Como en una canción de amor. Maurene Goo
y unos restaurantes elegantes que seguían abiertos. Una ciudad que nunca dormía.
Y no sabía si eran las pastillas para la ansiedad o qué, pero el pánico usual que le seguía a mi exposición ante las grandes multitudes no se hizo presente esta vez.
Quizás fuera también porque aún seguía viendo hamburguesas danzantes en mi mente. Por lo que seguí caminando, con la cabeza gacha y el cuello del tapado bien alto. ¿Se vería sospechoso? Me sentía como la maldita Pantera Rosa.
Llegué a un mapa del centro comercial y me detuve a mirarlo. ¿Qué diablos era aquello? Todo era digital. Toqué la pantalla varias veces, pero tanto pensar en cómo descifrar esa cosa iba a derretirme el cerebro.
Bien, Lucky. Sigue tu olfato. Sí, gran plan. Tenía una nariz muy sensible.
El centro comercial era infinito. Caminé y caminé, pasando por decenas de tiendas de lujo. Y restaurantes de lujo. Pero no había nada que prometiera una buena y grasienta hamburguesa. Unos minutos más tarde, terminé cerca de unas escaleras mecánicas que llevaban a la estación del metro. Pasear por un centro comercial en Hong Kong mientras luchas contra la medicación para el sueño y la ansiedad había sido una idea muy torpe. Me sentía atontada y de pronto todo se volvió borroso.
Tan ocupada en orientarme estaba que no llegué a ver al grupo enorme de personas que salía de la estación antes de que me llevara por delante.
Preocupada por no ser reconocida, seguí caminando con todos ellos hasta que sentí el aire fresco dándome de lleno en el rostro.
Cuando las personas se dispersaron, me encontré parada en las calles de Hong Kong.
Sola, en las calles de Hong Kong.
Capítulo seis
JACK
¿Han visto esa escena de Harry Potter en la que viaja en ese autobús de varios pisos que corre como loco por Londres?
Los autobuses de Hong Kong se le parecen bastante.
Sentado en el segundo nivel del autobús de doble piso (uno de los remanentes culturales de la historia colonial británica en Hong Kong), podía ver las calles serpenteantes del Distrito Central llenas de gente. Después de todo, era un viernes por la noche.
Toda Hong Kong es bastante grande. Su territorio se divide entre la Isla de Hong Kong, la península de Kowloon, los Nuevos Territorios y algunas islas más pequeñas. Kowloon se encuentra cruzando el puerto Victoria desde la isla y está conectada a la China continental. Pero yo vivía en la Isla de Hong Kong, y el autobús nos llevaba ahora por el Distrito Central, el centro económico y financiero de la ciudad ubicado en la parte norte de la isla, cerca del agua. El Distrito Central estaba repleto de rascacielos y altísimas torres de apartamentos y muy cerca de los puntos turísticos más importantes.
En Asia, existía esta especie de electricidad del futuro en todos lados. Y algo de todo eso me hacía sentir más vivo. Además, en una ciudad tan enorme como esta, había espacio infinito para la improvisación, para la reinvención. Era el opuesto de crecer en los suburbios del sur de California, por ejemplo, donde parecía haber un solo camino para todos, donde las actividades nocturnas se limitaban a plazas comerciales pequeñas, cines y teatros. Donde, incluso con un amplio paisaje a tu alrededor, te sentías atrapado.
Yo amaba el autobús por muchas razones, y ahora mismo era un buen lugar para trabajar. Le estaba pasando las fotos a Trevor. Habían salido muy bien. Incluso con la luz tan baja y con las hojas del arreglo floral colgando por todos lados, se podía ver a Teddy y a Celeste en una misma habitación de hotel, y juntos. En todas las fotos, también salía la silueta de un tipo que se inclinaba sobre un enorme arreglo floral. Había intervenido apenas los tonos para poder identificar mejor sus rostros y dejar mi imagen más en la penumbra. Estas fotos serían mi gran paga.
Seguía oyendo las palabras de Celeste en mi cabeza mientras repasaba las fotos. Podrías arruinar muchas vidas. Unos meses atrás, ese comentario sí me habría molestado. Se me hubiera enterrado bajo la piel y eso me habría hecho odiar lo que estaba haciendo. Pero docenas de encuentros con celebridades más tarde (donde los había visto envueltos en una aventura amorosa, o tratando de mala manera al personal, haciendo berrinches, gritándoles a sus niños), yo ya había superado esa etapa. Para mí esto era solo mi trabajo. Eso era todo. Nada personal. Es el precio de la fama, Celeste.
De inmediato recibí un texto. Era de Trevor, que me respondía:
Buen trabajo. Uno más de estos y recibirás una posición de tiempo completo.
¿Tiempo completo? Me senté derecho en mi asiento tapizado. Sabía que a Trevor le había estado gustando mi trabajo, pero esto era algo nuevo. Una nueva oportunidad. Me daría algo para hacer en lugar de tener que ir a la universidad. Incluso si mis padres se enteraban, bueno, ahora podría solventar mis gastos yo solo. No iba a tener que lidiar con su decepción respecto de mis decisiones en la vida ni con sus esperanzas de que terminara estudiando Negocios o Ingeniería. El hecho de que mis padres hubieran elegido estabilidad en lugar de cosas más excitantes no significaba que yo debiera hacer lo mismo.
El autobús frenó de golpe. Cuando levanté la vista y miré por la ventanilla, me di cuenta de que había hecho el recorrido completo. Estaba de vuelta cerca del hotel. Miré mi teléfono. Todavía no eran las once de la noche, aún tenía tiempo para encontrarme con algún amigo y tomar algo. La edad legal para poder beber alcohol en Hong Kong es dieciocho, lo que me había hecho explotar la cabeza de la emoción cuando me mudé aquí.
Le mandé un mensaje a mi compañero de cuarto, Charlie Yu.
¿Tienes tiempo para ir a tomar algo?
Respondió un minuto después.
CLARO. En una hora, cuando me pueda tomar mi “horario de almuerzo”
Cuando su tío se jubiló, Charlie heredó su profesión de taxista y su clásico Toyota rojo. Los taxis eran una institución en Hong Kong y Charlie trabajaba de noche. Solía tomarse descansos extendidos para beber cerveza conmigo.
Qué bien. Tengo algo enorme para Trevor. YO INVITO LAS CERVEZAS.
Charlie respondió:
VENGA ESE DINERO.
Sacudí la cabeza y sonreí. Charlie y yo siempre estábamos necesitando dinero. Las quejas sobre nuestros trabajos y la falta de dinero llenaban nuestro apartamento mientras jugábamos videojuegos y comíamos ramen. Era nuestra fuente principal de convivencia.
Le respondí:
Siempre. $$$ Déjame elegir un lugar y te vuelvo a escribir.
Asegúrate de que sea un lugar con muchachas dentro. No como ese último bar repleto de machos extraños que olían a pescadores retirados.
Aquel bar había estado muy bien, muchas gracias. Pero a él le fascinaban las chicas y siempre se las arreglaba para demostrar cierto encanto cuando coqueteaba con ellas. Además, se veía como el chico malo que te pasaría a buscar en un scooter para luego llevarte lejos de tus estrictos padres.
Le estaba respondiendo el mensaje cuando alguien pasó a mi lado y me golpeó. Era una muchacha; venía tambaleándose por el pasillo. Bien hecho, borrachita. Volví a concentrarme en mi mensaje de texto cuando la oí gruñir fastidiada y luego un “Baegopa jughaeso!”. Levanté la vista de la pantalla. Era la versión coreana de “¡Tengo tanta hambre que podría morir!”.
Cuando miré detrás de mí, pude ver a la muchacha borracha en un asiento, con la cabeza apoyada contra la ventanilla y con los ojos cerrados.
¿Por qué me resultaba tan familiar?
Llevaba una gorra verde y el cabello largo; el rostro no