Como en una canción de amor. Maurene Goo
–¿El qué?
–¿Estás bromeando? –grité–. ¿No conoces Chungking Express? ¡Es mi película favorita de Wong Kar-wai!
–¡Ah! –Jack finalmente comprendió a qué me refería–. Sí, jamás he visto ninguna de sus películas.
Fingí querer tirarme por las escaleras.
–¿Visitas Hong Kong y tienes el tupé de no haber visto jamás ninguna de sus películas?
–No estoy visitando. Yo vivo aquí.
–¡Peor todavía! –le dije, llevándome una mano con la palma abierta a la frente–. Necesitas educarte. Ese hombre es Hong Kong.
Nos bajamos en el nivel violeta y subimos a la escalera mecánica con las luces verdes. Jack me sujetó por la espalda suavemente hasta que se aseguró de que yo estaba a salvo y bien sujeta al pasamos.
–¿Me estás dando un mansplaining sobre cine de Hong Kong, Fern?
Las luces, las vistas de la ciudad, la familiaridad del lugar me llenaban de sensaciones vibrantes.
–Bueno, no. Es físicamente imposible que te dé un mansplaining ya que no soy hombre.
Su sonrisa indefinida se volvió una enorme. La sonrisa más brillante que jamás había visto. Casi tuve que quitarle los ojos de encima. De pronto, me había puesto nerviosa.
–Tienes razón –me dijo. Algo le brilló en los ojos, una especie de alerta que no había estado allí antes.
–Sus películas son mágicas –agregué, pero él no respondió. Seguía mirándome con esa nueva expresión de curiosidad plantada en el rostro.
Nos quedamos en silencio por el resto del recorrido. Cuando descendimos de la escalera, registré el momento en mi memoria y me prometí jamás olvidarlo. Saborearlo.
Jack me condujo por más callejones y calles, y yo me sentí como si fuera mi propio doble, un cachorrito a quien alguien había sacado a pasear en un lugar nuevo. Quería husmear en cada rincón, investigarlo todo, pero Jack seguía avanzando.
Y luego oí la música. Trompetas y piano, y bajo. Era jazz. Me detuve.
–Ah, quiero entrar allí.
Jack se dio media vuelta, con las manos en los bolsillos.
–Ey… ¡Ey! ¡Fern!
Pero yo ya estaba caminando en dirección al bar. Mi cuerpo, poseído por la música.
Capítulo ocho
JACK
¿Cómo fue que, de repente, me había convertido en el niñero de una chiquilla ebria y en pantuflas… que además se llamaba Fern?
Se había metido en un bar muy popular con algunos expatriados occidentales. La luz allí dentro era muy tenue, y el lugar estaba decorado con artefactos industriales de enorme tamaño. Cada mesa tenía un bol repleto de figurines de animales. Podías tocarlos pero no podías llevarte ninguno. Mala suerte, karma, o algo así. También había algunas mariposas muertas (reales) que colgaban del techo en unas cuerdas. Era el lugar más extravagante que Fern podría haber elegido esta noche.
La seguí hasta adentro. Con la cabeza rocié las cortinas que colgaban en la puerta de entrada. Mis ojos se ajustaron a la oscuridad mientras que la música que provenía de la banda de jazz tocando en vivo llenaba el lugar.
Fern estaba en el medio del salón, embelesada por todo aquello que la rodeaba. Se había llevado las manos contra el pecho, su cuerpo se iba moviendo al compás de la música.
Sí, estaba de niñero esta noche, pero estaría mintiendo si dijera que no lo estaba disfrutando. Esa muchacha estaba completamente loca y probablemente estuviera drogada o borracha, pero aun así…
Juro que tenía momentos de lucidez que me dejaban perplejo. Me desafiaba. Me mantenía con los pies en la tierra.
Mientras la observaba disfrutar de la música, sentí que algo me arrastraba. Caí tan fácil… Charlie siempre cantaba este antiguo rap cuando estaba conmigo. “I am not a player, I just crush a lot”. No soy un jugador, solo me enamoro mucho.
Eso era cierto. Caía rápido y fuerte. Pero luego esa sensación desaparecía tan rápido como había llegado. Jamás había tenido una novia de verdad. Pero ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Quedarme en una relación tan solo para conservar un sentido de la responsabilidad? ¿Sería eso justo para las chicas con las que salía? El punto del amor era sentirlo de verdad, que fuera tan fuerte que uno necesitara a la otra persona, como si estuvieras siendo atraído por una fuerza sobrenatural.
Y, en este momento, esa fuerza me llevaba hacia ella. Pero era una muchacha que muy probablemente estuviera borracha, por lo que esta interacción estaba comenzando a sentirse un tanto cuestionable.
Le llamé la atención con un golpecito con el hombro.
–Ey, Fern. Hay lugares mejores que este donde no habrá tanto idiota dando vueltas.
Sus ojos jamás dejaron de mirar a los músicos que estaban actuando sobre el pequeño escenario en el rincón del bar.
–No, ¡quedémonos aquí un poco más! –gritó para que pudiera escucharla por encima de la música. El bajista pareció escucharla y levantó la mirada. Le guiñó el ojo. Ella dio un pequeño salto, toda embelesada.
Amigo, por favor.
En su emoción, Fern tenía algo que yo no podía reconocer del todo.
Dios mío… ¿Y si se acababa de enterar de que le quedaban pocos días de vida? Volví a mirar sus pantuflas. ¿Eran del hotel o de un hospital? Espera, no. Yo ya la había visto en el hotel. Ese hotel tan elegante. Seguramente era rica o algo así.
Pero la gente rica también se muere.
Mis ojos la recorrieron… comenzando por su gorra de béisbol hasta las pantuflas. ¿Se veía bien?
¿Qué ocultaba? Tenía esta sensación de que había algo que ella no quería que yo ni nadie supiéramos.
La música terminó y Fern aplaudió con ganas, saltaba entusiasmada. Como una niñita. Su emoción era contagiosa y yo también sonreí cuando me miró.
–Ah, así que ahora a ti también te gusta –me provocó.
Quise devolverle la broma, pero el bajista caminó hacia nosotros antes de que yo pudiera decir algo. La banda se había bajado del escenario para tomarse un descanso. Más de cerca, el bajista también parecía mitad asiático y mitad blanco. Y definitivamente un galán.
–Hola, ¿quieres venir con nosotros a tomar algo? –preguntó con un acento sudamericano, suave y fluido. A mí ni siquiera me miró.
Vamos, amigo. Miré a Fern, esperando que rechazara aquel espanto. Su pausa duró una eternidad.
Capítulo nueve
LUCKY
Jack y el guapísimo bajista de las pestañas infinitas y sonrisa de comercial de pasta de dientes me miraban, expectantes.
La música había despertado algo en mí. A pesar de que acababa de terminar con mi gira por quince ciudades, aún me emocionaba ver músicos en vivo. La manera en que luego se reunían y recobraban energías todos juntos, saludándose y comunicándose sin hablarse. Un lenguaje sin palabras.
Me recordaba a mí y a cómo me sentía