El vínculo que nos une. Hugo Egido Pérez

El vínculo que nos une - Hugo Egido Pérez


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todos los estudios de viabilidad y antes de presentarlos al Consejo. Quiero que ella los supervise.

      –Sí, claro, yo me sentiría más tranquilo también. Nadie conoce esos mercados mejor que Paula –dijo Thomas guiñándole un ojo.

      –Pues todo claro. Por mi parte nada más. ¿Quieres decir algo tú, David? –le preguntó Noah a su socio.

      –No, me parece que todo está muy bien atado. No quiero parecer brusco, Paula, pero la verdad es que si hubiésemos tenido que elegir un momento para que desconectases del día a día, este me habría parecido el más propicio. Además, no te vas al Tíbet; puedes contactar regularmente desde la oficina de Madrid y tenemos las nuevas tecnologías. ¡No te vas a librar tan fácilmente de nosotros, jovencita! –y le sonrió.

      Al salir de la sala de reuniones y despedir a Thomas, David y Noah le propusieron a Paula ir a comer al exclusivo club privado al que los dos pertenecían, que estaba en uno de los barrios más pudientes de Londres.

      La comida fue agradable; para Paula resultaba muy novedoso poder compartir experiencias, anécdotas y sentimientos con sus dos jefes fuera de un contexto puramente profesional.

      Al terminar la comida y ya acunada en un sillón de orejas de cuero frente a una imponente chimenea isabelina que parecía haber sido diseñada por el propio Vulcano, Noah, que estaba sentada junto a Paula y a las que solo las separaba una pequeña mesa con cafés y licores, le preguntó:

      –Querida, supongo que habrás pensado qué vas a hacer ahora con tanto tiempo libre. Cuando estás absorbida por este mundo al que pertenecemos, donde cada segundo cuenta, el tiempo libre es un lujo.

      –Sí, es cierto. Cuando los niños eran pequeños y nos íbamos de viaje con ellos unos días durante las vacaciones, no recuerdo ni un solo día en el que pudiese desconectar del trabajo –les reconoció David a las dos–. Supongo que ser un padre ausente tiene su penitencia, y en mi caso así me van las cosas con los chicos.

      Paula y Noah esbozaron una tímida sonrisa para intentar empatizar con el comentario de David.

      –David, les has dado a tus hijos el mejor patrimonio que un padre puede dar, los mejores colegios y la mejor universidad. Además de esto, les has, perdona que matice, les hemos dado varias oportunidades empresariales que han desaprovechado. Son ellos solitos los que se están labrando su propio camino –reconoció Noah sin perder la ocasión de deslizar un comentario con cierto tono de reproche a los dos hijos de David.

      –Sí, tienes razón. Pero ambas tenéis que concederme una cosa: la paternidad te hace terriblemente débil. Ninguna de las dos tenéis hijos, pero os aseguro que cuando los tienes resulta muy complicado poder ser objetivo en casi nada, máxime cuando siempre tienes la mala conciencia de estar dándoles los restos, el tiempo que te queda libre después del trabajo. Mala conciencia se llama –y cogió con elegancia una copa de brandy que se llevó inmediatamente a los labios.

      –Pero no hemos dejado que Paula conteste a mi pregunta. Perdona querida por la falta de tacto –se disculpó Noah.

      Paula, que respiraba aliviada con la perspectiva de que la pregunta que Noah le había realizado se hubiese disipado en la atmósfera algo cargada del salón tras las siguientes confidencias de David, volvió a sentir la presión de tener que dar una respuesta. Sabía que, pese al aparente contexto de relajación, cordialidad y confianza del encuentro, las preguntas de Noah no eran nunca inocentes y obedecían a sus propias motivaciones, a sus propios intereses.

      –Creo que tienes razón; no recuerdo la última vez que tuve que gestionar la perspectiva de tener tanto tiempo libre. Desde que tengo uso de razón siempre he ocupado mi tiempo en cosas que pensaba que me resultarían provechosas. Depender además de la agenda de mi padre, de sus estados de ánimo, me genera cierta incertidumbre. Nunca os he ocultado que la relación con Luis, mi padre, es…, digámoslo así, mejorable.

      –Cuando trabajas tantas horas y durante tanto tiempo con alguien hay cosas que no se preguntan, se dan por sabidas –contestó David para dejar claro que les resultaba del todo obvia la relación de Paula con su padre, o más bien la falta de ella.

      Paula miró fijamente a los penetrantes ojos de Noah que, clavados en ella, seguían esperando una respuesta.

      –Espero aprovechar estas semanas para poder planificar y organizar la vida de mi padre para el inmenso reto que tiene por delante. Poner en orden sus finanzas, elegir a la persona o personas que han de ayudarlo, hablar con mi familia para calibrar hasta qué punto puedo contar con ellos, sobre todo con mi tía Alba, que es la única hermana de mi padre; en fin, organizar lo que está por venir.

      –¿Ella se puede encargar de él? Quiero decir, sabemos que tu padre nunca ha sido fácil de llevar. ¿Tiene tu tía ascendencia sobre él, respeta su opinión? –siguió preguntando Noah.

      –Mi padre no respeta la opinión de casi nadie. Es su hermana pequeña sí, y le tiene cariño, pero el problema es que mi tía tiene su propia familia, marido, hijos y nietos, y no puede encargarse de él –confesó Paula con una sensación un tanto impúdica, ya que era la primera vez que hablaba de temas tan personales con sus dos jefes.

      –Tengo dinero ahorrado y mi padre tiene incluso más que yo. Hace años, cuando empezaba con vosotros invertí parte de sus ahorros en operaciones que resultaron bastante bien. El dinero no es un problema. Quiero, con la información que me faciliten los médicos, contratar personas de confianza que nos ayuden y adecuar esas ayudas a cada fase de la enfermedad.

      Después de terminar de tomar el café y el brandy, los tres se despidieron, ya que Paula, pese a contar con un apartamento en Londres, quería coger un avión y dormir en Madrid. Al día siguiente su padre tenía una serie de pruebas médicas a las que quería acompañarlo.

      ***

      Las dos primeras semanas desde el encuentro en Londres con sus jefes resultaron tan febriles de actividad que a Paula se le pasaron volando.

      Los resultados que fueron recibiendo llenaron a Paula de una indisimulada desesperanza. La enfermedad avanzaba más rápido de lo que los propios especialistas habían podido prever en función de la edad y las distintas pruebas que le habían realizado a Luis con anterioridad.

      Tumbada en la cama de su ático de Madrid y una vez que ya había dejado a su padre en casa, Paula se quedó con la mente en blanco. Le sorprendió la sensación de paz y tranquilidad. Nunca en toda su vida su mente se había quedado en ese estado. Se estremeció porque, lejos de sentir desasosiego al explorar una sensación ignota en ella, le confortaba. Y así permaneció por un tiempo, hasta que la música de Bach que provenía del salón la rescató del limbo.

      Los meses fueron precipitándose en el calendario con una inusitada rapidez, como inexorables testigos de la evolución de la enfermedad.

      Paula consiguió, como hacía siempre que se proponía algo, coordinar las visitas a los médicos y contratar a una enfermera y a un fisioterapeuta especializado para que ayudasen a su padre. Además contaba con la inestimable ayuda de Teresa, que era la empleada de hogar que vivía en la casa. Compaginó con maestría esa otra vida con la suya propia, ya que, pese a no seguir teniendo la misma carga de trabajo que tenía antes de la enfermedad, con el paso de los meses esta se había incrementado obligándola a ir incorporándose e implicarse más en los distintos proyectos que el fondo de inversión manejaba. La profesionalidad y pericia que Thomas Fisher había demostrado habían resultado del todo notables, pero sin Paula en los proyectos los inversores privados e institucionales se sentían más reacios a invertir, algo que tanto Noah como David sabían perfectamente. Paula Blanco liderando una operación era sinónimo de éxito y rentabilidad, y todo el mundillo financiero de La City londinense lo sabía.

      El ritmo de Paula durante esos meses resultó frenético. Viajes, reuniones, médicos. Estar físicamente en un sitio pero con la cabeza en dos o tres a la vez resultaba agotador. Pese a ello, pese al mal humor con el que Luis la recibía después de llegar de algún viaje de negocios, se obligaba a mostrar su mejor disposición, sacando fuerzas de donde no tenía.

      Terminaba las reuniones


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