La conquista del sentido común. Saúl Feldman
del gobierno de Mauricio Macri y al propio presidente, por sus declaraciones, caracterizadas como mentiras descaradas.
El negacionismo sobre la cifra de los desaparecidos, encabezado entre otros nada menos que por el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, y luego la sanción por la Corte Suprema de Justicia del 2x1 para los represores, que reducía sus penas de prisión (revertida por una multitudinaria manifestación, acaso la única hasta ahora, por número y cohesión, que demostró la fortaleza de la oposición en las calles), permitieron comenzar a verbalizar esa comparación, que al cabo no se presentaba tan antojadiza. Volveremos sobre este tópico cuando caractericemos lo que llamamos “cinicracia” y su centralidad en la construcción de la política macrista.
De todos modos, el paralelismo preferido para definir el lugar de Cambiemos en una línea histórica fue la vinculación que se estableció, como se dijo, con la década del 90. Una época cercana, que antecedió a la hecatombe de 2001, muy presente en la memoria colectiva y, por lo tanto, acaso más adecuada para “explicar” lo que está pasando: son los mismos de entonces, que regresaron.
Recurrir a experiencias anteriores, formatos institucionales ya codificados, hechos políticos pretéritos significativos, estereotipos ideológicos, es una manera natural y lógica de proceder para dar sentido al presente, especial y paradójicamente cuando no queda claro de qué se trata. Más cierto aún es que en la memoria colectiva se guardan experiencias que no pueden, para bien y para mal, dejar de influir en nuestros sentimientos y acciones. Pueden aterrorizarnos o bien aleccionarnos. Son parte de nosotros.
Ante la pregunta de un periodista que dejaba trascender la idea de que había poco que hacer frente al poder concentrado de los medios y la represión, el exjuez de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni la rechazó con vehemencia y señaló el valor de la comunicación boca a boca, el cuerpo a cuerpo como modo de hacer política y de resistencia, entendida como aquello a lo que esos poderes ideológicos y represivos no tienen acceso y se vuelve, como lo ha demostrado la experiencia histórica, algo profundamente transformador. Apuntaba Zaffaroni no simplemente a buscar parecidos históricos, sino a aprender de la experiencia, imaginar otra “Resistencia” que se oponga a la política de odio y al establecimiento de un proyecto económico político de exclusión y de destrucción de los lazos sociales: trazar un eje de discurso-acción, objetivos concretos, un espacio de diálogo sobre los modos de lograrlos. Solo así, parece sugerir Zaffaroni, las referencias históricas cobran sentido. A diferencia del 76 y de los 90, la referencia al 55 quizás porte en germen un modo posible y legítimo de actuar.
Ahora bien, volviendo a los paralelismos, sobre todo los de raíz económica, el modo de funcionamiento del actual modelo neoliberal es muy diferente a los anteriores en aspectos esenciales –el dominio hegemónico del capital financiero, la constitución de bloques con intereses contradictorios (EE. UU./Europa/Rusia-China, etc.) e incluso el resurgimiento de políticas proteccionistas nacionales (EE. UU.) que generan una guerra comercial–, lo cual redunda en que la pretensión de identificar un período con otro en forma absoluta no ayude a entender la dimensión de los conflictos e impida proceder en consecuencia.
Han cambiado radicalmente el entorno cultural y los modos en que la gente se relaciona entre sí y con la realidad por imperio de la tecnología, que privilegia un vínculo individual que, a su vez, va configurando un modo particular de procesar esa realidad, las posibilidades de actuar sobre ella, los valores por los que se rige. En la era de la posverdad, cuando también se habla de pospolítica y aun de posdemocracia2, en una época en la que el capital en general y el financiero en particular se mueven de manera tal que demuelen todos los diques de contención jurídica de los estados, decir que “esto ya lo viví” puede resultar legítimo como modo inicial de aproximación pero no como base para la caracterización pormenorizada del régimen macrista, y supone, por el contrario, el riesgo de impedir la identificación correcta de las condiciones en las que un trabajo de comunicación política como el que puso en marcha este gobierno puede resultar exitoso.
En un contexto en el que se habla no solo de cambio de época, sino que se afirma la emergencia de una verdadera crisis civilizatoria, es difícil sostener que lo que está pasando ya ha pasado antes, restringiendo la comparación a la pertenencia de ciertos personajes a segmentos económicos y de ciertas medidas económicas a modelos que, por otra parte, operan, como dijimos, también de manera diferente. Trazar un paralelo entre el ciclo neoliberal actual y los de épocas pasadas es imposible sin llevarse puesta la evidencia de que el propio accionar del neoliberalismo cambió, y poner en peligro el diseño de estrategias políticas certeras que permitan enfrentarlo.
La sorpresa, la consternación, la alusión a la “pesadilla”, el “no lo puedo creer”, son expresiones que muestran que las referencias al pasado, a aquello que se creía había quedado atrás en la historia, no alcanzan por sí solas si no se complementan con otras explicaciones que marquen las diferencias entre un proceso y otro, y producen, por el contrario, una cierta parálisis especulativa.
Y no es solo la sorpresa por lo que se percibe como la vuelta de algo que se pensaba superado. Sino, y sobre todo, por el modo en que el poder traspone límites de manera implacable y, llamativamente, sin que se produzcan reacciones importantes, contando incluso con el apoyo de parte importante de la población.
Es quizás a partir del particular modo de maniobra de Cambiemos en el ejercicio del poder que se vuelve estéril la elucubración sobre qué período histórico es el que vuelve en término de prácticas de gestión. Hay una manera novedosa, articulada, de gobernar que el macrismo cultiva sin encerrarse en dilemas que le son ajenos, y que en cualquier caso reúne elementos comunicacionales afines a las tres experiencias previas ya citadas: es al mismo tiempo la imposición del silencio y la búsqueda de la destrucción y dignidad del otro, como en el 55, ahora con el control hegemónico de los medios masivos de comunicación bajo formas de coacción articuladas que cuentan con consenso social transclasista; es el cinismo del 76, con el manejo de un lenguaje generado y adoptado para instaurar realidades y discursos paralelos, unos oficiales y abiertos, otros encubiertos y clandestinos, como son los trolls, los “carpetazos”, los aprietes y el manejo de la justicia; y son los 90, con sus promesas de derrame, pero esta vez en un contexto de reformas económicas y sociales que quieren abrir una nueva etapa histórica civilizatoria, con el apoyo de una importante base social que se reúne alrededor del desarrollo del emprendedorismo y la idea meritocrática del progreso individual.
Pero, sobre todo, la caracterización distintiva del macrismo es su modo político y comunicacional de gestión altamente planificado, disciplinado y articulado. Que monitorea constantemente cada una de sus acciones en sus ámbitos de influencia y que ha desarrollado una filosofía social que lleva a la práctica de manera también muy regulada.
El modelo neoliberal activado en este nuevo contexto procura rediseñar una nueva sociedad, y su objetivo central estratégico es el “cambio cultural”, tal como lo enuncian los portavoces del gobierno y, especialmente, Macri. No se trata simplemente de cambios económicos, políticos, sociales, por más fuertes que sean. Se trata de conseguir que el sistema de valores de las personas, su forma de procesar la realidad, de concebirla, su propia subjetividad, su alma, se conviertan en el verdadero sostén del proyecto. El contexto actual, las nuevas condiciones para la constitución de subjetividades, le juegan a favor. Hablamos de una cultura que privilegia el individualismo y que tiene en el tiempo presente el modo de valoración de las cosas, aunque hable constantemente de futuro.
Y todo este proceso de “cambio”, veremos, ocupa el epicentro de una política planificada de disciplinamiento social, escenificada con métodos y lenguajes cada vez más violentos, que alcanza a todos los niveles de la sociedad y que recurre a una vasta red de medios.
1 El decreto ley 4161 del año 1956, sancionado por el general golpista y presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, prohibía pronunciar los nombres de Juan Domingo Péron y Eva Perón o cualquier mención que se considerara propagandística del peronismo.
2 Crouch, Colin, Posdemocracia, Taurus, España, 2004.