El santo amigo. Teófilo Viñas Román

El santo amigo - Teófilo Viñas Román


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hace comulgar a los amigos en la única alma de Cristo, en quien se comunican los bienes intelectuales, los espirituales e incluso los materiales. Esto fue lo que finalmente llevó a cabo en África tras su conversión, a imitación de los cristianos de la comunidad de Jerusalén. En cierto modo, era el estilo de vida esperado en el Agustín cristiano, después de un intento fallido en Milán y un ensayo feliz en Casiciaco. Podemos, pues, asegurar que Agustín no concibe la vida humana sin la amistad, a tal punto que a su carencia le seguirían las dos cosas que más le afectarían: el dolor y la muerte. Afirma también que la amistad y la salud son las dos cosas más necesarias para llevar una vida feliz.

      Después de la introducción sobre la vocación universal a la amistad, el autor distribuye la exposición del libro en dos partes: la primera dedicada a la teoría y vivencia de la amistad en san Agustín, y la segunda, a los corresponsales epistolares amigos de Agustín. La Primera Parte nos ofrece una breve biografía de san Agustín bien trabada y claramente expuesta, enlazando sucesos del presente con recuerdos del pasado, focalizados en el denominador común de la vivencia de la amistad, lo que proporciona una amena lectura del libro. La Segunda Parte presenta los destinatarios de su relación amistosa, más intensa con los más cercanos y con distintos matices con los otros corresponsales, hombres y mujeres, según la condición y circunstancias concretas de sus interlocutores.

      De la intensa correspondencia mantenida por san Agustín dan idea las trescientas diez cartas publicadas en la versión española de la página web de la Orden de san Agustín. Entre ellas, el P. Teófilo ha espigado los aspectos amicales sembrados generosamente por Agustín y sus corresponsales amigos. Diez de los interlocutores reseñados por el autor son personajes del entorno cercano de Agustín; otros cuarenta son varones, clérigos y seglares, civiles y militares, y varias mujeres.

      Su relación con el obispo de Hipona, Valerio, que lo promovió al presbiterado y al episcopado, va cargada de afecto. Al obispo de Cartago Aurelio le expresa su agradecimiento por permitir que Alipio continuara en el monasterio de Tagaste. Con Paulino de Nola, mantiene una comunicación epistolar intensa y gozosa, añorando su presencia física. En la correspondencia con Alipio, lo declara «hermano del corazón» y su «otro yo» (lo mismo que con Profuturo). Otro tanto le sucede con Severo, cuya separación le ocasionó un profundo dolor. Posidio (primer biógrafo de Agustín) declara que tuvo la dicha de compartir con Agustín cuarenta años de una «dulce y concorde amistad».

      A Jerónimo le testimonia su respeto y consideración; le hace saber su deseo de conocerlo personalmente y echa de menos su presencia corporal, que se la figura por la descripción que le hace Alipio, con quien se siente uno en el alma, aunque sean dos cuerpos. Le suplica que le escriba para acortar, por medio de la escritura, la distancia que los separa. Hay, entre ellos, algunas discrepancias, que, sin embargo, no atenúan el mutuo afecto.

      A Cenobio le dice cuánto desea su compañía y lo añora en su ausencia. Con Nebridio, mantiene una comunicación espontánea y fluida, sin cortapisas; encuentra tanto deleite en leer su carta que le suplica que la próxima la alargue más; Agustín recuerda lo dulce que le resultó su amistad, que la muerte no ha logrado extinguir. A Romaniano, amigo de la infancia, trata de levantarle el ánimo maltrecho por un revés de la fortuna. Se preocupa por Licencio (uno del grupo de Casiciaco) para que retorne al camino de Cristo. Compadece la situación de Leto (que había vivido en el monasterio de Hipona) y le recuerda la dulzura de la comunión vivida entre los hermanos.

      Al senador Pammaquio lo felicita efusivamente y le agradece de corazón el bien que ha hecho a la Iglesia en África, y le pide que, yendo más allá de lo que su carta le transmite, adivine, sin miedo a sobrepasarse, lo mucho que lo quiere. Se siente honrado por el amor del obispo Memorio y halagado por el interés que muestra por recibir algunos libros de Agustín. Reconviene a Dióscoro por su peligrosa intención de buscar la alabanza de los hombres en su investigación, y le encarece el camino de la humildad. Al militar Bonifacio lo aconseja, lo instruye acerca de la utilidad de su profesión y lo corrige de su desvarío.

      Con el sacerdote pagano Longiniano, se establece una corriente de mutua estima desde el momento en que este le manifiesta que ama a Cristo y que se encuentra próximo a abrazar la fe cristiana. Agustín se siente cómodo en el intercambio epistolar con él tratando sobre la vida buena y feliz y sobre Cristo. También se congratula de haber alcanzado la verdadera amistad con Marciano por encontrarse próximo a recibir el Bautismo y le pide que lo tenga informado al respecto.

      Para terminar, señalo algunos de los matices que aparecen en la correspondencia de Agustín con las mujeres. A Itálica le escribe para consolarla por la muerte de su esposo; a Sápida, por la muerte de su hermano; a Felicia la exhorta a que no se desmoralice por los escándalos del joven obispo Antonino. Se congratula por la consagración religiosa de Paulina, de Proba, de Juliana. A Paulina la instruye acerca del Dios invisible; a Proba le dedica un tratado sobre la oración de petición, en donde le dice que son dos las cosas que se pueden pedir por sí mismas: la integridad del hombre y la amistad, la cual alcanza a todos los que tienen derecho al amor y a la caridad, incluso a los enemigos; a Juliana le escribe sobre la teología de la gracia. A Felicidad (superiora de la comunidad) la anima a restablecer el orden y la paz en su comunidad. A Ecdicia la corrige por su decisión unilateral de consagrarse a Dios, enajenando buena parte de sus bienes, sin el beneplácito de su marido. En Fabiola (sierva de Dios y mujer influyente) descarga su pesar por la conducta de Antonino, y le pide que controle el proceder de este, procurando que no ocasione males mayores.

      En su conjunto, el libro del P. Teófilo Viñas desvela el alma amical de Agustín, que aporta un matiz amistoso a las comunidades religiosas con que el santo obispo de Hipona enriqueció a la Iglesia de África y a la Iglesia católica.

      MODESTO GARCÍA, OSA

      Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

      INTRODUCCIÓN

      VOCACIÓN UNIVERSAL A LA AMISTAD

      SON VARIAS LAS CIENCIAS HUMANAS —antropología, psicología, sociología y parapsicología— que coinciden en afirmar que toda persona humana lleva en lo más profundo de sí misma una vocación, más aún, una exigencia de comunicación con otras personas. Ello nos permite definir al ser humano como un ser esencialmente dialogal, diálogo este que va mucho más allá de una simple comunicación verbal con otra u otras personas, puesto que exigirá siempre una íntima comunión interpersonal de lo que cada uno es y tiene. Por eso mismo, hay que afirmar que el ser de la persona humana tiene que expresarse en un ser-con y su vivir en un vivir-con. En este mismo sentido, aunque no aparezca el término amistad, hay que interpretar estas palabras del Concilio Vaticano II:

      Efectivamente, esa vida social, a la que alude el Concilio, no puede quedar en un mero y frío respetarse las personas, sino que deberá concretarse en un trato amable con los demás, en la reciprocidad de servicios y en el diálogo con los hermanos. Queda bien claro, pues, que la relación interpersonal ha de ser cálida y amistosa, porque solo así, la persona humana alcanza a satisfacer esa necesidad, ya que esta ha adquirido rango de auténtica necesidad primaria y que, por lo mismo, tiene que ser satisfecha, si la persona no quiere ver frustrada su esperanza de felicidad, tan estrechamente ligada a la relación amistosa. También el otro, los otros, nos necesitan de la misma manera que nosotros los necesitamos. Después de tratar amablemente a cuantos se relacionan con nosotros, nos podremos preguntar quiénes son o pueden ser nuestros amigos más íntimos.


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