El vínculo que nos une. Hugo Egido Pérez
que pueda llegar a pasar, no creo que sea tan complicado de entender.
–Luis, eso te pasa a ti y a cualquier artista. El conjunto de la obra de un artista nunca resulta homogéneo. Quiero decir, en el propio proceso dinámico de búsqueda entiendo que se producen obras menores y otras que claramente son señaladas como las más representativas del artista, como obras cumbre de su carrera. Supongo que esas serán las que con el tiempo permanezcan en el recuerdo o que de alguna manera «etiqueten» toda tu obra.
Paula se dio cuenta de que su padre había desconectado de la conversación. Estaba otra vez sentado en el sillón de orejas, en la parte baja del salón, junto a los inmensos ventanales. El sol se filtraba a través de las hojas matizadas en mil colores de un liquidámbar, produciendo en esa parte del salón un cierto halo de irrealidad. Resultaba magnético.
Esa actitud taciturna se presentaba cada vez con mayor profusión, como un mal presagio. Paula empezó a temer que la enfermedad que hasta el momento había permanecido adormilada de alguna manera hubiese despertado para devastarlo todo. Pese a las visitas al médico, al ritmo agotador de la agenda personal y laboral que tenía que compaginar cada vez con mayor maestría, al cansancio…, Paula no había podido o no había querido asimilar que su padre realmente tenía Alzheimer y que esa «puta enfermedad», como la denominaba Luis, en un futuro próximo se lo llevaría para siempre.
Y, de repente, una mañana de domingo, luminosa y aparentemente apacible, apareció de improviso.
Ella, la reina de las operaciones financieras internacionales, la mujer astuta y fría que era capaz de dominar y mantener a raya a los competidores más codiciosos del planeta, esa misma mujer, necesitaba ayuda.
Se sentía como un robot que hubiera funcionado toda su vida de la misma forma: orientada a la consecución de objetivos, pero completamente castrada para la gestión de sentimientos. Paula se dio cuenta esa misma mañana de que era torpe gestionando las emociones que le iban aflorando. Posiblemente se estaban materializando en ese mismo instante porque desde la exposición a la enfermedad de su padre el aparente statu quo en el que se había desarrollado su vida se había visto completamente desarbolado. Era incapaz de entender los miles de sentimientos contradictorios que tenía en su cerebro, no podía decodificarlos… Necesitaba ayuda, necesitaba entender.
A Alba Blanco dos cosas le resultaron raras aquella mañana de domingo: la llamada de su sobrina Paula y lo insistente que se puso para que se vieran ese mismo día. Según le adelantó, el martes muy temprano tenía que salir para un viaje de negocios de dos semanas y quería verla antes.
Como es lógico, en un primer momento Alba pensó que algo grave había acontecido con la salud de su hermano, pero Paula la tranquilizó; todo seguía su proceso natural.
Después de acelerar al máximo el final de la comida familiar que tenía programada con su propia familia, quedó con su sobrina en una céntrica cafetería de Madrid.
Ya sentadas a la mesa y una vez que hubo pedido las consumiciones al camarero, le preguntó:
–Tú dirás; me tienes intrigada.
–Tía, ¿tú crees que soy fría, es decir, hermética?
–Desde luego que no te vas por las ramas, eres igualita que tu padre. ¿A qué viene esa pregunta, Paula?
–Tía…, eres lo más cercano a una madre que he conocido y necesito saber qué piensas de mí.
–No digas eso, Paula, tú has tenido una madre. Yo nunca he pretendido…
–No me has entendido; si mi pregunta te ha sonado a algún tipo de reproche por mi parte, nada ha estado más alejado de mi intención. Lo que quiero, lo que necesito, es que me ayudes. Necesito saber qué piensas, ¿entiendes?
–Sí, claro que lo entiendo, pero, no sé, me resulta muy extraño. Nunca hemos tenido este tipo de conversaciones. Ni siquiera cuando ya adolescente venías de los internados en verano para estar conmigo o con tu padre me hacías preguntas de este tipo. Siempre has parecido tan… segura, que por eso me extraña tanto la pregunta.
–Por eso mismo, tía. Tú tienes hijos, ¿no te parece extraño que nunca, nunca hayamos hablado de sentimientos, o no hayas tratado temas personales o íntimos conmigo? Incluso en el periodo más vulnerable de una persona, la adolescencia.
–Sí, claro que lo es, pero ya sabes mi opinión sobre la educación y la gestión de la misma que tu padre ha llevado contigo. Uno de los motivos por los que tu padre y yo hemos podido discutir más a lo largo de los últimos años está relacionado con esto. ¡Qué quieres que te diga; tu padre es como es, no tiene remedio!
–No he venido a hablar de Luis. No me has contestado todavía, tía. Necesito saber tu opinión; es importante para mí.
Alba era perfectamente consciente de que no había contestado a su sobrina. Cogió una de las dos pastas que a modo de obsequio el camarero había dejado en la mesa junto al café y a la infusión que, humeantes, esperaban a ser bebidos. Buscó esos segundos siempre necesarios para poder armar una reflexión coherente ante una pregunta que se le antojaba complicada.
Los ojos inquisitivos y penetrantes de su sobrina estaban clavados en ella, como los de un depredador a punto de atacar a su presa.
–Sí, creo que eres tan fría y egoísta como tu padre.
–Gracias, tía. Sabía que podía confiar en que lo que me dijeses sería la verdad.
–Te quiero y además creo que has podido tener poco margen de elección en ese sentido.
–¿Qué quieres decir?
–Tu madre era un cielo. Un ángel lleno de amor hacia los demás, y sobre todo hacia ti, al que Dios se llevó demasiado pronto. Quiero decir, Paula, que si tu madre hubiera estado aquí con nosotros probablemente la pregunta que me has hecho hoy jamás la habrías tenido que hacer, y por supuesto mi respuesta habría sido otra.
–Nunca he querido saber demasiado sobre ella y pese a eso tengo que reconocerte que no hay un solo día en el que no piense en ella, que no le dedique un pensamiento.
–Tu padre es como un niño vanidoso. Ya desde pequeño lo devoró y acaparó todo, el cariño de tus abuelos, su relación conmigo, su hermana pequeña. Todos al final giramos alrededor del adictivo talento de aquel niño prodigio, adolescente luego y hombre al final, dotado de «ese algo especial». Yo nunca he dejado de quererlo, pese a ser perfectamente consciente de que todo lo que él ama termina marchitándose. Es como una condena, supongo.
Paula, que conocía perfectamente el hecho de que la relación de Luis y su hermana había sido siempre muy complicada, también sabía que Alba era la única persona sobre la Tierra a la que su padre de alguna manera le hacía algo de caso, cuya opinión podía llegar a valorar.
–Estoy mal, tía. No sé, me siento confusa y completamente bloqueada. Estoy perfectamente capacitada para la gestión racional de las cosas; supongo que es como una gimnasia que durante años desarrollas, un tipo de talento, primero como forma de supervivencia y después como habilidad profesional.
–¡Ya era hora! ¿Entonces, sí eres capaz de pedir ayuda? Porque eso es lo que estás haciendo, ¿no?
–Es la primera vez en mi vida que no sé cómo seguir, que soy incapaz de saber cuáles son los siguientes pasos. Tía, estoy pisando un terreno completamente desconocido para mí.
–Paula, como le pasa a tu padre, los sentimientos no son vuestro fuerte. Necesitas entender qué te pasa y para ello necesitas ponerte en manos de un buen profesional.
–¿Un psicólogo?
–No, una filántropa de almas perdidas. ¡Claro que un psicólogo! No hagas caso de los estúpidos prejuicios de tu padre. Nunca ha querido ir a terapia porque sabe que no saldría de ella jamás. En el fondo es como un niño malcriado por todos, cobarde e irresponsable ante las cosas importantes, ante la responsabilidad.
»Paula, si tienes el valor de darte cuenta de que el aparentemente sólido mundo que te habías