El santo amigo. Teófilo Viñas Román
es lo que, justamente, esperamos mostrar en las páginas que siguen.
TEÓFILO VIÑAS ROMÁN
Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial
[1] Gaudium et Spes, 25.
[2] Lisis, 211c.
[3] Ética a Nicómaco, VIII 1155.
[4] Diógenes Laercio, V, 20.
[5] Laelius de amicitia, XIII, 47.
[6] Carmina, 1, 3.
[7] Sermo 299 (Denis 16), 1.
[8] De spirituali amicitia, PL 195, 670.
[9] Contra Gentes, 125.
[10] Brebyloquyo de amor y amiçiçia, fol. 35v, c. a., Manuscrito h-II-15 de la Real Biblioteca de El Escorial.
[11] Libro de la Vida. Obras Completas, BAC, Madrid 1967, 2, 8.
[12] Camino de perfección. Obras Completas, BAC, Madrid 1967, 1, 2, 4.
[13] Exposición del Cantar de los Cantares, c. VII, 9.
[14] Citado por ENTRALGO, P. L., en Sobre la amistad, Madrid 1985, p. 114.
[15] Citado por ENTRALGO, P. L., op. cit., p. 137.
[16] ENTRALGO, P. L., op. cit., p. 140.
[17] La personne humaine et la nature, Paris 1943, p. 4.
[18] VOILLAUME, R., Irmâos de todos, Petrópolis (Brasil) 1973, p. 101.
[19] ALAIZ, A., La amistad es una fiesta, Madrid 1972. p. 153.
[20] Hablemos de la amistad, Ed. B.A.C., Madrid 2005, p. 151.
[21] Psicoanálisis de la amistad, Buenos Aires 1976, p. 8-9.
PRIMERA PARTE.
TEORÍA Y VIVENCIA DE LA AMISTAD EN SAN AGUSTÍN
LA AMISTAD EN AGUSTÍN DE TAGASTE constituyó, sin duda alguna, la más radical de sus experiencias vitales desde su misma niñez hasta los últimos días de su vida. Los términos, la persistencia y el calor con que él nos habla siempre de la amistad y de los amigos son la mejor prueba de lo que la amistad significó para él. Junto con las intensas vivencias amicales, en sus escritos, se encuentran varias definiciones de amistad que, acuñadas por los filósofos griegos y romanos, Agustín las hará plenamente suyas, no sin antes llenarlas de un denso contenido cristiano, tras su conversión a la fe católica; otra definición más, no inspirada en el pensamiento clásico, será obra suya propia.
I.
DEFINICIONES AGUSTINIANAS DE LA AMISTAD
AL TRATAR DE LA AMISTAD EN SAN AGUSTÍN, hay que tener en cuenta que, para él, esta, como varias otras dimensiones positivas de su personalidad, son dones naturales, herencia en gran parte de sus progenitores y, en su caso, más de su madre que de su padre. Pero a esto hay que añadir que, muy pronto, él aprendió de labios de su madre, precisamente, que todo lo bueno que hay en las personas es don de un Dios bueno. Recordemos, a este propósito, aquel «gracias, Señor, por el don de la amistad», que él aprendió a rezarle en su niñez[1]. Olvidada esta expresión durante su adolescencia y juventud, volverá a cobrar gozosa plenitud, tras su conversión.
Ahora bien, cuando trate de definir la amistad, antes y después de su conversión, nada le impedirá acudir a los grandes pensadores griegos y romanos, en los que había bebido su formación intelectual, para hacer suyas las logradísimas fórmulas confeccionadas por ellos. No renunciará a ellas Agustín, una vez convertido, ya que se ajustaban a su nueva situación y a lo que estaba viviendo con sus numerosos amigos; únicamente le había bastado puntualizar algunos aspectos, no solo para enriquecerlas, sino, sobre todo, para hacerlas plenamente verdaderas. Vaya inicialmente un breve resumen de las fórmulas acuñadas por el mundo greco-romano y que Agustín recogerá, dotándolas de pleno contenido a partir de su conversión a la fe cristiana.
Entre los griegos, una de las definiciones más hermosas de la amistad es la que había labrado Platón, inspirándose en un proverbio atribuido a Pitágoras —«entre amigos todo es común»—, «la amistad es koinonía», o lo que es lo mismo: «una comunión de lo que son y tienen los que se dicen amigos»[2]. En esa misma línea se expresa Aristóteles cuando afirma: «Es acertado el proverbio que dice: entre amigos todo es común, puesto que la amistad consiste en la koinonía»[3]. Otra hermosa definición del Estagirita es la que nos brinda respondiendo a la pregunta «¿qué es un amigo? - Un alma en dos cuerpos»[4].
Entre los pensadores romanos, Cicerón descuella por encima de todos los que escribieron sobre la amistad, aunque también Séneca, Ovidio y Horacio acuñaron fórmulas verdaderamente lapidarias. De este último es la que define al amigo como «la mitad de mi alma» (dimidium animae meae)[5]. Cicerón, por el que Agustín tuvo predilección especial, define la amistad con estas palabras: «Acuerdo en asuntos divinos y humanos con benevolencia y amor»[6]. Y definiendo a un amigo dirá: «El amigo es otro yo»[7]; y también: el amigo «es aquel cuya alma se hace una con la del amigo»[8]. Cicerón reconocerá, además, que «la amistad es el mejor regalo de los dioses»[9].
Agustín nunca dudó en aceptarlas, como expresiones cabales de la amistad; una amistad que, una vez convertido, la considerará como «don de Dios», el Dios de la revelación, cuya presencia amiga se hace absolutamente necesaria para que los que se dicen amigos lo sean de verdad. En este sentido, no podía ser más elocuente el pasaje siguiente:
Nadie puede ser verdaderamente amigo del hombre, si no lo es primero de la Verdad misma, y si tal amistad no es gratuita no existe en modo alguno. Sobre este punto hablaron harto los filósofos. Mas no se encuentra en ellos la verdadera piedad, es decir, el veraz culto a Dios, del que es menester derivar todos los oficios de una vida recta[10].
A continuación, repasaremos las fórmulas clásicas más conocidas de la amistad que, aceptadas por Agustín, las veremos enriquecidas y llevadas a su plenitud, al abrirlas a la transcendencia. Es decir, a nuestro Santo le bastará poner, como fundamento de la amistad, la fe en la presencia del Dios-amigo en los que se dicen amigos, para que lo sean de verdad y en plenitud.
1. «ACUERDO BENEVOLENTE Y AMOROSO»
Dice Cicerón: «La amistad no es sino un acuerdo benevolente y amoroso en todos los asuntos divinos y humanos»[11]. Para Agustín, seguidor en su juventud de los maniqueos, estas palabras eran las que le guiaban