Otro dios ha muerto. María Casiraghi

Otro dios ha muerto - María Casiraghi


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y se friegan los hombros y los brazos para entrar en calor. En estas lejanías, cada una de ellas se construye como una arquitectura dolorida. Aquí, ni la intemperie les pertenece. Pienso en esta plaza como un campo de concentración de sus tristezas. Al mirarlas, trato de imaginar sus casas natales, sus pequeñas nostalgias cotidianas, los hijos que han dejado atrás. Mujeres condenadas a hacer jugar y a no poder jugar nunca.

      Al azar, otra vez, cambio de lectura, ahora son textos de Perito Moreno. En el sur leí muchas cartas que intercambiaba con los caciques, en especial con Sayhueque, parecía que se entendían muy bien. Era el padrino de un hijo de Sayhueque y se llamaban compadres.Se respetaban el uno al otro. Sin embargo, después de todo lo leído me pregunto: ¿acaso Perito Moreno no colaboró para que Sayhueque se vea obligado a entregarse? Jorge decía que habían existido dos Perito Moreno, el joven idealista, y el viejo desilusionado de la realidad que él mismo había ayudado a forjar. Transcribo para el capítulo histórico de mi tesis esta crítica de Perito Moreno a la Campaña del Desierto:

      “Treinta y cuatro años han transcurrido desde que el cacique Ñancucheo desapareció defendiendo el suelo en que nació, desde que con medios violentos, innecesarios, quedó destruida una raza viril y utilizable, y desde esa fecha, aún cuando ya hay en la región florecientes pueblos y la cruza en parte el riel, estorban su progreso concesiones de tierra otorgadas, a granel, a potentados de la Bolsa, una vez que la frontera avanzó, lo que hace que decenas de leguas estén en favor de un solo afortunado. (…)

      Leyendo, he perdido la noción del tiempo. Cuando vuelvo en mí es de noche, tengo que regresar a la casa. Pero necesito caminar, alejarme de esta ciudad, aún estando dentro de ella. Al tiempo de andar sin rumbo, las calles se vacían, ya estoy demasiado lejos como para volver a pie. Apuro el paso para tomar el último subte. Una vez adentro, me extiendo en una butaca, agotada.

      Al final del trayecto me despierta un hombre mayor.

      -¿Dónde estamos?-pregunto.

      - Bajo tierra -responde.

      -Tengo que subir- explico.

      -Sus cosas- me dice, sin mirar atrás.

      Tomo los libros que estaban desparramados en los asientos y sigo al hombre hasta la boca del subte.Con el aire frío de la medianoche me viene una inesperada desolación por la ausencia de mi padre.

      Petrona me dijo un día que ella hablaba con sus antepasados. Yo respondí:

      -Después de la muerte hay muerte, mi padre es polvo.

      Siguió tejiendo silenciosa, como si no hubiese oído, pero nada se le escapaba, nunca. A mitad de la noche, dijo:

      -¿Todavía piensas en él? Entonces, tu padre existe. Tú también eres tu padre.

      Cuando abro los ojos, es mediodía. Otra vez me levanto para trabajar en mi tesis. Me dispongo a ordenar mis papeles de trabajo. Mi cuarto parece una biblioteca y al mismo tiempo mi casa. En la mesa, mi diccionario etimológico español está abierto en la letra “f”, sobre una bandeja llena de migas de pan. Me acerco y releo: “familia”, del latín famulus: esclavo, criado. Para la cultura grecorromana, familia es el “conjunto de los esclavos y criados de una persona”. Releo esta definición en voz alta, irónica, como si estuviera dando una clase de filología.

      Hace tanto tiempo que no salgo, que no hablo con nadie. Siempre que veo a mi familia o a mis amigas, tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo. No es culpa de ellos, ni siquiera mía, pero la realidad es que cada día que paso acá es como una hora en la Patagonia. No puedo explicarme por qué, estando allí me parecía que todo tenía sentido, aún si pasase el día entero mirando un mismo cerro o dando vueltas en el monótono pueblo de Pico Truncado.

      Sobre mi escritorio hay una carta. Leo el remitente: “Petrona Prane”. Es la primera carta suya que recibo. Lamenta que no haya vuelto y me invita al próximo camaruco, a comienzos de la primavera. Faltan solo diez días, pienso, y no tengo plata para el pasaje.

      Comienzo a trabajar hurgando en dos diccionarios etimológicos, uno de mapudungun de Erize y otro español de Corominas. Empiezo indagando las palabras claves: tejido, telar, tejer, y sus derivados.

      Busco primero la etimología de la palabra tela en el diccionario español. Sus variantes me recuerdan su relación con la palabra telaraña, y por supuesto con esta cósmica criatura tejedora, la misma a la que se refería Petrona cuando tejía; así como texto y textil derivan del latín “texere”, que es tejer, en este texto está el tejido de la memoria de los mapuches. El termino español telar, o tela, ya no ofrece más secretos, pero el mapuche parece inacabable. Jorge me explicó que mapudungun significa “habla de la tierra”, es una lengua infinita, cuyas palabras se abren, permanentemente, a significados múltiples.

      Tomo mi cuaderno de apuntes del sur para recordar el mito mapuche sobre el witral, o telar.Leo:

      “En el mito cosmogónico mapuche, la Lalen Kuzé (araña madre) es la primera tejedora. Ella le enseñó a tejer a Ulche Domo que es la figura femenina mítica del origen, que a su vez le enseñó a las primeras mujeres mapuches. El telar reúne en sí mismo toda la cosmovisión y sabiduría de este pueblo.”

      De pronto, un grito interrumpe mi lectura. Es mamá, que me llama sobresaltada desde el comedor. Ella, que nunca ve televisión, está pegada a la pantalla junto a Belén, mi hermana mayor.

      Veo lo que están mirando. Las torres gemelas de Nueva York arden, estalladas por aviones suicidas. Me siento al lado de mi madre y le aprieto la mano. Juntas miramos, una y otra vez, la imagen que los medios repiten hasta volverla real. El fuego, hipnótico, nos enmudece. Un humo negro cubre la ciudad, la pantalla, y la sala. Ante el espanto y la alarma del presente, de la destrucción de una civilización soberbia en el símbolo de esas torres, se me sobreimprime la escena de las aldeas incendiadas de los mapuches. El pavor de la familia de Petrona al ver sus casas arder, y dentro a aquellos seres queridos que no quisieron dejar su lugar. El mismo caos en distintas proporciones para el mismo dolor individual, la misma injuria de un pueblo hacia otro pueblo.

      Salgo al jardín, mi sobrina Celeste está allí, sola, tiene una rama angosta en la mano y juega a mojarla en un charco. Luego, con la punta húmeda traza dibujos sobre una columna de hierro rojo que sostiene el techo de la galería.

      Mirá - me dice, señalando el dibujo de una bicicleta en la columna.

      -Qué lindo- respondo.

      -No -insiste-. Mirá lo que pasa ahora.

      Veo entonces cómo desaparece la figura de la bicicleta súbitamente secada por el sol. Mi sobrina moja la punta, una y otra vez, haciendo un dibujo nuevo cada vez; un caballo, un pájaro, una mariposa, nacen para dejarse morir en un instante, por obra del sol. Podría pasar horas mirando estos dibujos aparecer y desaparecer como secretos de otro mundo. Pero a mi hermana se le ha acabado el tiempo.

      - Nos vamos, le dice a Celeste. -Tenés que estudiar.

      Y yo las veo partir, de espaldas, de la mano, y desaparecer en segundos, como caballos, pájaros, mariposas; y detrás, el sol, también se va, dejándome sola en la penumbra.

      Equivocada, llego a la iglesia antes de tiempo para el bautismo del hijo de Mercedes. Me pidió que yo fuera la madrina y quise ser puntual.

      Hay sólo diez personas adentro, todas mujeres, la mayoría ancianas, arrodilladas en los reclinatorios de madera. Está terminando la misa matinal.

      Siempre me llamó la atención la mayoría femenina en las iglesias del mundo. Me crié en un colegio religioso, todas mis amigas fueron educadas en el catolicismo, así y todo, casi todos nuestros padres son ateos o al menos no practican, mientras que las madres siguen ciegamente los preceptos y dogmas de la iglesia. Son las mujeres las células reproductoras de la política clerical.

      Más tarde, las viejas se van y llega mi familia y las otras familias. Se celebran tres bautismos simultáneos. Empiezan por el más pequeño, su madrina se adelanta para sostenerlo mientras el cura lo moja con agua bendita; como todos los bautizados, llora. Los otros niños se contagian. De pronto,


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