Como en una canción de amor. Maurene Goo

Como en una canción de amor - Maurene Goo


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alcanzados ya no me llenaban el alma.

      Tenía las mejillas mojadas y las extensiones de mis pestañas se estaban despegando. Jack volvió a meter su teléfono en el bolsillo de sus jeans.

      –Ey… Ey, no llores –se aseguró de mantener distancia, pero yo sentí su calidez de todos modos.

      La sensación que había sentido con este muchacho desde que nos conocimos era de protección. Él me protegía, aunque no había razón para que lo hiciera. Era por eso que lo había seguido por un callejón oscuro.

      De repente, me sentí muy, muy cansada. Y avergonzada. No estaba comportándome como siempre. Era un verdadero desastre. Y este muchacho estaba pasando demasiado tiempo conmigo y todo iba a filtrarse y llegaría a la prensa.

      Intenté secarme los ojos con las mangas térmicas que se asomaban por debajo de mi abrigo y arrastré con ellas unos mocos también. Ay, Dios, ¿qué acababa de hacer?

      Mis ojos se posaron en él. Jack, que sería más alto que yo solo si llevara tacones altos. Intentó desviar su mirada, pero ya era demasiado tarde.

      –¡Viste mi komul! –bramé. Ciertas palabras, como “moco”, siempre serían primero en coreano, sin importar qué.

      Jack tosió mientras intentaba contener su risa.

      –¡No, no es así!

      –¡Sí, sí que lo viste! –di vuelta la cara, contra la pared. El ladrillo me raspó la mejilla, pero no me importó.

      –¡Lo juro! –dijo detrás de mí.

      Con mi frente presionada contra la pared fría y la oscuridad, sentí que los párpados se me cerraban. Y así cedí al cansancio.

      Capítulo doce

      JACK

      ¿Saben qué es difícil? Cargar a un ser humano sobre la espalda. En especial, cuando está profundamente dormido.

      Cambié mi peso de un pie al otro y Fern se quejó entre sueños. Lamento mucho la incomodidad, ¡monstruo sobre mi espalda!

      Si esta chica fuese famosa, algún paparazi como yo debería tomar una foto de este momento.

      ¿Cómo es que mi noche se convirtió en esto? ¿De estar preocupado por una muchachita que se había quedado dormida en el autobús a cargarla sobre la espalda hasta su casa? No a su casa, no. A la mía.

      No tenía ningún tipo de identificación encima. Sospechaba que se estaba alojando en el mismo hotel que Teddy Slade, donde la había visto la primera vez, en el elevador; pero llevar a una muchacha borracha hasta el lobby sin saber nada sobre ella no era una buena idea. Y, además, no iba a plantar un pie de nuevo en ese lugar luego de lo de más temprano. Celeste Jiang sabía lo que había hecho, y no quería arriesgarme.

      Ya había buscado en sus bolsillos más temprano, esperando encontrar un teléfono y entonces así poder llamar a alguien para que viniera a buscarla. Pero no había encontrado nada.

      Era como si la chica hubiese caído del cielo.

      Para cuando llegué al complejo donde se encontraba mi apartamento, creí que iba a morir del cansancio. Sentía algo así como sangre brotándome de los ojos. La bajé lo más delicadamente que pude. Cayó sobre el suelo de granito de la entrada. La tienda de hierbas medicinales que estaba en la planta baja del edificio estaba cerrada porque era de noche y la persiana estaba baja, claro, pero el aroma aún podía olerse desde donde estábamos. Ingresé el código para poder entrar en el edificio. Cuando la puerta se destrabó, la abrí con un solo pie y me encargué de Fern, haciendo que colocara su brazo alrededor de mi cuello y volviendo a levantarla.

      ¿Por qué vivía en un edificio sin elevadores? Todas las decisiones en la vida que me habían conducido a este momento resonaban en mi cabeza como el montaje de una película para castigarme, y maldije cada una de ellas.

      Cuando finalmente llegamos al cuarto piso, yo estaba jadeando y la parte superior de mi cuerpo estaba acalambrada y me dolía. Apoyé la espalda contra la pared, intenté encontrar la llave en mi bolsillo; pero Fern, que también había quedado con su espalda apoyada contra la pared a mi lado, cayó deslizándose hacia abajo.

      Dejé que se quedara sentada un segundo más mientras destrababa la puerta. Tomé un zapato de la entrada, una de esas pantuflas caseras de goma de Charlie, y la usé para frenar la puerta y dejarla abierta.

      Fern se parecía a un fideo largo de esos que uno encontraría en un plato de ramen, completamente encorvada; sus pies apuntando en dos direcciones diferentes, como la Bruja Mala del Este.

      Luego de algunos intentos para moverla, ya estaba sudando. Jesús, ¿por qué esta niña era tan difícil de mover? Finalmente la tomé por debajo de las axilas y la arrastré hasta la sala. Si alguien me hubiese visto, habría creído que acababa de matarla y ahora intentaba esconder el cuerpo.

      Apoyé su cabeza contra el sofá, donde quedó acostada.

      –Ay, mi Dios –dije mirando al techo, pasándome ambas manos por el rostro. Había tantas cosas que podían salir mal.

      Uno, si Fern despertaba y no sabía dónde estaba y se asustaba al verme, saldría corriendo y yo quedaría como algún loquito que seguramente la había drogado en el bar antes de llevarla a su casa. Dos, si la mujer que me alquilaba el apartamento se enteraba de esto por alguna razón, estoy seguro de que sería golpeado a muerte con un zapato.

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