Atrapamiento y recuperación del alma. José Luis Cabouli
A fin de evitar confusiones definimos conciencia como la propiedad del alma de reconocerse como sujeto de sus actos, ideas y sentimientos. La consciencia es una función de la conciencia: es la experiencia del darse cuenta de los pensamientos, actos y sentimientos. (N. del A.)
Capítulo II
El síntoma: la vía regia de acceso a la experiencia del alma
El síntoma es la manifestación a nivel físico de una experiencia traumática que aún no se resolvió y en la cual el alma está atrapada. Esta experiencia está excluida de la conciencia física y, al mismo tiempo, es la experiencia responsable del síntoma. De modo tal que la experiencia responsable del síntoma es una experiencia traumática que todavía no terminó y que está excluida de la conciencia física. Toda experiencia traumática no resuelta, y de la cual yo no tengo consciencia, necesariamente tiene que manifestarse de alguna manera, y lo hace a través de los síntomas. Síntoma es todo aquello que se siente en el cuerpo y que es propio y característico de una enfermedad; por extensión, lo aplicamos a las sensaciones físicas, emocionales, energéticas o pensamientos que afectan a una persona. En el marco de la TVP y de cualquier terapia el síntoma es lo que una persona trae para sanar cuando acude al terapeuta.
El síntoma, entonces, me está diciendo que fuera de la conciencia de la persona que consulta hay una experiencia traumática que todavía no terminó y en la cual el consultante está atrapado sin saberlo. Cuando un paciente se encuentra frente a mí, terapeuta, relatando el problema que lo aqueja, yo debo pensar que es posible que una parte de esa persona esté viviendo atrapada en otra realidad. Mientras el paciente está hablando conmigo, debo tener presente todo lo que hemos dicho anteriormente. De un lado la persona se encuentra aquí y ahora conmigo, exponiendo su problema, pero al mismo tiempo hay otra parte o partes del alma de esa persona atrapadas en experiencias inconclusas y que están sucediendo en forma simultánea con la vida presente. El síntoma es como la punta de un iceberg; es la síntesis de una experiencia del alma que aflora y se manifiesta en la superficie de la conciencia física. Si recorro el síntoma desde la punta del iceberg hacia su base sumergida me encontraré con la experiencia responsable del síntoma. El síntoma me está diciendo: aquí hay una experiencia que está excluida de la conciencia. Por lo tanto, el síntoma es la vía de acceso directa y más fácil para acceder a la experiencia que lo origina, ya que el síntoma proviene de allí mismo, de la experiencia en la cual el alma está atrapada. Un síntoma, una experiencia excluida de la conciencia.
Esta vía de acceso requiere entrenamiento por parte del terapeuta para reconocer en el discurso del paciente las sensaciones, las emociones, las palabras o las frases que aluden a la experiencia excluida de la conciencia. Tengo que entrenarme para eso, tengo que aprender a escuchar, ya que cualquier cosa que diga el paciente puede que provenga de otra realidad, y yo debo reconocer eso. Supongamos que el paciente simplemente me dice “no puedo más”. Lo que inmediatamente cabe preguntarse es: ¿dónde se encuentra esta persona cuando dice “no puedo más”? ¿No puede más aquí y ahora o no puede más en otro lugar? ¿En qué otra realidad está el paciente cuando dice esto? Como terapeuta, me corresponde tener presente todo el tiempo que cuando el paciente está relatando su problema puede estar refiriéndose a otra realidad, aunque él no lo sepa. Si soy consciente de que cuando el paciente está experimentando el síntoma una parte de su conciencia está viviendo una experiencia en otra realidad, podré ayudarlo a entrar en contacto con esa otra realidad para acabar con la experiencia en la cual se encuentra atrapado.
Un ejemplo clásico de lo que estamos exponiendo es la claustrofobia. Cuando ante la vista de un ascensor una persona experimenta ahogo, taquicardia, pánico y la sensación de muerte inminente, lo que acontece es que una parte de esa persona se está muriendo encerrada en algún lugar, en otra realidad. Cuando la persona está experimentando síntomas de claustrofobia, una parte de ella ya se ubica en una experiencia que aún no ha terminado, de modo que no hay necesidad de hacer ninguna preparación especial, porque la persona ya está en otra realidad y sólo debo profundizar el síntoma principal para acceder a la experiencia original. Cualquier persona que al entrar en un ascensor o en un lugar cerrado experimentara los síntomas de la claustrofobia podría sanarse allí mismo si un terapeuta la acompañara en ese mismo momento a terminar con dicha experiencia. Sucede que, habitualmente, la persona o bien evita entrar en el ascensor o bien toma un sedante o alguien le indica un ejercicio de relajación, con lo cual anulamos el síntoma y perdemos la oportunidad de traer a la conciencia física la experiencia que genera la claustrofobia. El ahogo me dice que la persona se está ahogando en una experiencia que todavía no terminó; para ayudarla hay que traer a la conciencia física la experiencia que está originando el ahogo para poder terminarla. Siguiendo el síntoma me encontraré con la experiencia que lo está provocando y que está excluida de la conciencia.
Definido el síntoma a trabajar —en este caso, el ahogo—, lo siguiente es localizarlo en el cuerpo. Tratándose de ahogo es obvio que se experimentará en el pecho, como falta de aire y dificultad para respirar. Una vez localizado, hay que profundizar el síntoma. El paciente tiene que permitirse experimentar el ahogo. Al profundizar el ahogo comienzan a hacerse evidentes en el cuerpo otras sensaciones, como asfixia, taquicardia, temblores en el cuerpo, pánico, etc. El cuerpo me indica que el paciente ya está en otro lado. De modo que tengo que asumir sin lugar a dudas que el paciente ya está en la experiencia, aunque él todavía no lo sepa. La pregunta clave ahora es: ¿dónde te encuentras cuando estás sintiendo el ahogo, la falta de aire, el pánico, etcétera?
Puede ser que la barrera para ir hacia una vida pasada esté en el terapeuta. Cuando el paciente está sentado frente a mí, es obvio que está sentado frente a mí. Pero lo que no sabemos es en qué otro lugar está la persona mientras está sentada frente al terapeuta. Y eso es lo que tenemos que descubrir. Recordemos que todas las experiencias están aquí con nosotros, solo que no las vemos porque nuestra atención está puesta en lo inmediato, en lo que vemos, en lo que tocamos, en nuestras preocupaciones cotidianas y en lo que hemos aprendido a percibir del mundo. Todo lo que el paciente está diciendo puede ser adjudicado a otra realidad, y mi función es ayudar al paciente a entrar en esa otra realidad.
Si luego de la pregunta clave el paciente aún no tiene claro dónde se encuentra, puedo ayudarlo preguntando: ¿como si estuvieses dónde?, ¿como si estuviera pasando qué cosa?
El paciente puede definir la situación diciendo “es como si estuviese encerrado en un cajón o como si me estuvieran echando tierra encima o como si estuviese atrapado en un derrumbe en una mina”. A partir de allí ayudaré al paciente a revivir esa experiencia hasta el final para poder terminar con ella. Tengo que aceptar sin más la definición del paciente como una realidad verdadera, que está sucediendo efectivamente, sin interferir con mis cuestionamientos, dudas, creencias o esquemas convencionales ni pretender ensayar una interpretación. Lo que está sucediendo, está sucediendo.
No todos los síntomas son tan claros como el ahogo. A veces es necesario ayudar al paciente a definir la sensación, asemejándola a algo que pudiera provocarla. Por ejemplo, un dolor en el estómago podría parecerse a un puñal clavado. Una sensación de angustia podría equipararse a una cuerda que cierra la garganta. En cualquier caso, una vez que la persona ha definido la sensación, debo dar por sentado que efectivamente hay un puñal clavado o una cuerda alrededor del cuello del paciente, y animarlo a profundizar esa sensación hasta que se encuentre en la experiencia que la origina.
Si entiendo este proceso, es muy fácil entrar en la experiencia que está excluida de la conciencia. Solo tendré que desplazar la atención del paciente del aquí y ahora para enfocarla en esa otra realidad, que siempre ha estado allí, sumergida como el iceberg.
Supongamos que al momento de iniciar el trabajo terapéutico la persona no ha definido el síntoma o no está en contacto con sus sensaciones o emociones. Puede entonces recurrirse a la técnica de los cinco pasos, denominación que utilizo actualmente para la técnica de Young, o bien a algún tipo de inducción.4 El objetivo será siempre el mismo, encontrar la sensación o la emoción que lleva a la experiencia responsable del síntoma.
Una vez que el