Tareas no hechas. Luis Miguel Rivas
desvirtuar la hegemonía de una mentalidad católica en un mundo político que pugna por ser cada vez más racional y laico.
Todo eso lo recordé frente al rostro sincero y bueno de mi profesor. Con el enredo de sentimientos y los pensamientos, solo alcancé a decirle algunas palabras formales y me despedí. Si se hubiera tratado de un hombre perverso podría haberme enojado, haberlo confrontado en público, hasta haberlo insultado. Pero sentí a un hombre recto que ejercía una idea que él consideraba recta. Tal vez un ser bondadoso que aceptó ciertas prácticas como única salida para enfrentar a unos enemigos que consideraba malvados depredadores del mundo justo que él estaba encargado de proteger.
Luego, tratando de entender un poco me acordé de una película: Sed de mal, en la que Orson Welles interpreta a un viejo policía que busca desintegrar a una banda de criminales, para lo cual (conocedor de la lentitud e ineptitud de la policía oficial) echa mano de prácticas antiéticas y métodos ilegales que le abren un camino expedito a su justicia personal. Una situación típica del cine negro. Y de nosotros.
Como en el cine negro, hay un enemigo malvado al que se debe suprimir a como dé lugar. Parte del encanto que tiene ese género radica en que nos muestra héroes no muy distintos a nosotros mismos (un poco envilecidos para no ser aplastados por un mundo vil), que acaban con el mal principal satisfaciendo nuestros deseos de venganza y confundiendo en un solo sentimiento la revancha y la justicia. Al final caen los criminales: son atrapados o asesinados y el detective sigue su vida. Hay soluciones externas, pero en el orden de cosas y en el interior de los personajes (los criminales y el héroe) nada ha cambiado. Eso es lo que permite que podamos esperar una próxima aventura en la que el detective se enfrentará con otros malhechores. Si en esas historias se suprimiera la corrupción en sus bases, no habría más capítulos, moriría la novela negra, cosa que no queremos quienes disfrutamos del género.
El personaje de Welles concibe la degradación humana como el piso inmodificable desde el cual debemos partir, y por eso no busca “un mundo mejor” ni se atiene a idealismos de ese tipo sino que se propone algo más efectivo y visible: recuperar las condiciones enrarecidas pero estables que existían antes del crimen. Si el personaje se modificara por dentro o modificara su contexto no serían necesarios los redentores individuales y arbitrarios, y tocaría crear otro género narrativo en el que, por ejemplo, una sociedad entera se preocupara por acabar con la corrupción, impulsada por un criterio de justicia y no por una rabia visceral. Algo poco emocionante a primera vista y mucho más complejo que matar o encarcelar a los ladrones de turno.
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