El santo amigo. Teófilo Viñas Román
2. JERÓNIMO. «UN AMIGO MUY ESPECIAL»
3. OTROS AMIGOS EPISTOLARES: OBISPOS, SACERDOTES, MONJES Y LAICOS
4. LAS MUJERES EN EL EPISTOLARIO DE SAN AGUSTÍN
PRESENTACIÓN
LA VIDA DE SAN AGUSTÍN PUEDE SER INTERPRETADA, sin duda, en clave de amistad. Es cierto que la vida de una persona, en general, solo tiene interpretación cabal a la luz de una serie de coordenadas que van de lo inconsciente a lo hereditario, y desde las tendencias naturales hasta el ambiente y los acontecimientos en que ella vive inmersa; tampoco se puede olvidar la educación recibida. Sin embargo, hay personas cuyas vidas pueden explicarse sobradamente desde una sola coordenada vital, un solo acontecimiento del que ha sido testigo o un solo rasgo del propio carácter, que ha llegado a ser eje central de su existencia.
Creo que este, justamente, es el caso de la amistad en el personaje, protagonista de este estudio: Agustín de Tagaste, obispo de Hipona. La amistad, por sí sola, puede explicar, efectivamente, un mucho, sino todo lo que hizo y vivió aquel hombre extraordinario. Y es que la persistencia y los términos con que nos habla de la amistad a lo largo de toda su extensa obra, junto con sus numerosísimos momentos vivenciales de la misma, reproducidos con tanta vehemencia y calor, hablando o escribiendo, nos pueden autorizar a considerarla como la clave hermenéutica primera de su existencia.
El presente trabajo tendrá dos partes: en la Primera, titulada Teoría y vivencia de la amistad en san Agustín, se recordará inicialmente cómo entendía, o mejor, cómo definía y vivía él la amistad. Aquí podremos ver que, casi siempre, se servirá de las fórmulas acuñadas por los filósofos griegos y romanos, unas fórmulas que, tanto antes como después de su conversión, le llevaban a una intensa vivencia en su relación amistosa. Después de su conversión nos dirá que la verdadera (=plena) amistad solo existe entre quienes la viven como un regalo del Dios-Amigo, sin que deje de ser, al mismo tiempo, tarea personal.
Añadamos que la amistad anterior a su conversión o era incompleta (aunque valiosa) o incluso inimica (enemiga, dañina). Y es que el Agustín convertido solo considerará verdadera (=plena) la amistad que se viva entre los creyentes cristianos. Para comprobar todo esto, lo acompañaremos inicialmente en su itinerario histórico-amical que va desde su niñez hasta su consagración sacerdotal en el año 391. La fuente principal de información se encuentra, sobre todo, en el libro de las Confesiones y en algunas de sus primeras Epístolas.
La Segunda Parte de este trabajo lleva por título La amistad y los amigos en las Cartas. En ella veremos cómo vive el Santo esa amistad con sus amigos, tanto cercanos como lejanos, a partir del año 388, fecha en que daba inicio a su experiencia monástica en el monasterio de Tagaste, para continuar después con aquellos otros amigos que aparecen, como tales, en su correspondencia epistolar. Téngase muy en cuenta que ahora las fórmulas clásicas definidoras de la amistad, aceptadas por Agustín, ya habían cobrado plenitud, tras pasar por el tamiz evangélico del amaos unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12).
Vivir esto no es privilegio de solos los amigos que se conocen y viven juntos, sino también de aquellos que, sin conocerse personalmente, han pasado a ser amigos a través de la correspondencia epistolar; todos ellos tienen cabida en la Segunda Parte del estudio. Hay que añadir, además, que Agustín mantiene cierta relación amistosa con aquellos que no comparten aún la misma fe (amistad no plena). También algunos de estos amigos fueron destinatarios de su correspondencia epistolar, buscando la coincidencia en las cosas divinas y humanas.
Uno de los más profundos conocedores de san Agustín, el que fuera Prior General de la Orden Agustiniana, Agostino Trapè, ponderando las dos grandes pasiones del Santo —la sabiduría y la amistad—, se expresaba así:
Teniendo en cuenta el amor por la sabiduría que lo llevaba a investigar las riquezas, se diría que Agustín había de ser un hombre amante de la soledad, al cual le agradase estar solo, con sus pensamientos. Por el contrario, Agustín era un hombre que no sabía y no podía estar solo. La amistad constituía para él una necesidad no menor que la sabiduría; así, la misma sabiduría habría perdido su fascinación sin la amistad. Suyas son estas palabras: In quibuslibet rebus humanis nihil est homini amicum sine homine amico[1].
Quiero rematar esta breve Presentación con el inspirado soneto del poeta Manuel Machado, en cuyo último verso se encuentra la mejor definición del Gran Doctor de la Iglesia: el santo Amigo.
AMIGO: es la palabra. Pero cuida / que amigo dice infinidad de amores / depurados en uno; flor de flores… / y el regalo más dulce de la vida. // SANTO: mas luego de serlo tanto… / para serlo mejor, y del profundo / alzar al cielo un corazón, del Mundo / henchido ya por el desprecio santo. // SANTOS hay abogados, protectores… /mandan, definen, dogmatizan otros, / muestran el premio, anuncian el castigo… // Remedio sin igual de pecadores, / San Agustín conversa con nosotros. / Es el amigo santo, el SANTO AMIGO.
[1] TRAPÈ, A., O.S.A., S. Agostino, Instituto Giovanni XXIII, Pont. Univ. Lateran. Roma 1961, pp. 187-188.
PRÓLOGO
El tema de la amistad en san Agustín ha atraído el interés del P. Teófilo desde que le dedicara nada menos que su tesis doctoral en Teología de la Vida Religiosa. Posteriormente ha vuelto repetidas veces sobre el citado tema, como puede verse en la nota bibliográfica que el propio Teófilo incluye al final del libro.
Junto con el amor apasionado a la verdad, como buen amante de la sabiduría, y la búsqueda infatigable de la felicidad, que consideraba como el fin de toda religión, la amistad representó para Agustín una faceta consustancial del ser humano, social por naturaleza.
Todos los seres tienden a asociarse con sus semejantes para afianzarse y acrecentarse, desde los seres inanimados, pasando por los vivientes vegetativos, los animados irracionales y los seres inteligentes. La asociación se da en los semejantes; la complementariedad, en los diferentes, y la comunidad, en los seres inteligentes y libres, que recíprocamente se entregan y se acogen en orden a constituir una sociedad más cabal y perfecta. La fuente de la unidad en la comunidad se encuentra en Dios, creador de todas las cosas, que llevan alguna semejanza de su unidad y que las convoca a integrarse en Él sin pérdida de su propia identidad.
San Agustín era una persona especialmente sensible a la amistad, altamente dotado para la amistad y convertido en foco de atracción entre personas propensas a crear comunidad. Así lo vivió desde la espontaneidad de su niñez, pasando por su escabrosa adolescencia y su entusiasta juventud, hasta su creadora madurez y su colmada plenitud.
Reconoce lo mucho que debe al retórico y filósofo Cicerón en la construcción del discurso bello y, sobre todo, en la recta ordenación de sus valores y armónica disposición de los estratos de su ser, decididamente orientado —desde la lectura del Hortensio— hacia la búsqueda de la verdad, única capaz de conferirle el bien supremo de la paz. Entre otros conceptos que tomó de Cicerón, Agustín subraya la definición de la amistad que él consideró radicalmente válida: «Acuerdo en asuntos divinos y humanos con benevolencia y amor».
La amistad, en efecto, es un amor mutuo, totalmente gratuito, una comunicación sincera, un acuerdo en lo fundamental, que no se opone a una disconformidad respetuosa y amable. De ahí que él haga hincapié en la noción de «verdadera amistad», equivalente a amistad plena, la cual solo es posible entre quienes tienen por común amigo a Cristo, valor supremo, fuente de salvación y causa de felicidad.
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