Faustófeles. José Ricardo Chaves

Faustófeles - José Ricardo Chaves


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del díptico Zulay y Yontá; de Krishnamurti recorriendo esa misma casa que él ahora recorre. Fausto respira un aire antiguo, una atmósfera cargada de misterios, de sombras y de súbitas iluminaciones: el aire espeso de la tradición ocultista.

      —Una tacita de té –dice doña Carmila mientras la extiende humeante al joven. Fausto se siente sorprendido en sus ensoñaciones, le parece que la mujer se ha materializado repentinamente como uno de los Mahatmas tibetanos de Madame Blavatsky.

      —Sí, gracias. No la oí acercarse.

      —Qué raro. Con estos viejos pisos de madera que suenan tanto... Seguramente estaba ido en las fotos de la pared. Qué linda esa fotografía, ¿no le parece? Mire, ese señor que ve en esta esquina es don Julio Acosta, el expresidente teósofo que ayudó a botar a Tinoco, el militar usurpador (aquí entre nos, qué esposo el que se fue a buscar doña Mimita, todo un hombre de mano dura, con gustos espiritistas; doña Mimita no tanto, ella siempre fiel a la logia, aunque con sus desviaciones espíritas), y esta señora de acá es la niña de Mezerville, tan buena educadora..., don Mariano Coronado, el psicólogo, y acá está don Pepe Acuña, el poeta y gurú que vive retirado pero no aislado en su casa de Curridabat.

      La mujer continuó dando nombres de personas que suponía que él debería conocer. Fausto miraba los rostros diluidos por el tiempo mientras sorbía un poco de té. A su lado, la faz empolvada de Carmila continuaba con su letanía de nombres muertos, verdadera retahíla necronomicónica de hombres y mujeres ya idos del San José tinoquista de 1917 y de después y que sin embargo seguían vivos en las palabras, en las fotografías y en los recuerdos de la polvosa Carmila. En el corredor teosófico, las palabras se perdían en el aire igual que el humo del té, frente a las viejas imágenes.

      La Estrella de David

      Después de la reunión formal, los miembros de la logia cambiaron de salón. Se trasladaron a uno más pequeño que servía de comedor durante festividades como el Día del Loto Blanco, el 8 de mayo, fecha de la desencarnación de Madame Blavatsky, o el día de Annie esant, el 17 de febrero, la misma fecha de la quema de Giordano Bruno (una de las encarnaciones anteriores –según se decía entre clarividentes corrillos teosóficos– de la señora Besant). Pero lo que esa noche se celebraba era el primer aniversario de Fausto en la logia.

      Lo acompañaba la tía Herminia quien, entre sorbo de té y mordisquito de galleta integral, no dejaba de decir que su sobrino tenía un cuerpo joven pero un alma antigua. “Sin duda su buen karma lo ha traído a esta logia para que continúe su sendero evolutivo empezado en vidas pasadas. Es realmente un privilegio comenzar desde joven el estudio y la meditación ocultistas”.

      —En el esoterismo no hay privilegios, mi querida Herminia –intervino tajante Eulogia–. Si Fausto está aquí se debe, como bien lo dijiste, a su propio karma, al fruto de sus acciones pasadas.

      —Sí, claro –contestó sumisa Herminia, y sonrió ocultando su molestia por el tono autoritario de Eulogia. Además, lo dicho por la elegante teósofa le quitaba la posibilidad de ufanarse de haber sido ella –Herminia– la que trajera al joven a la logia.

      Desde las primeras noches Fausto había demostrado un gran entusiasmo y una gran desenvoltura en los diálogos de logia que no habían pasado inadvertidos a otros miembros más antiguos. Las visitas del joven a la biblioteca, sus conversaciones con viejos teósofos, su facilidad de palabra que lo hacía un buen candidato a orador, fueron otros aspectos que entraron en su consideración, especialmente en la de Eulogia Montealegre, influyente miembro en el intríngulis teosófico.

      En un ambiente en donde la edad promedio era de cincuenta y cinco años, la frescura y el talento del joven Fausto no podían dejarse de notar. Eulogia se dio cuenta del potencial del adolescente y desde entonces se convirtió en una especie de hada madrina que progresivamente fue desplazando la influencia de Herminia o, más bien, restringiéndola a los asuntos familiares, ya no a los de autoridad intelectual y mística.

      Después de un rato de departir, se comenzaron a ir los primeros teósofos, no sin antes despedirse cálidamente del benjamín, como gustosos se referían a Fausto. Eulogia llamó aparte al festejado y lo condujo a la biblioteca. Ahí, a solas, sacó de su cartera un estuche que entregó a Fausto. El muchacho lo abrió y descubrió una dorada cadena con una estrella de seis puntas.

      —Una estrella judía –exclamó él.

      —Una estrella teosófica –puntualizó Eulogia.

      Fausto se acordó del sello de la Sociedad Teosófica: una estrella de David encerrada por una serpiente que se muerde la cola y encerrando una cruz egipcia, coronado el astro davidiano por una esvástica y por un monosílabo sánscrito. OOOOOOOMMMMMMMMMMMM...

      El joven se sintió muy emmmmmommmmmcionado por el regalo, al que imaginó cargado de sutiles efluvios. Entonces, mientras le decía “gracias”, abrazó a Eulogia, quien lo retuvo unos instantes sobre su pecho palpitante.

      Lazos kármicos

      Esa mañana Eulogia no tenía ganas de levantarse. Podía percibir el sonido de la lluvia; el día estaría gris, húmedo, frío; invitaba a seguir en la cama, entre sábanas y cobijas tibias. Eulogia aceptó la soporífera invitación de la mañana, dio media vuelta en su amplia cama y durmió una hora más.

      Una pesadilla la despertó y fue entonces cuando decidió levantarse. Se puso su bata de seda, dio unos pasos en su habitación penumbrosa mientras bostezaba perezosamente. Se acercó al secretaire que había sido de su padre, miró la fotografía de su hija y revisó la agenda del día. Bostezó una vez más, ahora de forma más prolongada. “Qué bueno que hoy no tengo que ir al hospital con las Damas Voluntarias. Ultimamente he estado tan metida en sus labores que he descuidado un poco los asuntos de la logia, también a mis amistades. ¡Qué le vamos a hacer! El servicio, la ayuda a los enfermos, olvidarse un poco de una misma y entregarse a los demás. Teosofía práctica. Si no, para qué tanto libro y tanta reunión de logia. Aunque debo reconocer que a veces, en días como hoy... Bueno, a ver, ah, sí, a las cuatro es el té donde Mimí Moncayo... se me había olvidado...”

      Eulogia salió de su ensimismamiento frente al secretaire y se dirigió al tocador y, tras mirarse en el gran espejo, exclamó: –¡Y yo con este pelo! Lo peor de todo es que ya no tengo tiempo para ir al salón de belleza.

      Tras unos instantes, recuperada la compostura, se llevó las manos al rostro, se masajeó circularmente la frente, las mejillas, los párpados. Sintió en las yemas los residuos de la crema nocturna. Inspeccionó su cara para ver el estado de sus arrugas. Un nivel aceptable dada su edad. No pudo evitar un tercer bostezo. Fue al lavabo y se lavó la cara con agua fría. Volvió a la recámara, al tocador y se cepilló. Se acercó al ventanal, entreabrió las cortinas y observó la incesante llovizna que caía sobre el jardín. Sintió un leve escalofrío. Abrió del todo el cortinaje para que ingresara la escasa luz de la mañana. Después fue a la otra ventana y repitió la operación. Se quedó contemplando los árboles de la calle. Vio abrirse la puerta de madera de una cochera y luego salir el carro de un vecino, que se alejó rápidamente por las calles poco transitadas de Los Yoses. La puerta se había vuelto a cerrar. Más allá un adolescente paseaba con su perro bajo la débil lluvia. Entonces Eulogia se acordó de Fausto.

      Desde que lo vio por primera vez en la logia tuvo la corazonada de que se trataba de un muchacho especial. No tanto por el interés mostrado en esos oscuros saberes como por un cierto magnetismo que de él emanaba, algo en su mirada que la remitía no sabía dónde, tampoco cómo ni cuándo. “Será que nos conocimos en una vida pasada y ahora nos reencontramos, algo en su aura me hace guiños, sí, eso debe ser, una encarnación pasada vivida dónde, cuándo, qué nexo tuvimos para que ahora nos hayamos vuelto a encontrar. Porque yo a Fausto lo conozco, sí, sin duda, y aunque me dé un poco de vergüenza yo le voy a preguntar, le sonsacaré a ver qué piensa, qué siente, tal vez sea un sentimiento mutuo; me parece que sí, si hay lazos kármicos él también se dará cuenta, al menos lo intuirá, es un muchacho sensible...”

      La ensoñación de Eulogia fue bruscamente interrumpida por el chirrido de


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