El santo amigo. Teófilo Viñas Román
de afirmar que la verdad existe y que se puede alcanzar en contra de la opinión de los escépticos, uno de los participantes, Alipio, afirma que para llegar al conocimiento de la verdad es necesaria la ayuda de la Divinidad. Feliz afirmación que llevó a Agustín a manifestar su aprobación de la manera más entusiasta:
Mi amigo, más íntimo, no solo está de acuerdo conmigo en lo que atañe a la probabilidad de la vida humana, sino también en lo relativo a la religión, lo cual es indicio clarísimo de un verdadero amigo. Porque la amistad fue muy bien y santamente definida como un acuerdo benévolo y caritativo en relación con las cosas divinas y humanas[12].
Hay que añadir, por otra parte, que la definición ciceroniana, utilizada aquí por el recién convertido, adquiere su auténtica densidad, ya que, si el acuerdo en los asuntos humanos podía coincidir con lo que pedía el pensador romano, el acuerdo en el campo religioso adquiría un sentido totalmente nuevo por causa del Dios verdadero, a quien tanto Agustín como Alipio acababan de encontrar en su conversión a la fe cristiana. Es más, la definición de Cicerón sólo se hace verdadera y consistente cuando es el Dios cristiano al que se refieren las «cosas divinas»[13].
Entre otros muchos pasajes, en los que Agustín emplea la citada fórmula, cobra especial importancia el que aparece en la carta que escribe, siendo ya obispo, a un antiguo amigo, Marciano, a quien ahora él lo recupera como verdadero amigo, tras su reciente decisión de recibir el bautismo. Bien se puede decir que la carta no es más que una genial paráfrasis de la definición del escritor romano, cargada, eso sí, de un profundo y pleno sentido cristiano. Esto es lo que le dice Agustín:
Ya sabes cómo definió la amistad Tulio, el máximo exponente de la elocuencia romana, como alguien lo llamó. Dijo, y dijo con toda verdad: la amistad es un acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad. Tú, carísimo hermano, en otro tiempo estabas de acuerdo conmigo en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo vulgar… En cuanto a las cosas divinas, en las que en aquel tiempo no había brillado para mí verdad alguna, nuestra amistad claudicaba en la mejor parte de la definición: había acuerdo tan sólo en las humanas, aunque con benevolencia y afecto, pero no en las divinas… Doy, pues, gracias a Dios porque al fin se dignó hacerte amigo mío. Ahora sí que hay entre nosotros acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad en Jesucristo nuestro Señor[14].
2. «LA AMISTAD VIENE DE AMOR»
Es esta una especie de definición semántica que Agustín ha tomado también de Cicerón, para el cual «el amor, del que se origina el nombre amistad, es fundamental para la práctica de la benevolencia»[15]. Nuestro Santo, por su parte, completará el pensamiento del orador romano; afirmación esta que estaba condenada a la frustración por las perspectivas de un amor a sí mismo o unilateral, es decir, sin respuesta por parte de la persona amada, por incapacidad o infidelidad. Sin embargo, siempre será verdad que la amistad consiste en el amor, un amor mutuo. Ello queda bien patente en este hermoso pasaje de una obra dedicada al papa Bonifacio:
Después de que mi hermano Alipio te visitó y de ti recibió tantas muestras de sincero afecto y gozó del dulce trato que inspira la mutua caridad y, en el breve tiempo que vivió en tu compañía, se unió a ti con grande afecto, introduciéndose a sí mismo y a mí también en tu corazón y traspasándose a ti el suyo, después de esto, digo, la fama de tu santidad ha crecido en la misma medida en que se han afirmado los vínculos de la amistad. Porque tú, que no eres altivo, aunque desempeñes la más alta dignidad, no desdeñas el ser amigo de los humildes y sabes corresponder al amor que te profesan. Pues, ¿qué otra cosa es la amistad, cuyo nombre viene de amor y nunca es fiel sino en Cristo, en el cual solamente puede ser eterna y feliz?[16].
3. «LA AMISTAD ES AMOR MUTUO Y GRATUITO»
Aceptada la definición ciceroniana —amistad viene de amor—, Agustín quiere completarla con estos dos adjetivos calificativos: mutuo y gratuito, para excluir motivos menos nobles en la relación amical. Son innumerables los lugares en los que aparece esta definición de la amistad. Por lo que se refiere al «amor mutuo», encontramos un precioso pasaje en los Comentarios al evangelio de san Juan, donde reconoce que «el hacerse amigo» es tarea personal, ya que son las propias personas las que han de llevarla a cabo libremente; no dudará, sin embargo, en afirmar también que es el mismo Dios quien nos regala el hacernos amigos. Es la armoniosa conjunción que el Santo hace entre la libertad y la gracia. Bien claramente se puede ver en este pasaje:
Nuestro amor mutuo ha de ser tal, que procuremos por todos los medios a nuestro alcance atraernos mutuamente por la solicitud del amor, para tener a Dios con nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: como yo os he amado, para que así vosotros os améis recíprocamente (Jn 13,34)[17].
Y en cuanto a la «gratuidad» en el amor, es decir, a la ausencia de cualquier interés egoísta en la relación entre quienes se dicen amigos, queda suficientemente subrayada en un pasaje de la citada carta dirigida al amigo Macedonio; en él, a la hora de cristianar la definición ciceroniana le dirá: «De aquí (de aquella divina y celeste república, cuyo rey es Cristo) trae su origen la verdadera amistad, que no se mide por intereses temporales, sino que se disfruta con amor gratuito»[18].
4. «EL ALMA DEL AMIGO SE HACE UNA CON LA DEL AMIGO»
Es esta una de las fórmulas más repetidas en las obras, tanto de Aristóteles, como de Cicerón y demás autores clásicos[19]. Hay que subrayar que entre todas las fórmulas del mundo clásico esta es también la que con más frecuencia aflora a la pluma de Agustín, y muy concretamente, cuando quiere expresar con intensidad lo que es para él la amistad. He aquí dos pasajes en los que nos habla de esa intensa experiencia, vivida años antes de su conversión: «Yo sentí que mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos», dice al referirse al «amigo anónimo»[20]. «De muchas almas se hacía una sola», comenta al hablar del grupo de amigos de Cartago, después de la muerte de aquel amigo entrañable[21].
Ya sabemos que, más tarde, para que pueda hacerse plena realidad esta «fusión de almas», el Santo afirmará la absoluta necesidad de la presencia de Dios-amigo entre los que se dicen amigos. Es la fórmula que Agustín empleará cuando, después de su conversión, hable de la misma experiencia con algunos de sus amigos. Es paradigmático este pasaje de una carta que escribe a san Jerónimo, hablando de Alipio: «Cuando él te veía ahí, yo mismo te veía por sus ojos. Quien nos conozca a ambos diría que somos dos, más que por el alma, por solo el cuerpo, tales son nuestra concordia y fiel amistad»[22]. «A mí —le dice a Severo, ya obispo y antes cohermano en el monasterio—, cuando me alaba un sincero y grande amigo de mi alma, me parece como si me alabara yo a mí mismo… Y siendo tú como otra alma mía, o mejor, siendo una tu alma y la mía…»[23]
«Tener un alma sola y un solo corazón», pasaje que tomará del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 32), será finalmente una de las tres expresiones de amistad que figuran en el primer párrafo de la Regla y que expresará el ideal que Agustín señale a cuantos vivan en sus monasterios[24]. Añadamos también que en el citado párrafo podemos ver la mejor formulación de lo que hoy se llama en la Teología de la Vida Consagrada carisma fundacional de una Institución religiosa que, en este caso, es la Orden de san Agustín. Concretamente, el doble sintagma anima una et cor unum in Deum es la mejor traducción de lo que Agustín entendía por vera amicitia[25].
5. «EL AMIGO ES OTRO YO»
En línea con la fórmula anterior se encuentra esta otra, que venía a ser un lugar común en el pensamiento greco-romano. En efecto, según Cicerón, habría sido Pitágoras el que había definido al amigo como «el otro yo»[26]. Y él mismo nos va a decir que el verdadero amigo es aquel «que es como otro yo»[27]. San Agustín, por su parte, hará uso de esta definición varias veces en sus obras, particularmente en las Cartas dirigidas a algunos amigos, sobre todo con los que él había compartido la experiencia monástica, como fueron: Alipio, Posidio, Evodio, Severo, Profuturo…
Por lo demás, bien sabían todos ellos que era verdad lo que expresaban aquellas palabras. «Puesto que eres como otro yo (se dirige a Profuturo),