La conquista del sentido común. Saúl Feldman
de corrupción. Explotando este lógico interés ciudadano fue que los medios hegemónicos acuñaron, avalada por un puñado de casos flagrantes, una consigna que, al tiempo que enardecía a los individuos de odio contra el kirchnerismo, los hizo sentir que los involucraba a todos y a cada uno como víctimas personalmente afectadas: “Se robaron todo”. El acto verosímil de malicia –robar− articulado a la hipérbole −todo− se convirtió en la causa de todos los males sociales e individuales, y en virtual estandarte de Cambiemos durante la campaña y aun después, cuando comenzó el incesante desfile de los funcionarios del gobierno anterior por los tribunales y, muchas veces sin pruebas sustanciales ni, desde luego, sentencia, su encarcelamiento. Tomar esta idea como propia supuso, además, estar a tono con la agenda global de la transparencia, procurando generar una identificación irrefutable entre corrupción y peronismo, corrupción y sindicalismo, corrupción y empleo público (los “ñoquis”, la “grasa militante” que hubo que eliminar). El argumento de la corrupción ha sido en América Latina el ariete elegido para socavar la credibilidad de los gobiernos populares, derrocar y encarcelar presidentes –los casos de Dilma Roussef y Lula en Brasil son paradigmáticos−, para reemplazarlos por administraciones de derecha que sistematizan la corrupción cercenando derechos adquiridos décadas atrás. Lo fue también para Cambiemos, a modo de anticipo complementario de otra consigna que serviría para justificar toda medida regresiva que se adoptara y que implicara un costo político para el nuevo gobierno: “la pesada herencia”.
10. El interés por no ser “pobre”, mecanismo de un nuevo diseño social apuntalado en la promesa de realización de los proyectos personales, aunque eso signifique aceptar una “lógica” exclusión interpretada como autoinfligida. Postulados y corroborados la desidia y el robo, el paso siguiente de la comunicación macrista fue ofrecer a los sectores más vulnerables salir de ese lugar. Sin pudores, la campaña de Cambiemos se lanzó a contrarrestar los argumentos kirchneristas de ampliación de derechos y beneficios colectivos conseguidos durante 12 años, prometiendo mejoras en todos los frentes, para los trabajadores por la anulación del impuesto a las ganancias, para los jubilados que obtendrían el 82 % móvil, etc. Pero la promesa hiperbólica, que se convirtió en la tercera gran consigna de campaña de 2015, y que galvanizó todos los deseos, fue la de “pobreza cero”. El cinismo tocaba su cúspide. En un solo movimiento discursivo, “pobreza cero” se convirtió en un síntoma no solo de cómo sería el funcionamiento de un gobierno cinicrático, sino también de la predisposición de una parte de la población a ser partícipe de una creencia, de una fe que le permitiese acercarse a ese nuevo diseño de sociedad que dejase atrás las preocupaciones económicas para concentrarse en otros intereses.
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