Nakerland. Maite Ruiz Ocaña
de la mesa para ir a su cuarto, escaleras arriba.
—¡Ven a sentarte a la mesa inmediatamente, Sarah! —dijo Alfred enfadado.
Pero Sarah hizo caso omiso y siguió su camino escaleras arriba.
Lo dieron por imposible. Igual que Sarah, que decidió empezar a hacer su mochila, no fuesen a dejarla ir de viaje sin sus cosas, ¡capaces eran!
Los tres, resignados, comenzaron a cenar sin la compañía de Sarah, que pasaría hambre aquella noche.
Cuando ya estaban terminando el postre, Sack pidió ansioso a su padre que le explicase la ruta de la excursión que había planificado para aquellas vacaciones de verano.
Alfred se levantó para coger su libreta de encima de la mesa de la entrada y volvió con ella para enseñarles lo que había planeado. Extendió un plano encima de la mesa, que comenzaron a observar escuchando atentamente las explicaciones y observaciones que les iba dando. Sack y Mariah se levantaron y se colocaron cerca de Alfred, inclinando sus cuerpos hacia delante para poder observar mejor el mapa.
—Mirad, saldremos desde este punto mañana. Recorreremos todo este camino, hasta aquí —iba diciendo Alfred, señalando con el dedo en el mapa el recorrido que había pensado—. Pararemos a dormir en este camping y al día siguiente haremos este otro recorrido. Como es más largo nos tocará quedarnos a dormir a mitad de camino, en este valle. Probablemente nos encontremos con más gente, ya sabéis que me gusta hacer rutas algo frecuentadas, por si necesitamos ayuda, aunque llevemos los walkies sincronizados con los guardas forestales. Mirad, esto lo veremos el tercer día, es la catarata del Ángel, tengo aquí una foto. —Y sacó una foto de su cuaderno de viaje. Era espectacular y muy alta. El vapor que se generaba por la condensación del agua al caer y chocar con la parte de abajo producía una imagen que parecía la de unas alas, por eso probablemente habían decidido ponerle ese nombre—. Aquí, desde este punto el paisaje es espectacular, se ven kilómetros de bosque, incluso se alcanza a ver la ciudad.
Alfred se pasó un buen rato contando a su mujer y su hijo cuál sería el recorrido que harían en esos cinco días de excursión, mientras ellos observaban atentos sus explicaciones. Este año las vacaciones eran muy cortas; el padre de Sack tenía que volver pronto a la fábrica por la cantidad de trabajo que tenían, y además Sarah había suspendido otra vez varias asignaturas y debía empezar a estudiar pronto para los exámenes de recuperación.
Pero a Sack no le importaba, se conformaba con cinco días con su familia y viendo lugares tan impresionantes como los que iban a conocer.
—Bueno, a la cama todos que mañana hay que levantarse muy temprano —dijo Alfred recogiendo las cosas de la mesa y volviendo a guardarlas en su libreta.
—Id subiendo vosotros, yo ahora mismo voy. Recojo esto y subo. —Mariah prefería dejar todo ordenado para no tener que hacerlo al día siguiente con las prisas.
—¡Buenas noches, mamá! —dijo Sack desde la escalera a su madre.
—¡Buenas noches, cariño!, ¡que descanses!
Sack se quedó dormido imaginando los espectaculares paisajes que verían en su viaje.
n
El despertador sonó con fuerza, su sonido voló rápido colándose en cada una de las estancias y rincones de la casa de la familia Williams. Todos dormían profundamente pero rápido despertaron de sus sueños y comenzaron un nuevo día. Un día especial, porque empezaban sus deseadas vacaciones. Aunque no para todos. Sarah, al abrir sus ojos y recordar lo que le esperaba, se dio la vuelta en la cama, se colocó boca abajo y tapó su cabeza con la almohada con fuerza, para poder escapar de la realidad, o por lo menos intentarlo.
En la habitación de al lado dormía Sack, que al contrario que su hermana se levantó de un salto de la cama dispuesto a comenzar sus fantásticas vacaciones en familia.
Bajó rápidamente las escaleras de la casa para ir a la cocina a desayunar. Allí se encontró con su madre, que estaba preparando el desayuno. Sack pudo escuchar su estómago rugiendo, ¡tenía mucha hambre!
—¡Buenos días, hijo!, ¿cómo has dormido? —preguntó Maríah mientras le daba la vuelta a unas tortitas que se estaban haciendo en la sartén. Olían tan bien que a Sack se le hizo la boca agua.
—¡Buenos días mamá!, bien. ¡Qué hambre tengo! —Sack se sirvió un vaso de leche mientras su madre volcaba en el plato la última tortita que había preparado.
—¡Buenos días a todos! Mmmm, ¡qué bien huelen esas tortitas! —dijo Alfred mientras se sentaba a la mesa y alcanzaba a coger una, para untarla de mantequilla y mermelada.
—¡Sarah!, baja, cariño, que ya estamos todos desayunando, que tenemos que prepararnos y salir cuanto antes. Vamos, cariño —llamó Mariah a su hija.
Sarah la escuchó desde su cuarto, a pesar de intentar apretar con todas sus fuerzas la almohada contra sus orejas. Resignada, decidió bajar a desayunar. Apartó la almohada dejándola a un lado, se incorporó y sacó las piernas por uno de los lados de la cama, quedándose sentada un momento. En verdad tenía hambre, lo que no tenía era ningunas ganas de ir con su familia de vacaciones, pero ya había intentado de todas las maneras posibles escaquearse, aunque no lo había logrado.
Juntó su pelo con las dos manos haciéndose una cola de caballo y comenzó a descender las escaleras mientras bostezaba.
—Ya estoy aquí, ¡vale! —contestó Sarah al llamamiento de su madre con voz de resignación.
Se sentó a la mesa junto al resto, con desgana, y comenzó a desayunar.
Pronto terminaron el desayuno y se pusieron manos a la obra para organizar su partida.
Cuando todo estuvo preparado, las mochilas dentro del coche, la casa recogida y todos vestidos, Alfred echó un último vistazo para comprobar que todo quedaba bien cerrado y salió, cerrando la puerta con varios giros de la llave.
Se subió al coche, miró hacia atrás para comprobar que estaban subidos sus dos hijos, les dedicó una amplia sonrisa y arrancó, dando marcha atrás para sacarlo del aparcamiento de la casa.
Comenzaron a alejarse de su hogar. A ambos lados de la calle se podían contemplar casas majestuosas, todas arquitectónicamente diferentes, que llenaban de armonía el barrio residencial. Sarah se giró para mirar a través del cristal trasero del coche, tenía una sensación extraña. Sentía como si no fuese a ver su casa durante una larga temporada. Se quedó unos instantes pensativa pero agitó la cabeza quitándose esa idea de la mente. «Odio estas vacaciones», pensó. Y volvió a sentarse de frente.
n
El viaje se hizo algo largo. Pararon en varias ocasiones para descansar y estirar las piernas. Pero por fin comenzaron a vislumbrar a lo lejos las Dream Mountains, las Montañas de los Sueños, así las conocía la gente comúnmente en todo el mundo.
Al cabo de unos kilómetros llegaron a la entrada del parque forestal, donde un guarda muy amable les saludó y les dio la bienvenida, les entregó un plano del lugar y una hoja con las recomendaciones y prohibiciones que tenía el parque.
—Tengan cuidado por la noche con los animales. No dejen comida fuera porque pueden correr el riesgo de que algún jabalí, o incluso algún oso, atraídos por el olor, se acerquen a su campamento —dijo el guarda con una sonrisa en la boca, sabiendo que los animales del parque eran lo suficientemente miedosos para no acercarse, aunque en los últimos años, al haberse acostumbrado a la presencia de los seres humanos, se habían acercado en alguna ocasión a algún campamento, asustando a los visitantes, por lo que se sentía obligado a advertir a todos los que acudían al parque del riesgo que corrían si dejaban comida a la vista y al olfato de los animales—. También quería recordarles que todas las zonas de acampada tienen sus cubos de residuos donde deben depositar toda la basura que generen —advirtió el guarda, ahora más serio. Últimamente se habían encontrado con muchos problemas con respecto la basura. Sobre todo por parte de jóvenes visitantes que, inconscientes del daño que causaban algunos residuos en