Ser digital. Manuel Ruiz del Corral

Ser digital - Manuel Ruiz del Corral


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al maltrato sin remordimientos. También podremos sentir un potente rechazo visceral cuando las máquinas tengan una apariencia humana aparentemente perfecta que nos provoque la respuesta de empatía, pero cuyas imperfecciones de diseño (expresiones faciales no suficientemente naturales, lenguaje no fluido, etc.) desencadenen a su vez la respuesta contraria, la de ansiedad frente a seres no semejantes o biológicamente amenazadores(R). Pero también podremos desarrollar sentimientos de apego en el caso de que la inteligencia artificial esté perfectamente diseñada para cubrir nuestras necesidades emocionales, lo cual no implica que esta sea corpórea y humana.

      En la bellísima, aunque algo indigesta, película Her(R), el solitario Theodore se enamora del sistema operativo de su ordenador, una versión de inteligencia artificial capaz de dialogar con él a través de una sensual voz femenina de nombre Samantha. Durante el desarrollo del filme se construyen y deconstruyen con una sutileza excepcional las finas líneas de la ética del amor, confrontándolas con la soledad, el aislamiento y la dependencia emocional. Samantha, de forma incondicional e inmediata, siempre estaba disponible para Theodore, detectando sus inquietudes, comprendiendo perfectamente sus emociones, y anticipándose a sus deseos en cualquier momento y lugar. ¿Acaso no son estas las aspiraciones del amor en nuestra sociedad?

      Theodore se hizo la misma pregunta y decidió comprometerse con su ordenador y hacer una vida común con él. Un brillante acierto del filme es eliminar la componente física –que no sexual– y que aún así el espectador no pueda evitar ser arrastrado por los sentimientos del protagonista. Su amor es tan real como otro cualquiera. Más fuerte todavía. ¿Qué es el amor, a fin de cuentas, si no lo que sentimos dentro de nosotros? ¿No es también lo que decidimos, a lo que nos comprometemos? Pero, ¿cuál es la frontera que separa la emoción de la decisión, la decisión de nuestro condicionamiento? Son debates en los que siempre nos hemos visto inmersos como seres humanos pero en los que, tarde o temprano, tendremos que incorporar a nuestros nuevos compañeros de viaje.

      Si perfeccionamos la humanización de la inteligencia artificial para hacerla más atractiva y comercial y, en general, si diseñamos la tecnología de forma que la comodidad, la inmediatez y la personalización que nos aporta venzan a la necesidad de relacionarnos los unos con los otros de forma profunda y genuina, nos enfrentaremos a un verdadero reto como especie.

      Algo para lo que nuestros cinco millones de años de evolución no nos han preparado. Tendremos que hacer frente entonces a las posibles disfunciones psicofisiológicas que genere el vínculo emocional, inevitable, de cada persona con sus objetos inteligentes y, por supuesto, a sus consecuencias éticas.

      I

      Realidades paralelas y narcóticos virtuales

      La ensoñación que nos crea vivir experiencias sensoriales más allá de los límites y condicionantes de lo humano ha tenido muchas expresiones a lo largo de la Historia. También en nuestros días, en los que la promesa de la realidad virtual sobrevuela nuestro inconsciente colectivo como la expresión definitiva de la industria del ocio, que nos brinda la posibilidad de someternos a inmersiones y excitantes experiencias en un entorno seguro y controlado, sin movernos del salón de casa.

      El objetivo de esta tecnología es recrear la sensación de presencia física en otros lugares, reales imaginarios, mediante la estimulación controlada de nuestros sentidos. Estas recreaciones deben ser fieles al mundo real para ser percibidas como vitales, lo cual implica tanto la estimulación visual como la acústica, olfativa, térmica o de presión. Estas experiencias inmersivas completas distan bastante de las experiencias visuales tridimensionales derivadas del uso de pantallas o cascos, a las que aún asociamos el concepto de realidad virtual.

      En cualquier caso, los beneficios de la aplicación de esta tecnología a la ciencia y a la industria son evidentes: desde recrear escenarios para la cura de fobias, hasta simular aterrizajes de riesgo o delicadas operaciones quirúrgicas. Sin embargo, su implantación en lo cotidiano plantea aún importantes dudas por el elevado coste que existe para su comercialización universal, así como por el elevado coste de fabricación de los correspondientes dispositivos y aplicaciones. Para crear una experiencia totalmente inmersiva es imprescindible aunar imagen y sonido con la posición y el movimiento del usuario, y reforzarlo con estímulos adicionales tales como la fuerza, la temperatura o el olor artificial. Esto implica instalar un gran número de sensores que están fuera de las capacidades de los habituales equipos domésticos. Recrear un mundo virtual de forma completa, por tanto, requiere espacio y tiempo reales, y sobre todo, de un importante esfuerzo económico por parte de ambas partes.

      A pesar de ello, las inversiones millonarias en esta tecnología no cesan, y poco a poco llegan al mercado dispositivos prometedores. En 2016 ya era posible introducir el teléfono móvil en una caja de cartón(R) y generar una experiencia pseudoinmersiva por poco más de lo que cuesta un almuerzo para dos personas, solución rudimentaria que incluye aplicaciones que tan solo coquetean con nuestra curiosidad, pero que ya disponen de más de cinco millones de usuarios en todo el mundo. Por su parte, algunos cascos de realidad virtual de nueva generación empiezan a ser asequibles para las rentas medias(R), y los analistas vaticinan un despliegue destacable de los mismos en los próximos diez años.

      Aquellos que cuestionan o rechazan la expansión de la realidad virtual lo hacen motivados por su fuerte intrusión en lo sensorial y por los nocivos efectos físicos y psicológicos que generaría una continuada exposición a la misma. Si los mundos y las emociones virtuales son más atractivos e inmediatos que los reales, si podemos estimular nuestros sentidos de forma completa, simulando además una vida excitante, menos esforzada y perfecta, ¿por qué dedicar tiempo a vivir en la realidad física?

      Sin embargo, a pesar de la viralidad que han tenido algunas aplicaciones capaces de recrear mundos virtuales o aumentados(R), su interés ha parecido desvanecerse al poco tiempo de explotar. Ya pasó en los años noventa con las primeras experiencias inmersivas en el cine, y también en la primera década del siglo XXI, con el surgimiento del cine en tres dimensiones, o videojuegos como Second Life o The Sims(R), que pasaron en poco tiempo de contar con el entusiasmo general a ser entretenimiento de minorías. Quizá la realidad virtual es demasiado evidente y colisiona, tarde o temprano, con nuestra mente consciente. Quizá la imperfecta ensoñación que nos crean nos acabe saturando a posteriori. Quizá, sencillamente, la tecnología no tenga el retorno a la inversión necesario para que la implantación sea rápida y el mercado ofrezca soluciones ingeniosas, universales y competitivas.

      Sea como fuere, la implantación de la realidad virtual en el ocio cotidiano siempre estará vinculada a la búsqueda de una experiencia sensorial que en última instancia supone un aislamiento de la realidad física al capturar nuestros sentidos y nuestra atención.

      Hoy en día no necesitamos cascos ni sensores tridimensionales para vivir una experiencia totalmente inmersiva, sino que lo podemos conseguir de una forma mucho más económica. Basta con observar a nuestro alrededor, a golpe de smartphone, la revolución silenciosa de los nuevos narcóticos digitales, auténticas drogas de diseño virtual para algunos cuya atención y conducta devoran y que sustentan su ética en la ineludibilidad de las nuevas formas de comunicación.

      Ante una era de contrastes

      Captura masiva de datos, modelos predictivos, inteligencia artificial, realidad virtual, hiperconexión de los objetos, hiperconexión de las personas. Robots terapeutas, coches sin conductor, impresión de objetos tridimiensionales(R), máquinas que conciben máquinas.

      El horizonte de la cuarta revolución industrial es apasionante para la ciencia y para la sociedad pero, como toda gran revolución, acusará extremos contrastes.

      En la Inglaterra de 1811, los artesanos solían agruparse a las afueras de las grandes ciudades, y casi siempre lo hacían de noche y ocultos en los páramos. La incorporación de las primeras máquinas en la industria textil y agrícola les hizo encabezar el movimiento ludita, una agitación violenta que destruyó múltiple maquinaria y provocó enfrentamientos con el Ejército. Entonces, como hoy, la sociedad y los mercados se enfrentaban a un profundo cambio en sus reglas y concepciones, en lo que fue la primera revolución industrial(R). En 1996, más de un siglo y medio después y en los albores de la tercera revolución, la detención de Ted Kaczynski,


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