Quantas o de los burócratas alegres. Germán Ulises Bula Caraballo
título de “misión y visión” se cuelga en la página web; el territorio es lo que se juega en lo inmanente de las infinitas transacciones cotidianas entre cosas y personas que constituyen la universidad. Es necesario rendir cuentas; es necesario que un sistema tenga un mapa de sí mismo y hojas de ruta respecto a donde quiere ir. Pero la atención a mapas trascendentes no puede llevar al olvido del terreno inmanente, en el que se juega la vida cotidiana, en el que nace lo nuevo.
¿Cómo nace lo nuevo? Las líneas de fuga son aquellos movimientos que producen nuevas conexiones, alterando así la red, produciendo nuevos ensamblajes. Si reconocemos que la nuestra es una sociedad necesitada de cambios profundos, tenemos que ver con cariño el brote de pasto que sale por entre los quiebres del asfalto —y que frustra nuestros planes de una acera limpia, uniforme—, tenemos que cultivar la biofilia, el amor por lo nuevo y lo naciente. No obstante, lo nuevo y naciente es, justamente, lo que no está en los formatos, lo que no aparece en los organigramas, lo que no se deja categorizar en sistemas de medición basados en la homogeneidad. El brote de pasto crece en los intersticios, en los espacios en blanco que se dejan para lo creativo.
La Universidad de La Salle, en particular, no puede desconocer el entorno en que vive ni las exigencias económicas y gubernamentales que este le impone; pero, si ha de ser soberana, tiene que pensar en formas propias de abrigar lo vivo y lo nuevo que sean consistentes con su propio ethos y misión. Este libro se ofrece como un primer paso en esta dirección.
¿Qué es la metrocosmética? En el 2017, el cereal Quaker de manzana y canela comenzó a aparecer con un anuncio: “35 % menos azúcar”. Quien examinaba la información nutricional en el lomo de la caja descubría que se redujo el azúcar manteniendo exactamente el mismo sabor, utilizando exactamente la misma receta: la empresa decidió disminuir el tamaño de las porciones sugeridas un 35 % (Doctorow, 2017).
“Metrocosmética” es el nombre de un síntoma ubicuo de alguna grave enfermedad que afecta nuestros tiempos. Los académicos publican textos con un ritmo febril, atendiendo mucho más a la cantidad que a la cualidad, mucho más a los rankings que a la promoción del conocimiento. Las escuelas incurren en el teaching to the test, en entrenar a los alumnos para salir bien en las pruebas estandarizadas, a expensas de la calidad de su educación. Los gobiernos en todo el mundo hacen esfuerzos por incrementar el producto interno bruto (PIB) de sus países —supuestamente es una medida de bienestar—, a menudo en detrimento de la prosperidad de sus ciudadanos.
En Colombia, el Gobierno y los medios han equiparado un aumento en el número de hectáreas de sembrados de coca fumigadas con herbicida con el éxito en la guerra contra las drogas, pero estas son cada vez más abundantes en las calles (Caracol Radio, 2016). Por otra parte, en los Estados Unidos, los jueces y policías castigan crímenes menores con excesiva severidad para que la opinión pública vea que “obtienen resultados” (American Civil Liberties Union, 2015).
En resumen, las instituciones buscan sacar buenos resultados según los indicadores numéricos, a costa de un buen desempeño en las funciones sociales que dichos indicadores se supone que miden (Bula, 2012). En todos los casos reseñados, la acción institucional es metrocosmética: una reacción cosmética a la introducción de un indicador cuantitativo. En lo que sigue, exploraremos la curiosa relación de nuestro tiempo con lo cuantitativo, daremos la definición, sintomatología, etiología y patología de la metrocosmética y la discutiremos a la luz de algunos pasajes interesantes del Gorgias de Platón, para finalizar con una discusión sobre la metrocosmética en el caso concreto de la educación.
Para el pensador esotérico y tradicionalista Guénon (2001), nuestros tiempos, profundamente atípicos, constituyen el final de un largo ciclo cósmico, que comienza con una Edad de Oro —conectada a la trascendencia, ordenada, jerárquica, cualitativa— y se va desordenando por sucesivas rebeliones: la espiritualidad lunar contra la solar, la casta guerrera contra la sacerdotal y contra esta los comerciantes y esclavos. Le siguen la Edad de Plata, la Edad de Bronce y, finalmente, la nuestra, la Edad de Hierro, Kali Yuga, la más burda, la que más se ha alejado del principio sagrado; en la que, por primar el desorden, se difuminan las distinciones cualitativas y tiende a quedar la mera materia nuda, la mera cantidad. El nuestro es el reino de la cantidad.
Según Guénon (2001), el ascenso de la ciencia moderna —matemática en esencia— es consistente con la progresiva indiferenciación de los seres en el mundo moderno. En efecto, contar solo es posible si los elementos que se cuentan se tratan como homogéneos: a riesgo de sumar peras con manzanas, todo lo que se cuente debe pertenecer a la misma clase, bien porque ontológicamente lo es o porque se le trata así mediante la abstracción o la observación incompleta, que deja a un lado las diferencias individuales.
Procusto, hijo de Poseidón, residía en las afueras de Eleusis —ciudad de la antigua Grecia— y ofrecía su casa a los viajeros solitarios. Cuando el viajero dormía sobre su cama de hierro, Procusto lo asesinaba de una entre varias maneras: si su víctima era más pequeña que la cama, tomaba un martillo y la descoyuntaba hasta que la ocupara en su totalidad; si era alta, serraba las partes que sobresalían —pies, cabeza, brazos—. Para Guénon (2001), de forma análoga, la abstracción cuantitativista hace violencia epistemológica a sus objetos, homologa lo que no se puede homologar. La queja del misterioso tradicionalista ha encontrado eco en lugares improbables: Nussbaum (2012) ha promovido el enfoque de capacidades para combatir el efecto reductivo que tiene en la política la atención excesiva al PIB, que no solo deja de dar cuenta de los factores reales que afectan las posibilidades de vida y las capacidades de las personas, sino que distrae la atención sobre estos; el enfoque del PIB:
[…] agrega diversas partes componentes de la vida humana, sugiriendo con ello que un único número bastará para decirnos todo lo que necesitamos saber sobre la calidad de las vidas de las personas, cuando, en realidad, este no nos proporciona buena información. Hace pasar por una especie de embudo unificador aspectos de la vida humana que, no solo son diferenciados, sino que están escasamente correlacionados entre sí: salud, longevidad, educación, seguridad física, derechos y accesibilidad políticos, calidad medioambiental, oportunidades de empleo, ocio y otros más. (pp. 70-71)
Para el tradicionalismo (Evola, 1987), la Revolución francesa representó un punto de quiebre, la señal de que el mundo entraba en la fase final de la Edad de Hierro, en la pura disolución. Justo en ese momento, Burke (1999), en Reflections on the Revolution in France, se quejó de la “metafísica” del gobierno republicano, que asume de forma acrítica que todos los seres humanos son iguales:
los legisladores que diseñaron las repúblicas antiguas sabían que su emprendimiento era demasiado arduo para lograrse con la mera metafísica de un bachiller y la matemática de un recaudador. Su asunto eran los hombres, y tenían que estudiar la naturaleza humana. Su asunto eran los ciudadanos, y estaban obligados a estudiar los efectos de aquellos hábitos que se comunican a través de la vida civil. Eran sensibles a los efectos que esta segunda naturaleza, los hábitos, tiene sobre la primera, produciendo una nueva combinación; de aquí surgieron muchas diversidades entre los hombres, de acuerdo con su nacimiento, su educación, sus profesiones, el largo de sus vidas, su vivir en el campo o la ciudad […], todo lo cual los diversificó como si fueran especies animales diferentes. Por ello, los legisladores se vieron compelidos a tratar a los ciudadanos como perteneciendo a clases diferentes, y ponerlos en diferentes situaciones en el Estado, acordes a lo que sus hábitos diferentes les capacitaban para ocupar, y darles privilegios diferentes […] de modo que hubiera protección contra la diversidad de interés que debe existir y competir en una sociedad compleja; pues al legislador antiguo le habría dado vergüenza que, mientras que el pastor sabía