La Reina Roja. Victoria Aveyard
la aldea mientras entramos al bosque, marchamos de prisa por el ya conocido camino del norte. No está tan lleno como ayer y hay agentes de seguridad desperdigados por la carretera. La Mansión está bajo control, dijo la asistente. Supongo que se refería a esto.
El muro de cristal de diamante brilla al frente, refleja el sol que sale de la arboleda. Quiero entrecerrar los ojos pero no los muevo. Debo mantenerlos bien abiertos.
La entrada hierve de uniformes negros, todos los agentes de seguridad que inspeccionan y vuelven a inspeccionar a los viajeros que llegan. Cuando nos detenemos, la asistente me guía junto a la fila a través de la puerta. Nadie protesta ni se preocupa por verificar nuestras identificaciones. Seguro que ella es conocida en estos lares.
Una vez dentro, la asistente me mira.
—Por cierto, soy Ann, pero aquí nos conocemos por nuestro apellido. Llámame Walsh.
Walsh. Este nombre me suena.
—¿Eres de…?
—De Los Pilotes, como tú. Conozco a tu hermano Tramy y ojalá no hubiera conocido a Bree, un verdadero rompecorazones —Bree ya se había ganado fama en la aldea antes de marcharse. Una vez me contó que temía menos que los demás el alistamiento porque la docena de jóvenes sanguinarias a las que dejaría aquí eran mucho más peligrosas—. A ti no te conozco, pero lo haré, sin duda.
No puedo evitar ponerme a la defensiva.
—¿Qué quieres decir?
—Que trabajarás aquí largas horas. No sé quién te contrató ni qué te hayan dicho sobre tus deberes, pero se ve que ya empiezan a irritarte. No vas a ocuparte de cambiar sábanas y limpiar platos. Tendrás que mirar sin ver, oír sin escuchar. En este lugar somos objetos, estatuas vivientes hechas para servir —ella suspira y se vuelve, abre de golpe una puerta hendida precisamente junto a la entrada—. Sobre todo ahora, con esto de la Guardia Escarlata. Ningún momento es bueno para ser Rojo, pero éste es pésimo.
Cruza la puerta, aparentemente en dirección a una pared. Yo tardo un momento en darme cuenta de que baja un tramo de escaleras y desaparece en la semioscuridad.
—¿Mis deberes? —insisto—. ¿Qué deberes? ¿Qué es esto?
Ella voltea en la escalera, casi entornando los ojos frente a mí.
—Fuiste llamada para ocupar un puesto de servicio —dice, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Trabajo. Un puesto. Casi me desmayo de sólo pensarlo.
Cal. Me dijo que tenía un buen trabajo, y ahora ha movido algunos hilos para conseguirme uno. Tal vez, incluso, trabajaré bajo sus órdenes. El corazón me da un vuelco ante esta posibilidad sabiendo lo que significa. No voy a morir y ni si quiera a combatir. Trabajaré y viviré. Y más tarde, cuando encuentre a Cal, lo convenceré de que haga lo mismo por Kilorn.
—¡Apúrate, no tengo tiempo para llevarte de la mano!
Tropezando detrás de la asistente, desciendo a un túnel sorpresivamente oscuro. Las paredes están alumbradas por lámparas pequeñas, que apenas permiten ver. Arriba hay tubos, que zumban de agua corriente y electricidad.
—¿Adónde vamos? —pregunto por fin.
Casi consigo oír el desaliento de Walsh cuando se vuelve hacia mí, confundida:
—A la Mansión del Sol, por supuesto.
Por un segundo, creo sentir que mi corazón se detiene.
—¿Que qué? ¿Al palacio, al mismo palacio?
Ella golpetea la insignia en su uniforme. La corona titila bajo la escasa luz.
—Ahora estás al servicio del rey.
Tienen un uniforme listo para mí, pero apenas reparo en él. Estoy demasiado asombrada por lo que me rodea, la piedra de color marrón claro y el centellante piso de mosaico de esta sala olvidada en la casa de un rey. Otros sirvientes pasan trajinando en un desfile de uniformes rojos. Examino sus caras, busco a Cal para darle las gracias, pero él no aparece por ningún sitio.
Walsh permanece a mi lado, me susurra algunos consejos.
—No digas nada. No oigas nada. No hables con nadie porque nadie hablará contigo.
Casi no distingo sus palabras; los dos últimos días han sido un desastre para mi corazón y mi espíritu. Siento que la vida simplemente decidió abrir las compuertas para que me ahogara en un torbellino de vueltas y revueltas.
—Llegaste en un día muy agitado, quizás el peor que veremos nunca.
—Vi las embarcaciones y las naves aéreas… Los Plateados han venido río arriba durante semanas —digo—. Más que de costumbre, aun para esta época del año.
Walsh me apresura, y pone en mis manos una charola de copas relucientes. Seguro que estos utensilios podrían comprar mi libertad y la de Kilorn, pero la Mansión está protegida en cada puerta y ventana. Yo no podría escapar jamás en medio de tantos agentes, ni siquiera con todas mis habilidades.
—¿Qué sucederá hoy? —pregunto tontamente. Un mechón de mi cabello oscuro cae sobre mis ojos, y antes de que yo pueda quitarlo, Walsh lo retira y lo sujeta con un brochecito, con movimientos rápidos y precisos—. ¿Es una pregunta idiota?
—No, yo tampoco lo sabía hasta que empezamos a prepararnos. Después de todo, no se ha celebrado un acto igual en los últimos veinte años desde que la reina Elara fue escogida —habla tan rápido que sus palabras casi se funden entre sí—. Hoy es la prueba de las reinas. Las hijas de las Grandes Casas, las mejores familias plateadas, han venido a ofrecerse al príncipe. Esta noche habrá un gran banquete, pero por ahora ellas están en el Jardín Espiral, arreglándose para presentarse, esperando ser elegidas. Una de esas chicas será la próxima reina, y ellas están dispuestas a cualquier cosa con tal de recibir la oportunidad.
Una imagen de un racimo de pavorreales cruza mi mente.
—¿Y qué hacen? ¿Dan una vuelta, dicen un par de cosas y agitan las pestañas?
Walsh resopla y sacude la cabeza.
—No —sus ojos brillan entonces—. Estarás de servicio, así que podrás verlo tú misma.
Las puertas de madera tallada y vidrio fluido se alzan al fondo. Un sirviente las mantiene abiertas para permitir que pase la fila de uniformes Rojos. Llega mi turno.
—¿Tú no vienes?
Puedo notar la desesperación en mi voz, casi rogándole a Walsh que se quede conmigo. Pero ella se aleja y me deja sola. Antes de estorbar el avance o estropear de otro modo este organizado ensamblaje de sirvientes, me obligo a seguir y salir al sol de lo que Walsh llamó el Jardín Espiral.
Al principio creo estar en medio de otro ruedo como el de la aldea. El espacio se curva hacia bajo en una hondonada inmensa, pero en vez de bancas de piedra, la espiral de terrazas está llena de mesas y sillas afelpadas. Plantas y fuentes escurren por los peldaños, dividiendo las terrazas en palcos. Éstos confluyen en la base, donde hay un prado circular decorado por estatuas de piedra. Delante de mí se encuentra un palco cargado de sedas rojas y negras. Cuatro asientos, cada uno de hierro cruel, lucen desdeñosos desde su sitial.
¿Qué demonios es este sitio?
Mi trabajo pasa sin darme cuenta, siguiendo el ejemplo de otros Rojos. Soy auxiliar de cocina y se supone que debo limpiar y ayudar a los cocineros, y ahora mismo preparar el ruedo para el próximo evento. No estoy segura de entender por qué la familia real necesita un estadio. En el pueblo sólo se usa para las Gestas, para ver luchar a un Plateado con otro, pero ¿qué significado podría tener aquí? Esto es un palacio y sus pisos nunca se mancharán de sangre. Pero lo que, a falta de un mejor nombre, yo llamo ruedo, me hace tener un mal presentimiento. El hormigueo regresa y vibra en oleadas bajo mi piel. Cuando termino y