Otro dios ha muerto. María Casiraghi

Otro dios ha muerto - María Casiraghi


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como todos, pero estaba siempre más arriba. No la conformaban las respuestas fáciles; hablaba con una serenidad contagiosa, aún en los momentos más negros.

      La tía me mostró un dibujo, montañas de bolas rojas, igualitas a las de mis sueños, dispersas por todo un largo campo verde. Me preguntó si las bolas que soñaba eran como las del dibujo y yo le dije que sí, que eran las mismas; ya lo temía, me respondió María.

      -Eso que soñaste, Petrona, son frutas, se llaman manzanas, las teníamos de a miles, allá en el país de los mapuches, a los que vivían allí les decían manzaneros, el gran Lonco Sayhueque era el jefe de todos, un hombre como ninguno, yo estuve con él al final de su camino, cuando, como pasa en tu sueño, las manzanas ya estaban convertidas en piedras.

      Después de un descanso, siguió.

      - Tu sueño nos devuelve un pasado que todavía no está sano, que nos duele a los mapuches. Tu sueño es una pregunta. Para empezar a responderla, tienes que conocer la verdadera historia de tu gente.

      Así empezó mi tía a despertarme, a sacudir mi inocencia, contándome trabajosamente la triste historia de mi familia. Dijo que sabiendo este relato entendería más tarde el de todo el pueblo mapuche.

      “En tiempos antiguos vivían los ancestros en las Tierras de Pran, una región del Neuquén que hoy no existe en los mapas argentinos; de ahí sale el nombre nuestro, que le agregaron una “e” en el registro de las personas, “Prane”. Cuando tu abuelo Eduardo nació, por 1850, vivían ya en Río Negro, ahí en Chinchinales, estábamos emparentados con el lonco Valentín Sayhueque y todas las decisiones las consultábamos con él.

      Para cuando el siglo llegaba a su fin, tu abuelo que ya tenía cuarenta años, fue despedido de su tierra, con su gente, con algunos hijos, hermanos míos, tu papá y yo todavía no éramos nacidos. Fueron tiempos de mucha guerra, dos de nuestros hermanos murieron en mitad de la lucha. Después de merodear sin ruka fija, se fueron a vivir junto a otras tribus, dirigidas por el lonco Francisco Nahuelpan, en las cercanías de Esquel, tu abuelo Eduardo se convirtió en segundo lonco. Al tiempo nomás de llegar hubo un conflicto de fronteras entre Argentina y Chile. Un coronel inglés dirigía el debate, les hizo a todos los caciques del Boquete la pregunta de si querían vivir allí como argentinos o chilenos, y ellos contestaron argentinos. Ya de esto tengo algún recuerdo, tenía tu edad cuando pasó. La pregunta del inglés no tenía razonamiento porque nosotros vivíamos como argentinos desde largo tiempo, así y todo, los mapuches del lado chileno eran hermanos nuestros, no había pelea entre unos y otros. Pero al gobierno no le gustaba unir la palabra indio con la palabra argentino.

      Cuando al fin el inglés tuvo que decidir si la zona de Esquel era para un país o para otro, quedó para la Argentina, gracias, sobre todo, a la respuesta de tu abuelo y de todos los loncos del Boquete; Masía, Basilio, Herrera, Ainqueo, Tucumán, Huichaqueo.

      No tardó el gobierno en premiar a los indios; por un decreto nacional nos dio a todas las familias una parte grande de la Colonia 16 de Octubre, bajo el nombre de la tribu de Francisco Nahuelpan, como tierra definitiva de nosotros. De eso me acuerdo muy bien, nos reunimos todos a celebrar. Primero escuchamos los sabios discursos de los jefes. Decían los viejos que la voz de los mapuches tenía que ser larga, espesa, como esos ecos que viajan desde las rocas hacia el aire, para hacerse oír en todas las distancias. Ser buenos para hablar, manejar las palabras, poder tejer en el otro nuestra manera de pensar, era y sigue siendo, el más alto honor de un mapuche.

      Así, cuando le tocó el turno a tu abuelo, me puse más atenta. Dijo que para celebrar este histórico Non (éxito, para los huincas) había que comprender el significado profundo de esa palabra: “pasar a otra orilla” pues ahora estábamos del otro lado, luego de muchas correntadas.

      -No se pasa a otra orilla sin trabajo-, reflexionó el lonco, invitando a todos a pensar en eso, en lo que el cadau (trabajo) implica para los mapuches.-Es trabajo sólo lo que le cuesta a uno, lo que es difícil, si no presenta dificultad no es trabajo-, repitió y enseguida aclaró: -Pero dificultad no es sufrimiento, nadie debe sufrir cuando trabaja, sólo sufre quien no tiene nada para atravesar en la vida, ese es el verdadero sufrimiento de un hombre.

      Después de los discursos, hicimos una gran fiesta, se bailó, se bebió, alegres estábamos esa noche, parecía que el cielo se nos caía encima, las estrellas estaban pegaditas a nuestras cabezas. Pero el tiempo avanzó, callado como sabe hacerlo solamente el tiempo, y treinta años más tarde a tu abuelo le llegó la hora, con los huesos cansados juntó a los cuatro hijos que quedábamos vivos, y lo nombró a tu padre como el más capacitado para sobrellevar la tribu Prane.

      Recién estaba casado con Margarita que era de Cholila. Tu madre, bien lo sabes, no era enteramente india, era hija de madre blanca y esto al principio le trajo algunos problemas a tu padre. Pero con el tiempo las diferencias dejaron de importar. Cuando se matrimoniaron fueron a vivir con toda su familia al Boquete, los sobrinos, yernos, todos, así nos fuimos haciendo más. Éramos muchos y en sentimiento unidos, con todas las otras familias del Boquete también. La tierra era muy buena, y la vida era feliz, pero según contaba mi padre, la amenaza del huinca era constante, nunca más, después de todo lo sufrido, de la derrota y la entrega de Sayhueque, se podía vivir tranquilo.

      Antes, los mapuches ganábamos todas las batallas, así nomás, con la pura fuerza, con el conocimiento de los antiguos, los huincas tenían armas más poderosas, pero no podían vencernos. Por siglos no pudieron, fue el mismo argentino que al final nos derrotó”.

      Desde la cordillera se levantó un viento helado. La tía dejó de hablar y dijo que era hora de regresar a las rukas. Sin discutir me di vuelta y volví corriendo hasta mi madre. El viento iba en dirección contraria a mi destino, mi corazón latía tan rápido que creía que iba a pararse rendido al final del sendero, era un latido confuso, por una parte triste, por la otra, entusiasmado; así es como uno siente cuando comienza a conocer.

      II

      ¿Qué es desalojo, María? Cada vez que le preguntaba algo, mi finada tía dejaba lo que estaba haciendo y me levantaba del suelo como quien va a abrazar a alguien, pero no me abrazaba, sólo me tenía en sus brazos, me ponía alta para poder verme la mirada, para que yo se la vea cuando me explicaba. Siempre hacía la misma cosa, era como un secreto entre nosotras, cuando encontraba algo que me daba vueltas adentro, que no podía entender sola, cruzaba el río hasta la tía y buscaba en ella las respuestas a todas mis preguntas, no importaba mi edad, ella siempre contestaba.

      Desde muy chica había oído a los mapuches usar esa palabra huinca sin entender nunca lo que hablaban. Me daba cuenta que no la decían todos de la misma manera, que se escuchaba diferente según quien la nombrara; bronca, pena, desesperanza, cada quien cargaba una cosa distinta en su voz cuando decía la palabra desalojo.

      Una mañana acompañé a mi tía a buscar yuyos en los sitios sin nieve, para curar la fiebre de Margarita. Tenía puestos mis pantalones de cuero de chivo que ella me había hecho con el permiso de papá porque no era de mujer usar pantalones, pero a mí me gustaban porque daban más calor que las polleras. Arriba estaba cubierta con un rebozo tejido que había sido de mi finada hermana Juanita. Tenía los colores de la cordillera en otoño, y se sentía que uno andaba con una oveja sobre la espalda de lo caliente que era.

      La tía sabía que después de mi primera pregunta, nunca más dejaría de averiguar. Cuando esta vez le dije ¿Qué es desalojo, María?, me levantó del suelo, y no me tuvo nomás en sus brazos, como las otras veces, me abrazó como lo hace una madre y dijo:

      “Fue hace muchos años, después de una gran agua. El mar se salía, se desbordaban los ríos y toda la tierra se cubrió de lluvia.El Ten Ten aconsejó a los mapuches que subieran a un cerro cuando las aguas empezaron a llegar. Para protegerse se ponían cantaritos en la cabeza. Muchos no pudieron subir y murieron transformándose en peces. Llovió más de tres meses sin parar. Murieron los animales y todas las casas fueron llevadas por el agua. Los mapuches del cerro hicieron sacrificios y pidieron a Ngenechen que no lloviera más. Debe haberlos oído nuestro dios porque el agua se calmó, un poco volvió para los ríos y otra parte fue al mar. Los que se salvaron bajaron del cerro y poblaron la tierra. Así nacieron


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