que trabajaste en el Gaia’s Restaurant, ¿cómo fue esa experiencia?

      Ella se detuvo por unos instantes, con la vista fija en su plato. Miró hacia el techo y sonrió.

      —¿Conoces esa canción?

      El asintió. En los pequeños parlantes sonaba Take the “A” Train, un jazz estándar.

      Layla trazó la melodía en el aire con los dedos índice y cerró los ojos embelesada unos segundos.

      —Amo esa canción. La letra en esa versión la compuso Joya Sherrill. Inventó la letra mientras sonaba la melodía en la radio. Algunas canciones tienen melodías preciosas, pero letras tan equivocadas. Aprendí cómo quitarles las voces a las canciones usando un programa. A veces me gusta hacer lo mismo que Joya. Me gusta inventarles letras a las canciones mientras las escucho.

      —¿Y qué programa utilizas? A mí también me gustaría quitarles la letra a unas cuantas.

      Así la conversación tomó otro rumbo.

      En la noche, cuando Dawson repasó en su mente la charla con Layla, llegó a la conclusión que aquel comentario sobre las canciones era lo único que ella le había dicho sobre sí misma. Le habló de comida, de fotografía, de saxofones, del periódico donde publicaba las críticas su padre y de bicicletas. Pero no le contó ninguna anécdota personal, no mencionó ningún rasgo de su personalidad, ni describió su vida.

      Tampoco dejó que pagara su desayuno; le extendió el dinero a la cajera antes que el siquiera sacara la billetera.

      Sí, no se parecía nada a cómo la había imaginado.

      Él

      (Dos años antes)

      Cuando Maggie levantó la vista de su libro, vio un hombre joven mirándola fijamente.

      Él recorrió con la vista los asientos vacíos alrededor y luego se fijó en la silla vacía a su lado. Aparentaba unos veinticinco años. Tenía la espalda ancha y las caderas estrechas. Vestía unos vaqueros desgastados que quizás en algún punto fueron negros, pero ahora era difícil saber; zapatillas Converse negras con la suela y los cordones bastante blancos, y chaqueta azul con una capota que llevaba puesta.

      Algo nuevo, algo usado y algo azul. Seguro iba a casarse.

      Volvió su atención hacia su libro. Vio por el rabillo del ojo que él caminaba por todo el pasillo del bus y se detenía junto a su asiento. Podía sentirlo a su lado, pero no pronunciaba palabra. Levantó el rostro para mirarlo, de hecho, tuvo que inclinar la cabeza bastante para observar su expresión. Él señaló con el mentón al asiento vacío junto a la ventana. Había decenas de asientos vacíos junto a la ventana, ¿por qué quería justo ese? Él esbozó una sonrisa; no podía ver sus ojos por el reflejo de la luz del sol en sus gafas. Se giró de medio lado y le dio paso. Cuando terminara de ahorrar para comprarse su auto, no tendría que pasar por extraños momentos como ese.

      Volvió a su libro.

      «Cada vez que se acercaba al cadáver, las formas se tornaban más familiares. Aquellas formas que había memorizado noche tras noche en la intimidad de la luz de la vela».

      Una risa a su lado interrumpió la creciente angustia que surgió en su pecho al leer esas líneas. Le dio una ojeada; él miraba hacia la ventana y lucía como si estuviera intentando suprimir la risa. Ya se había bajado la capota, tenía el cabello negro peinado hacia atrás y a un lado, pero un mechón rebelde caía sobre su frente; el cabello en la base de la nuca era bastante corto. Tenía los indicios de una barba, como si no se hubiera afeitado en tres días.

      «Las extremidades del cuerpo estaban dispuestas en ángulos absurdos haciendo más grotesca la escena».

      Otra risa. Ella suspiró.

      —¿Crees en el destino? —dijo el hombre.

      Frunció el ceño.

      —¿Qué?

      —Que si crees que somos las piezas en algún juego de mesa universal, que todo ocurre por una razón.

      Ella se quedó mirándolo perpleja unos segundos. Un rayo de luz atravesó las gafas del joven; sus ojos eran de color avellana. Amaba ese color de ojos y le gustaba cómo combinaban con esa piel canela.

      —No lo sé, ¿a qué viene esa pregunta?

      —A que el destino me ha traído a ti. Estás leyendo un libro que yo... leí, y te daré un consejo que me agradecerás. Léelo hasta la página 254, ese es el verdadero final. Si lees después de eso, te arrepentirás. El sentido real de toda la historia se perderá.

      Revisó el número de la página.

      —¿Cómo puede una historia quedar concluida diez páginas antes del final? ¿No quedaría faltando algo?

      Él se lamió los labios resecos.

      —No, tal vez él hizo el perfecto final de la historia, pero la editorial quería algo más comercial, y aun así no removieron el final original para generar tensión. Una pena.

      —Ella.

      —¿Qué?

      —Lo escribió una mujer. —Le mostró la cubierta del libro—. Nina Lemonov.

      Él


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