Quantas o de los burócratas alegres. Germán Ulises Bula Caraballo
con datos producto de la abstracción es un sinsentido (Beer, 1994); como limpiarse las manos con jabón antibacteriano antes de comer un perro caliente callejero. La operación de contar nos da una idea falsa de con cuánta exactitud conocemos.
4. La ilusión de exactitud que producen los números causa, a su vez, un sesgo en la selección de los datos y modelos para dar cuenta del mundo; se pone un énfasis excesivo en los datos contables y que se prestan a un tratamiento matemático. Krugman (1994) argumenta que la disciplina de la economía abandonó el campo de la economía del desarrollo, a pesar de que este es útil y fértil, principalmente porque no es posible modelar sus ideas matemáticamente. Según un adagio que a veces se le atribuye a Einstein, pero viene de Bruce Cameron (1936): “no todo lo que cuenta se puede contar, ni todo lo contable cuenta”.
¿En qué consiste el atractivo del cuantitativismo? Los modelos cuantitativos producen la ilusión de exactitud. A su vez, esta ayuda a crear una ilusión de control sobre fenómenos que nos exceden en su complejidad. La ilusión de exactitud de la cuantificación guarda en sí la promesa del control (véase Schumacher, 2004, p. 120); pensamos así: “por ahora, no podemos, por ejemplo, predecir y controlar el crimen, pero en el futuro, una vez tengamos suficientes datos y suficiente poder computacional, podremos”.
Por otra parte, al producir un modelo de un fenómeno, podemos realizar operaciones sobre el primero y crear la ilusión de que tenemos algún grado de control sobre el segundo. Piénsese en los comentaristas deportivos que le otorgan un significado especial a que un jugador haya anotado su centésimo gol o a que un equipo nunca haya ganado más de tres partidos seguidos —hasta que ocurre y, entonces, eso también tiene un significado especial—. O piénsese en los funcionarios de gobierno que, ante un problema espinoso como la pobreza o el microtráfico de drogas, dan la apariencia de control y competencia citando incrementos del 2,3 % en esta u otra métrica.
El atractivo de los indicadores cuantitativos se explica, en parte, porque estos posibilitan un totemismo de control, la ilusión de control sobre el fenómeno que produce la manipulación del modelo de este. Otros ejemplos del totemismo son la cartomancia, la cleromancia, la astrología o el I Ching: “no puedo conseguir que ella me ame, pero sí puedo manipular las cartas o las monedas perforadas”. Un posible corolario del totemismo de control: en las sociedades más impunes se dan los castigos más severos y crueles a quienes sí se judicializan.
Una raíz más profunda del atractivo del cuantitativismo se encuentra en nuestra epistemología. En concreto, en nuestra tendencia a pensar el mundo desde la perspectiva de la física clásica (Capra, 1996) y, por consiguiente, a tratar la totalidad de la realidad como pléroma en lugar de creatura (Bateson, 1993): el primero es la materia no organizada, sin individualidad ni historia, que se puede entender a plenitud mediante las leyes de la física; por su parte, la segunda es la materia organizada, los sistemas complejos adaptativos que no solo lidian con energía, sino con información.
Siguiendo un ejemplo del que gustaba Bateson (1993): si pateo una piedra, puedo predecir su trayectoria si conozco su peso, la fuerza de mi patada, el ángulo de incidencia, etcétera; por el contrario, si pateo a un perro, tengo que saber, y esto es mucho más importante, de cuál perro se trata y en qué contexto lo he pateado: si es Rufo o Rintintín, si siente que acaba de hacer algo malo, si soy su amo o un extraño… Y esto en adición a la consideración de las leyes newtonianas, que también operan sobre el perro: es más difícil entender a las creaturas que al pléroma. Pero las ciencias que tratan con creaturas —como la psicología o la economía— a menudo intentan parecerse a las del pléroma, principalmente a la física, en detrimento de una verdadera comprensión de su objeto de estudio (Capra, 1996).
Willke (1987) ha llamado a este complejo de inferioridad un anacronismo, el cual no entiende lo que son los sistemas complejos. La diferencia entre pléroma y creatura es una variable continua, una escala deslizante: un cristal es más complejo y autoorganizado que el agua, pero menos que una hormiga, y esta lo es menos que un venado, dado que es el nido, no la hormiga, la verdadera unidad completa de autoorganización, reproducción y alimentación de esa especie. Hay un life ratio (Gershenson, 2012), un grado en el que lo que le ocurre a una cosa es producto de su propia organización, de sus propias leyes internas, no de las leyes más amplias que rigen su entorno. Entonces: mientras más viva está una cosa, es más difícil medirla… y, presumimos, queremos que nuestras escuelas y universidades estén vivas, no muertas, ¿no?
Hay dos diferencias claves entre pléroma y creatura ante la posibilidad de entenderlos mediante indicadores cuantitativos. La primera es que las creaturas no funcionan con máximos, sino con óptimos: en efecto, si pateo una piedra, la distancia que viaja es casi linealmente una función de la fuerza con que la pateo; no obstante, una planta no crece en proporción a la cantidad de agua o estiércol que recibe; hay niveles tóxicos para una y otra cosa (Bateson, 1993).
Piénsese si el desempeño escolar, medido en notas, es un buen indicador del estado del sistema “joven de catorce años”: por ejemplo, para un individuo, una mejora repentina y desmedida en las notas puede ser un indicador de peligro, de que se trata de una persona bipolar que está entrando en una fase maníaca. Otro ejemplo: como lo muestra el empobrecimiento de vida que reportan los ganadores de la lotería o las crisis que a veces sufren las celebridades, se puede tener demasiado dinero y no tener plenitud (Bula, 2017).
Para poner un ejemplo más, es posible argumentar que no se debe maximizar la publicación académica, sino que tiene un óptimo: después de todo, su propósito es que los investigadores se encuentren los unos a los otros. Si se llena el espacio de búsqueda de artículos insulsos producidos por la presión de publicar, de hecho, se hace más difícil que se cumpla el objetivo; entonces, el número de publicaciones no es necesariamente un indicador del buen funcionamiento de un sector de la academia.
La segunda diferencia es que las creaturas son sistemas homeostáticos. Lo que hace que una silla o una piedra permanezcan en el tiempo es que persiste la misma configuración de la materia; lo que hace que una colonia de hormigas, un ecosistema, una universidad o un ser humano permanezcan es que se mantiene la misma organización, a través de la cual fluye materia, energía e información.
Para lograr la persistencia de la organización se necesitan muchos cambios (Bateson, 1993): los humanos sudan cuando tienen calor, las universidades reducen su planta de profesores cuando reciben menos dinero, los ecosistemas alteran su proporción de depredadores y presas respondiendo a modificaciones en el clima.
Este proceso de cambios en respuesta a transformaciones en el entorno implica que ciertas magnitudes medibles de un sistema no se comprenden bien sin tener en cuenta el momento por el que está pasando dicho sistema: un aumento desmedido en un sector de la economía —por ejemplo, el inmobiliario— puede ser una señal, no de la salud de este, sino de un descontrol, de una repentina reacción homeostática; verbi gratia, la burbuja del 2008. Asimismo, una reducción en el nivel de actividad de un organismo puede ser algo positivo, una sana respuesta a una enfermedad o lesión que requiere de reposo para la restauración; que un académico no publique por un largo tiempo quizá es un síntoma, no de pereza o ineficiencia, sino de una reestructuración mental que impulse una revolución en la filosofía: como fue el caso de la “década silenciosa” de Kant (Werkmeister, 1979). En este sentido, en sistemas complejos adaptativos, no siempre más es más ni menos es menos.
Otra razón por la que la aplicación de indicadores de desempeño a creaturas resulta difícil es que estas reaccionan de modo homeostático a su implementación. Esto se ilustra mediante una fábula propia: en algún lugar del Magreb, un grupo de arqueólogos descubre que hay valiosos papiros y decide buscar ayuda de los bereberes locales, por lo que anuncia que pagará trescientos dólares