Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada"

Sincronía - Paula Velásquez


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seguía vestido como cura. Tenía que devolver la sotana lo más pronto posible. Le pertenecía al padre Ross, la había tomado prestada de un armario que encontró mientras todos estaban distraídos con la boda.

      —Sí, de hecho, sí, ¿me permite incomodarla?

      Ella se puso de pie. Zack se agachó y tanteó el suelo debajo de la silla buscando sus gafas. Por un momento se sintió como Vilma en Scooby-Doo. Su mano rozó algo suave, no reconoció la forma al principio; pero cuando lo sacó a la luz descubrió que eran sus gafas envueltas en un pañuelo.

      —Qué alivio, ¿no? —dijo la mujer.

      —Sí —respondió, dando una leve sonrisa.

      Le costaba admitirlo, pero tenía la esperanza de no encontrar sus gafas. Así tendría una buena excusa que darle a Nina Lemonov de por qué no había terminado todavía Otoño en Budapest.

      Usó el pañuelo para limpiar las gafas y se las puso.

      Se preguntó quién las había puesto allí.

      1 En español «rollo de canela».

      Ella creaba fantasías.

      Él las hacía realidad

      Ella

      (Un año antes)

      La señora Williams puso una mano en su hombro y le susurró al oído que la acompañara. Se disculpó con sus amigos y se levantó de la mesa para seguirla.

      —¿Recuerdas la amiga que te dije que va a inaugurar su pastelería pronto? Te la presentaré —dijo su cliente—. Por cierto, ¿dónde está Dawson, cariño? Pensaba que iba a acompañarte a la inauguración.

      —Tenía mucho trabajo atrasado —mintió. No sabía por qué lo estaba cubriendo, si su novio ni siquiera contestaba sus llamadas—. Pero dijo que te desea muchos éxitos con la pastelería.

      —Pobre chico, es un adicto al trabajo. Recuérdame enviarle un postre de agradecimiento antes de irte. —Tomó su mano entre las suyas—. Si no fuera por él, no habría tenido tus maravillosos servicios y esta inauguración no habría sido un éxito.

      —Muchas gracias, señora Williams. Fue un placer trabajar para usted —respondió y le dio un abrazo a la pastelera.

      Llegaron a una mesa que ocupaba una mujer rolliza y pequeña, que debía rozar los cincuenta años. Su cabello rubio caía en suaves ondas y usaba una boina morada; llevaba puesto un vestido de flores del mismo color. Se puso de pie y le ofreció una gran sonrisa. A primera vista, parecía ser una mujer afable.

      —Mira, Jessica, ella es la mujer de la que te hablé, Layla Bramson.

      La Sra. Williams las presentó y se marchó para saludar a los demás invitados.

      —¿Eres la fotógrafa de comida, cierto? Déjame decirte que Midnight’s Baker luce espectacular. Esas fotos son fantásticas, el menú quedó elegante y Annie me contó que además eres repostera, eso me encanta.

      Sonrió y tomó asiento.

      —Muchas gracias. Pero… De hecho, el fotógrafo es mi hermano. —Se giró para señalarlo. Elijah estaba demasiado ocupado devorando postres para prestarle atención—. Yo soy una estilista de alimentos.

      —¿Qué haces tú exactamente, querida?

      —Yo preparo la comida para que luzca increíble en las fotos.

      Jessica se inclinó hacia adelante, interesada.

      —¿Y cómo la preparas?

      —Bueno, no es tan fácil fotografiar la comida como se pensaría. El helado se derrite, la espuma se acaba, el plato se enfría. Ahí entro yo, tengo buena experiencia y conozco muchos trucos para hacer que la comida se vea como se supone que se tiene que ver. ¿Sabías que para las fotos de los tacos mexicanos la carne suele ser en realidad esponjas pintadas con salsa marrón?

      La mujer alzó las cejas.

      —No tenía idea.

      —Bueno, mi trabajo consiste en hacer que tus clientes babeen por ese plato que le estás ofreciendo. ¿Qué vas a ofrecer en tu restaurante?

      —Verás, trabajé como repostera por años en restaurantes cinco estrellas y sí, era fantástico, pero ahora es mi turno de crear mi propia pastelería. La llamaré —levantó sus manos y agitó los dedos— Sweet Heaven. Por supuesto, no le haré competencia a mi querida Annie, Dios, no, yo vivo al otro lado de Vancouver.

      —Eso suena estupendo, te ayudaremos a que todo quede asombroso en tu pastelería. Volviendo al tema, en ese caso,

      retomemos el ejemplo del helado. El tiempo de duración de un helado no es el suficiente para tomar la foto que queremos lograr. Así que ¿qué hacemos? Para que tus clientes vean ese helado cremoso, ese chocolate derretido que se desliza por tu boca y ¡mmm! —Cerró los ojos y se saboreó los labios; después de unos segundos los volvió a abrir—. Lo siento. Para que se vea ese helado así debemos recurrir a lo que podamos. Grasa vegetal, sirope de maíz e incluso crema de afeitar.

      —¿Pero no le estaríamos vendiendo una fantasía?

      Una sonrisa se dibujó en su rostro.

      —Yo me encargo de crear la fantasía; tú, de hacerla realidad.

      Él

      (Un año antes)

      —Yo sabía que había personas que hacían esto, ¿sabe? Pero no sabía que podía ponerme en contacto con una. Cuando lo encontré, tuve un debate interno antes de llamarlo.

      Apoyó los codos sobre la mesa, entrelazó sus manos y recostó el mentón en ellas.

      —Y dígame, Jenny, ¿puedo llamarla Jenny? ¿A qué se debió su debate?

      Ella lo meditó unos instantes.

      —No me siento bien robando el crédito de una obra.

      —Créame, no es la primera clienta que tiene dudas al respecto, ni será la última. Pero déjeme tranquilizarla. Llevo años haciendo esto, no es el crédito lo que me alimenta, es el éxtasis que me produce escribir. Así que no me está robando ningún crédito. Está pagando por él, de hecho. Se sorprendería de la cantidad de escritores que usted ha leído que contrataron los servicios de un escritor fantasma. Se dice que las obras de Shakespeare las escribió Christopher Marlowe. También dicen que Alejandro Dumas, para escribir Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, contrató un escritor fantasma. Hay una anécdota que cuenta que Dumas le preguntó un día a su hijo: «¿Ya leíste mi nueva novela?», y él le contesta: «No, ¿y tú?».

      Ella se removió en su asiento, se recostó hacia atrás.

      —¿Ha escrito muchos libros de esta forma?

      —Nueve en total.

      Eso era inflar un poco la cifra, pero ella no tenía forma de averiguarlo.

      —¿Ha escrito algún libro que yo conozca?

      La miró fijamente a los ojos y una sonrisa se fue desplegando lentamente en su boca. Ella le sostuvo la mirada unos instantes, pero se rio nerviosa y desvió la vista. Un pequeño sonrojo le cubrió la cara.

      —Por supuesto, no puede decirme.

      —Mi trabajo requiere absoluta confidencialidad.

      —¿Nadie sabe para quién escribe usted? ¿Ni su familia?

      —Ellos piensan que me gano la vida como traductor. Lo cual no es mentira,


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